30 de abril de 2024

DOS MIL CASAS VACÍAS

El año que viene cumpliré 25 años como yeclano.

Ahora que lo veo escrito creo que he de repasar bien los calendarios, porque me cuesta creer que esté a punto de completar un cuarto de siglo viviendo aquí. (¿¿En serio?? ¡Cuenta bien, hombre, cuenta bien!)

A pesar de todo este tiempo, no me atrevo a decir que sea yo un yeclano de pura cepa, pero sí me considero un aspirante a puracepista y me declaro un completo enamorado de esta ciudad.

Siempre recibo con agrado cualquier testimonio que de su Historia me quieran contar, y me gusta presumir de Yecla cada vez que tengo ocasión.

Hace poco leí un artículo sobre todas las construcciones que se han ido deteriorando con el tiempo, y de aquellas que en sus reformas no han quedado muy bien paradas. De esto ya me había percatado yo, y siento siempre una mezcla de rabia y pena cuando observo que no se cuidan y hasta se dejan perder lugares emblemáticos de la ciudad que tienen tanta historia que merecerían un reconocimiento perpetuo.

Y saltando de más información por aquí y otros datos por allá, leí que Yecla tiene más de dos mil casas vacías. ¡Más de dos mil!

Y entonces, dado que desde siempre he sentido una irresistible atracción por las casas abandonadas, me fueron asaltando más de dos mil preguntas.

¿Estarán todas cerradas a cal y canto?

¿Dónde estarán ahora mismo las dos mil llaves que las abren?

¿Qué fue de sus dueños?

¿Cuál será la casa que más tiempo lleva sin ser visitada?

¿Cuál será la más misteriosa?

¿Cuántas tendrán todavía objetos de valor en su interior?

¿Habrá alguna con biblioteca petrificada?

Desde que conozco este dato voy observando con más atención las casas de las calles que transito y, verdaderamente, hay muchísimas que parecen decirme: “¿Y tú te sorprendes de ese cuarto de siglo en Yecla? Si supieras el tiempo que llevo yo aquí olvidada…”

Y sí, lo reconozco, daría lo que fuera por entrar a curiosear por todas y cada una de ellas. Y saludarlas, y admirarlas, e imaginar sus historias…

Casi escucho el crujir de las bisagras de sus entradas, tras empujar con fuerza esos portