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(Dedico esta entrada a mi padre, por ese amor a Las Casas que comparto)
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Eran los tiempos de la inconsciencia y la despreocupación, aquellos años de espíritu libre en los que no había problema alguno para caer rendido de sueño por las noches y dormir de un tirón hasta el nuevo día.
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Me encontraba en el periodo de vacaciones de la semana santa con una montaña de apuntes por pasar a limpio y más temas que estudiar de los que me apetecía. Pero me bullía dentro un deseo por hacer algo que llevaba planeado para esos días de descanso que por fin habían llegado. Sabía que aprovecharía mucho mejor el tiempo y todo tendría un mayor aliciente si me largaba unos días y me recluía yo solo en aquella casa.
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- ¿Allí te vas estudiar? Pero si no hay agua, ni luz eléctrica... - me advertía extrañada mi madre
- Da igual. No necesito nada de eso. Me apetece mucho estar allí yo solo.
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Mi padre, que siempre ha tenido alma de Robinson, me comprendió perfectamente y me dio las llaves, además de instrucciones para abrir la llave de paso exterior y acoplar una manguera que me permitiera disponer de agua para asearme.
No recuerdo con precisión qué viandas me llevé, sólo que puse a hervir una gran olla de arroz y que me sirvió como base para acompañar todo lo demás. Y que cuando necesitaba algo de dulce mezclaba ese arroz con miel.
Con todos los apuntes de la Universidad, la comida, el agua, unas sábanas, una manta, una pequeña radio y algunas velas monté en el coche y me dirigí hacia Las Casas del Señor.
Me encontraba en el periodo de vacaciones de la semana santa con una montaña de apuntes por pasar a limpio y más temas que estudiar de los que me apetecía. Pero me bullía dentro un deseo por hacer algo que llevaba planeado para esos días de descanso que por fin habían llegado. Sabía que aprovecharía mucho mejor el tiempo y todo tendría un mayor aliciente si me largaba unos días y me recluía yo solo en aquella casa.
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- ¿Allí te vas estudiar? Pero si no hay agua, ni luz eléctrica... - me advertía extrañada mi madre
- Da igual. No necesito nada de eso. Me apetece mucho estar allí yo solo.
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Mi padre, que siempre ha tenido alma de Robinson, me comprendió perfectamente y me dio las llaves, además de instrucciones para abrir la llave de paso exterior y acoplar una manguera que me permitiera disponer de agua para asearme.
No recuerdo con precisión qué viandas me llevé, sólo que puse a hervir una gran olla de arroz y que me sirvió como base para acompañar todo lo demás. Y que cuando necesitaba algo de dulce mezclaba ese arroz con miel.
Con todos los apuntes de la Universidad, la comida, el agua, unas sábanas, una manta, una pequeña radio y algunas velas monté en el coche y me dirigí hacia Las Casas del Señor.
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Las Casas del Señor es una pedanía situada a 12 kms de Monóvar que por siempre estará ligada a los recuerdos de mi familia.
Las Casas del Señor es una pedanía situada a 12 kms de Monóvar que por siempre estará ligada a los recuerdos de mi familia.
Mi padre veraneaba allí de niño y tanto se impregnaron sus retinas de aquel paisaje que ya no pudo desvincularse de él jamás y terminó por contagiarnos su amor por el lugar.
Pueblo pequeño y recogido en el que todo el mundo se conoce, con un campanario visible desde cualquier punto y una sierra paralela de grandes pinadas en su frente.
Pueblo pequeño y recogido en el que todo el mundo se conoce, con un campanario visible desde cualquier punto y una sierra paralela de grandes pinadas en su frente.
En la época en la que sitúo este relato acababa de comprar una casa antigua en la que estaba haciendo unas reformas con la intención de mejorarla y venderla. Yo sólo la había visto una vez y muy de pasada, pero recordaba una habitación con una cama de tiempos de maricastaña y un patio central abierto y muy agreste que sin duda había servido como corral en otros tiempos.
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Llegué al atardecer, con la suficiente luz todavía como para adecentar aquella habitación, preparar la cama y buscar un lugar apropiado para todo lo que había llevado. Cuando terminé apenas había luz y no quise dar un vistazo al resto de la casa porque, aunque no tenía miedo, (entonces no lo tenía) prefería no sugestionarme ante cómo se ven las cosas cuando se alargan las sombras.
Encerrado en aquella habitación, que se convertiría en mi cuartel general, cené a la luz de un par de velas acompañado por el sonido de las voces de la radio. Me encontraba tan a gusto, me sentía tan libre... Cuando llegó la hora de acostarme empujé una de las esquinas de la cama contra la puerta. Porque nunca se sabe...
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Fueron días muy soleados los que disfruté en aquella casa. A la mañana siguiente desayuné en el patio, que estaba totalmente invadido por la hierba y comencé a estudiar también allí afuera. Horas después tenía mi camiseta liada en la cabeza y me iba refrescando con la manguera para soportar mejor el sol. Era una delicia tanta quietud, tanto silencio que sólo rompía el zumbido de alguna abeja remoloneando entre las flores o el tañido de la campana de la iglesia en la distancia. A veces dejaba los apuntes en el suelo y observaba lo que me rodeaba. Alguna lagartija se asomaba entre las piedras a tomar el sol conmigo, un pajarillo entraba y salía del hueco de uno de los muros, un par de mariposas blancas jugaban a hacer zigzags contra el azul del cielo... Nada, absolutamente nada valía más que aquellos precisos momentos.
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Cansado finalmente de mis tareas académicas me coloqué un viejo sombrero de paja que encontré en alguna percha y salí a dar una vuelta. Me encaminé hacia El Almorquí, que es un enorme caserío abandonado a un kilómetro y medio de Las Casas.
Encerrado en aquella habitación, que se convertiría en mi cuartel general, cené a la luz de un par de velas acompañado por el sonido de las voces de la radio. Me encontraba tan a gusto, me sentía tan libre... Cuando llegó la hora de acostarme empujé una de las esquinas de la cama contra la puerta. Porque nunca se sabe...
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Fueron días muy soleados los que disfruté en aquella casa. A la mañana siguiente desayuné en el patio, que estaba totalmente invadido por la hierba y comencé a estudiar también allí afuera. Horas después tenía mi camiseta liada en la cabeza y me iba refrescando con la manguera para soportar mejor el sol. Era una delicia tanta quietud, tanto silencio que sólo rompía el zumbido de alguna abeja remoloneando entre las flores o el tañido de la campana de la iglesia en la distancia. A veces dejaba los apuntes en el suelo y observaba lo que me rodeaba. Alguna lagartija se asomaba entre las piedras a tomar el sol conmigo, un pajarillo entraba y salía del hueco de uno de los muros, un par de mariposas blancas jugaban a hacer zigzags contra el azul del cielo... Nada, absolutamente nada valía más que aquellos precisos momentos.
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Cansado finalmente de mis tareas académicas me coloqué un viejo sombrero de paja que encontré en alguna percha y salí a dar una vuelta. Me encaminé hacia El Almorquí, que es un enorme caserío abandonado a un kilómetro y medio de Las Casas.
El Almorquí es un lugar sobrecogedor. Siempre que lo he visitado con familiares o amigos me ha parecido encontrarme en un decorado de la posguerra, con casas semiderruidas mostrando largas vigas de madera apuntaladas en algunas paredes que se resisten a sucumbir a pesar del paso del tiempo. No se le puede negar un aire misterioso a todo el conjunto, no obstante he sentido siempre una irresistible atracción por aquel caserío centenario.
Una vez más lo volvía a explorar, pero esta vez yo solo.
La cálida temperatura exterior contrastaba notablemente con la fresca atmósfera que se sentía dentro de cualquiera de aquellas casas vacías en las que ya sólo habita el silencio. Como ya escribí en una ocasión: Las casas abandonadas acaban derrumbándose porque no soportan el peso de la ausencia.
Me producía una peculiar desazón encontrar antiguos calendarios de los años 60 y 70 colgados en algunas paredes, como si el tiempo se hubiera detenido en aquellos lugares para siempre haciendo huir a la vida por cualquier ventana. De igual forma resultaba inquietante encontrar botellas o platos sobre las mesas, como si hubieran quedado congeladas escenas cotidianas de convivencia familiar.
Encontré puertas que daban acceso a otras puertas hacia más puertas.
En uno de los pisos superiores de una de aquellas casas encontré un viejo baúl de madera que llamó mi atención y no me pude resistir a abrirlo. Un desorden de viejos papeles, amarillentos y quebradizos apareció ante mis ojos a la luz de una pequeña ventana. La brisa silbaba a través de algunas rendijas y hacía temblar a intervalos los cristales. (Si no fuera por el maravilloso día exterior hubiera salido de allí volando)
Al curiosear entre aquellos papeles descubrí algo con vida propia: cartas. Cartas fechadas en los años 30 y 40. Cartas destinadas a hombres y a mujeres. Trozos de vida grabada en papel con letra picuda difícil de descifrar.
Una vez más lo volvía a explorar, pero esta vez yo solo.
La cálida temperatura exterior contrastaba notablemente con la fresca atmósfera que se sentía dentro de cualquiera de aquellas casas vacías en las que ya sólo habita el silencio. Como ya escribí en una ocasión: Las casas abandonadas acaban derrumbándose porque no soportan el peso de la ausencia.
Me producía una peculiar desazón encontrar antiguos calendarios de los años 60 y 70 colgados en algunas paredes, como si el tiempo se hubiera detenido en aquellos lugares para siempre haciendo huir a la vida por cualquier ventana. De igual forma resultaba inquietante encontrar botellas o platos sobre las mesas, como si hubieran quedado congeladas escenas cotidianas de convivencia familiar.
Encontré puertas que daban acceso a otras puertas hacia más puertas.
En uno de los pisos superiores de una de aquellas casas encontré un viejo baúl de madera que llamó mi atención y no me pude resistir a abrirlo. Un desorden de viejos papeles, amarillentos y quebradizos apareció ante mis ojos a la luz de una pequeña ventana. La brisa silbaba a través de algunas rendijas y hacía temblar a intervalos los cristales. (Si no fuera por el maravilloso día exterior hubiera salido de allí volando)
Al curiosear entre aquellos papeles descubrí algo con vida propia: cartas. Cartas fechadas en los años 30 y 40. Cartas destinadas a hombres y a mujeres. Trozos de vida grabada en papel con letra picuda difícil de descifrar.
Estuve leyendo algunas y en todas predominaba la nostalgia y el deseo de reencuentros. En algunas de ellas me pareció percibir el aroma de la lavanda. Tuve el impulso de llevármelas todas pero pensé que tal vez no las supiera conservar tantos años como debían estar allí y preferí dejarlas durmiendo en el olvido para siempre.
Sí me llevé de todas formas, la más antigua que encontré, fechada en el año 1911, así como algunos papeles que me llamaron la atención, entre ellos uno del Doctor Pertejo, que fue un médico de Elda al que llegué a conocer siendo niño pues fue médico de mi familia. Qué curioso comprobar que se desplazaba a El Almorquí a atender a sus pacientes. Pensar que había muerto hacía tantos años y que yo encontraba una nota escrita de su puño y letra en semejante lugar resultaba tan paradójico. Al tiempo y las casualidades les debe gustar jugar al escondite.
Otra cosa que allí encontré es un almanaque de bolsillo del año 1910. Fue precisamente al volver a verlo recientemente en mi álbum de recuerdos, cuando decidí escribir hoy esto, pues me parece fascinante que se cumplan 100 años desde que se editó y una veintena desde aquella inolvidable experiencia en el interior de las casas de El Almorquí.
Sí me llevé de todas formas, la más antigua que encontré, fechada en el año 1911, así como algunos papeles que me llamaron la atención, entre ellos uno del Doctor Pertejo, que fue un médico de Elda al que llegué a conocer siendo niño pues fue médico de mi familia. Qué curioso comprobar que se desplazaba a El Almorquí a atender a sus pacientes. Pensar que había muerto hacía tantos años y que yo encontraba una nota escrita de su puño y letra en semejante lugar resultaba tan paradójico. Al tiempo y las casualidades les debe gustar jugar al escondite.
Otra cosa que allí encontré es un almanaque de bolsillo del año 1910. Fue precisamente al volver a verlo recientemente en mi álbum de recuerdos, cuando decidí escribir hoy esto, pues me parece fascinante que se cumplan 100 años desde que se editó y una veintena desde aquella inolvidable experiencia en el interior de las casas de El Almorquí.
Al cruzarme con algunos de los hombres y mujeres del pueblo nos saludamos amablemente.
Las campanas repicaban pues debía empezar la misa pero yo me metí en mi convento de clausura particular, aquel de la paz y el silencio, el de las lagartijas en su patio, el del arroz con miel y las velas.
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Aquella casa se vendió finalmente.
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Nunca he vuelto a vivir una experiencia como aquella en la que fui un feliz ermitaño que se alimentó de soledad por propia voluntad, cuando cada día se presentaba con tantas ganas de ser estrenado y cada noche, rendido de sueño, apagaba de un soplido la vela que iluminaba la estancia y dormía de un tirón hasta el nuevo amanecer.
Aquella casa se vendió finalmente.
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Nunca he vuelto a vivir una experiencia como aquella en la que fui un feliz ermitaño que se alimentó de soledad por propia voluntad, cuando cada día se presentaba con tantas ganas de ser estrenado y cada noche, rendido de sueño, apagaba de un soplido la vela que iluminaba la estancia y dormía de un tirón hasta el nuevo amanecer.
32 comentarios:
Todas las fotos de esta entrada las tomé en El Almorquí en época posterior a la del relato. El que aparece en algunas de ellas es mi hermano Fran
Muy buena experiencia y única para disfrutar de la soledad. La soledad en ese entorno no es la misma que con la que a veces nos encontramos cotidianamente.
Un saludo explorador.
Remolina
Excelente.
Que mejor homenaje que hacerlo eterno e intemporal.
Excelente.
Un abrazo
Me alegro de que por lo menos una vez en tu vida hayas podido bailar con la soledad, al ritmo cadencioso de la música del silencio.
Todo lo que te rodeaba y que evidenciaba la realidad de otras presencias, no era mas que el testimonio material en el que aún se sustentaba, en parte, el pasado de auqellas personas que hicieron de su casa un templo y de huertas un vergel y que aún se resisten a abandonar lo que tanto esfuerzo les costó.
Ya nada queda de todo aquello, nada puede hacer patente su gigantesco esfuerzo, de no ser esas ruinas, por eso sus espiritus aún pululan por ellas reclamando el respeto que se merecen.
Pero esos espiritus, pronto podrán ir tranquilos al Paraiso porque aquí quedamos todos, los que amamos estos lares, con la firme voluntad de darles su merecida inmortalidad aunque solo sea hablando de su grandeza en nuestro humilde blog.
De vez en cuando es gratificante esa soledad buscada, alejarse del mundanal ruido y disfrutar sólo de uno mismo y de la naturaleza que nos rodea. Yo no podría haberlo hecho porque me moriría de miedo en un sitio como el que comentas, jaja, pero sin duda la experiencia tiene que merecer la pena.
Y oye, pedazo reliquias te llevaste de esa casa! Seguro que habrían acabado desintegradas por el paso del tiempo, o en la basura, quién sabe. No todo el mundo le da importancia a nuestro pasado :)
saluditos
Me ha encantado el post porque me he sentido muy identificado. También soy de esos que aman una buena porción de calma absoluta de cuando en cuando (sobre todo para estudiar XD). El sitio enamora, y qué gran detalle ese de dejar las cartas donde estaban. Quién sabe, igual también alegraron el día de algún otro visitante curioso ;)
¡Que sensación de paz absoluta! Me reconozco absolutamente identificada con el asfalto y el caos de la ciudad pero he de decir que me a dado envidia sana. Hace muy poco fuí unos días de turimo rural junto con otras siete personas pero los mejores paseos fueron los que hice yo sola. Quizás el estar siempre rodeados de gente necesite de vez en cuando ese contrapunto para no enloquecer.Es como limpiarse de alguna manera.Volvel a coger aire a superficie para zambullirnos de nuevo y seguir buscando perlas.
Si te diré que según empezaba tu relato me estaba esperando otro final. ¿Sabes esas películas en las que todo comienza de manera idílica y tu te dices: Va a pasar algo gordo... Demasiado bonito para que dure...? Pues algu así me temia yo jajaaa Menos mal que esta historia es de las que terminan bien jeje
No sé porqué ha salido anónimo. Soy isaormaza
Vaya, me encantaría haber vivido algo así. Siempre que veo una casa en ruinas me pregunto quién viviría allí y al ver cosas me imagino a las personas siguiendo con sus vidas. Es increible esa sensación...
También me he pasado por aqui para despedirme durante un tiempo. Ha sido un placer leertey espero estar pronto de nuevo por aqui. Un beso muy fuerte
�Qu� pedazo de entrada JuanRa! La narraci�n, el contenido, lo que transmite... es perfecta. Mi m�s sincera enhorabuena.
Yo tambi�n difruto de esos momentos de paz con uno mismo, como si del mayor tesoro se tratase. Ahora mismo estoy solo en casa, y aunque no es comparable a un paraje tan especial como el que te ocupa, siento una paz que lo cambio por nada.
Un abrazo
PD. Las fotos 5 y 6 tienen algo inquietante...
Me has hecho acompañarte en tu aventura. Lo he vivido como si allí hubiera estado, quizás porque conozco ese sentimiento que describes.
Gracias .
Un abrazo
Genial!!!!!! ya veo que llevas un gran explorador dentro!!!
Me lo he pasado muy bien leyendo esta entrada!!
Me has hecho recordar una vez que entré con SergioT (del blog OBSOLETUM) a una mansión abandonada y nos salieron dos yonquis que vivían allí...tras el susto inicial, los inquilinos nos dijeron que llevaban años viviendo allí, y que gracias a ellos la casa habia vuelto a la vida (tenían la planta superior totalmente limpia y cajas a modo de muebles), a lo que Sergio les respondió: "es que una casa se cae por desidia".
Pues eso......creo que pensamos igual....
Enhorabuena una vez más por esa vena de explorador!!!
Que bueno Juanra. Como he disfrutado con el relato. Sí, la soledad es, a veces, nuestra mejor y más valiosa compañia.Qúe paradoja!!!, pero así és. Yo, curiosamente, también visité una primaveral mañana de abril 1994 junto a una compañera de trabajo, ese viejo caserío. Lo hicimos por motivos muy diferentes a los tuyos. Lo hicimos para llorar ambos, a duo, sobre unos problemas laborales que habían surgido en nuestra empresa. Fue una bonita sensación descubrir ese mágico lugar, cargado de tanta vida y soledad al mismo tiempo. A nosotros nos proporcionó una paz difícil de transcribir aquí y ahora...
P.D. Muy buena la "longaniza"...claro como estamos en pascua, nada mejor que una bona "llonganiseta", això sí, de Les Cases del Senyor...
que lugar especial.. me encantan las fotos.. :)
un beso
Retrocediste varios siglos en tecnología para estudiar en paz y tranquilidad, lo que te llevó a ver lugares y papeles de muchos años atrás. Maravillosa experiencia, por la tranquilidad del lugar, y por lo cerca que está de los viajes en el tiempo.
Eso sí, curioseaste las cartas.Te anticipaste a los programas del corazón :D
Guauuu...fíjate que debe ser difícil a través de la pantalla de un ordenador...hacer una visita al Almorquí...pero las fotos,tu aventura,tu forma de contárnosla...lo has conseguido. ¿qué tiene el Almorquí? Hasta las fotos tienen un nosequé....
La soledad suele ser buena y no hay nada mejor que sentirse con uno mismo y sus pensamientos de vez en cuando.
En esta entrada relatas perfectamente esa sensación de reencuentro con uno mismo y con ese pasado que, aunque ajeno, es patrimonio de todos.
Un gusto reencontrarme una vez más con tu blog. Que ganas tenía de disponer de un poco de tiempo para ello!!! ;-)
Disculpad todos la tardanza en contestar. No suelo demorarme tanto. Allá voy:
Remolina:
Estar solo sin sentirse solo: he ahí la clave.
Me temo que esta entrada te quedará grabada, ¿verdad? ;)
Un abrazo
Jan Puerta:
Es una vivencia que permanece intacta en mi memoria, como si no hubiera pasado el tiempo.
Gracias, Jan.
pichiri:
Aquel lugar me sigue pareciendo otro mundo. No existe el tiempo allí, se detuvo para siempre. Es un enorme corazón de piedra que ya no late pero del que sigue fluyendo vida.
A veces pienso que deberían afanarse en reconstruirlo, otras pienso que es preferible que se deje tal cual y que se prolongue en el tiempo con toda la persistencia que sea posible.
Me encanta que me hicieras conocer aquellos parajes.
Un abrazo.
Lillu:
Muy gratificante, sí. No sé cómo no he vuelto a repetir algo así, aunque te aseguro que no me veo tan valiente como fui entonces. No sé bien por qué.
Un saludo.
El Zorrocloco:
Es que todos necesitamos a veces un lugar apartado y un cartel de "No molestar", ¿verdad?
Me pregunto si las cartas continuarán allí. Un día tengo que ir a ver, aunque no sé si sabría encontrar el baúl de nuevo; aquello es un laberinto.
Isaormaza:
Todo apuntaba a que surgiría un alma en pena o un fantasma, ¿no? :D
Bueno, hubiera sido demasiado largo contar ciertas experiencias extrasensoriales que mi padre y mi hermano vivieron en ese caserío. Otro día, tal vez.
Pero sí, la sensación de estar a solas con uno mismo es muy agradable, si bien no todo el mundo sabe sentirse cómodo en esa soledad.
Mónica:
Eh, Mónica, no me gustan nada las despedidas, así que te devuelvo ese beso pero con un "hasta pronto". ¡Te espero! ;)
peibol:
Pues muchas gracias, Peibol. No sabes cuánto me alegra oirlo. Era esto algo que llevaba esperando su tiempo en el tintero y sobre lo que me apetecía mucho escribir, hasta que llegó el momento justo en que me sentía en perfecta sintonía para evocarlo.
Je,je, que a veces le dejen a uno solo en casa... no tiene precio!
Un abrazo
Amig@mi@:
Gracias a tí. Si lo escribo es porque me gusta compartir tan buenas vivencias.
Un beso.
Umpi:
Tu visita era obligada; exploradores con conexión a distancia :D
Comprenderás que me guste seguir tu blog, porque veo esas fotos de "tus abandonos" y pienso "Joer, qué miedo entrar ahí" y al mismo tiempo siento esa atracción irremediable por esos lugares en los que el polvo y el silencio te cuentan historias del pasado.
No me disgusta la idea de que haya gente que, aunque sea por causas de fuerza mayor, mejoren el aspecto de estos lugares, pero por desgracia no es lo común y hay muchos que entran a destrozar, como has comprobado tantas veces.
Bueno, gracias por la visita, Umpi.
Txema Rico:
Me causa sorpresa lo que me cuentas; una agradable sorpresa. Creo que el lugar invita a reflexionar y te contagia tanta paz como para inundar el alma.
Me tienes que contar esto con más detalle.
Ahora pienso que de El Almorquí, si sus paredes pudieran hablar, podríamos conocer cientos de historias de su pasado lejano y del no tan lejano.
Un abrazo.
rAnita nOe:
Un lugar muy especial, sí
Gracias. ;)
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Pues sí, no lo has descrito nada mal: salí a pasear por el presente y me perdí por caminos del pasado. Pero bueno, no aireé demasiado la vida privada de aquellos dignos moradores. Creo que no tengo vena "tomatera" :D
anasister:
Me alegra mucho saberlo. Fíjate que hasta creo que las fotos- que en realidad son de mala calidad- han quedado mejor al verse juntas aquí que cuando las miro en el album donde las guardo. Debían tener ganas de lucirse ante los demás. :)
El kioskero del antifaz:
En realidad hay una soledad buena y otra no tanto (los ingleses la diferencian con dos palabras distintas, como sabrás)
Esa en la que uno se pierde, se busca y se encuentra a sí mismo es hasta necesaria.
Me alegra que dispongas de más tiempo para bloguear. Ya sabes que aquí tienes las puertas abiertas siempre. :)
Un abrazo.
Hitlodeo:
Perdona, no aparece tu nombre pero te he contestado, ¿eh? No vayas a creer que te has portado mal y te dejo sin comentario y sin "sico" XD
En fin, visto que no actualizas pondré un comentario aunque tengo que decir que no he leído la entrada, chico que no he podido
Ha sido ver que te ibas a encerrar en una casa varios días y me ha entrado una desazón.........
No soporto ese tipo de soledad
SAX
Bueno, que tampoco fue un encierro a cal y canto, oigausté.
A ver si lo que te ha dado es mucho canguelo de ver tanta foto misteriosa... ;)
Qué emocionante. Me ha gustado mucho la historia y lo bien que la cuentas, y las fotos son impresionantes. A mí una casa abandonada, un lugar desierto que ha estado poblado anteriormente, me produce sensaciones diversas: emoción, intriga, tristeza... Un poco de vértigo también, porque me impresiona mucho ver los objetos ahí abandonados, una silla, una botella, ¡un baúl con cartas!
¿Por qué se quedaron ahí esas cosas? ¿Cómo y cuándo se fueron los moradores? ¿Por qué dejaron esas cosas ahí, no las guardaron, ni las tiraron, ni se las llevaron...
Es cierto, Ángeles, se viven un montón de sensaciones al entrar en un lugar abandonado. Es una mezcla de atracción y respeto, de querer marcharte y no poder dejar de investigar cada rincón.
Yo creo que la intención de los moradores sería la de volver y que las circusntancias lo impedirían.
Pero quién sabe...
Tengo prevista una entrada sobre cuál es el presente de este lugar. Una historia muy curiosa que he sabido gracias al blog.
¿Existen en El Almorquí restos de la antigua ermita?
Hola Manolo
No recuerdo ninguna ermita en El Almorquí, al menos situada en el caserío, y desconozco si hubo o sigue habiendo restos de alguna en las cercanías, así que no sé responder a tu pregunta.
Un saludo
Te pregunta si se veían restos de la ermita, que si existió, bajo la advocación de San Francisco de Paula.
Te adjunto el enlace de mi página:
http://www.manuserran.com/
Cuando planifique una ruta por la zona, no dejaré de acercarme a Almorquí.
Un saludo, y gracías por tu respuesta
Qué aventura más guay. Si es que tus padres te comprendían...mi madre ni por asomo me hubiera dejado ir allí.
Qué lástima que no hubieras guardado todos papeles porque en mejores manos no podían caer.
Y qué bien conservads estaban las ruinas. Seguro que hoy están llenas de pintadas. Eso es algo que me pone enfermo: la gente que se dedica a destrozar cosas antiguas aunque parezca a sdimple vista que no tienen valor arqueológico.
carlos
hola, buenos dias
Buenos dias :
Escribo ahora en este blog, porque mi mujer Mari Carmen y yo , somos los nuevos moradores de la casa azul del paraje de EL Almorquí. Quiero que sepáis que la estamos restaurando con mucho cariño y respeto a lo que fue y es la casa.
Fue una casualidad , o quizás el destino ( me inclino más por lo último). Era una fría tarde de Noviembre del año pasado ( 2020), en plena pnademia. Yo estaba agotado físicamente y mentalmente, a consecuencia de realizar pruebas pcr de COVID ( tengo un laboratorio de análisis clínicos). Había perdido más de quince kilos por el estréss, y necesitaba encontrarme a mí mismo. Decidimos mi mujer y yo coger el coche, y dar un paseo por estos parajes, que no los conocíamos.
Encontramos a Santi, un lugareño de las Casas del Señor. quien nos dijo que estaba en venta una casa, y nos llevó a la casa azul, después de recorrer y ascender por un camino bacheado de tierra.
Fue un fechazo. Me sentí en paz, la quietud del lugar me transmitió mucha paz y serenidad. La vista del paraje a través de la ventana de una habitación de la casa casi me hizo llorar. Era ya yo mismo,empezaba a darle sentido a todo lo que estaba haciendo durante mi trabajo en la pandemia.
¡y que decir que enseguida la adquirimos¡ estamos muy ilusionados , pensando todas las noches antes de acostarmos en esas vistas, que pronto la moraremos.
Estáis invitados a pasar por nuestra casa. sois bienvenidos.
ah¡ me llamo Jose Luis Miralles . Soy de Elda.
saludos a todos
Amigo José Luis, acabo de leer tu comentario y me ha alegrado enormemente saber que has encontrado en aquel lugar la paz que necesitabas.
Conozco El Almorquí desde hace muchos años, cuando un día mi padre nos llevó a mi y mis hermanos y, como a ti, nos cautivó su paz.
Con el tiempo he visto cómo aquel majestuoso caserío se ha ido deteriorando, así que el comprobar que vuelve a haber gente que lo habita me ilusiona. ¡Que se llene de vida!
Espero que disfrutéis muchísimo en vuestra nueva vida y ten por seguro que cuando me acerque por allí pasaré a saludaros.
¡Un fuerte abrazo!
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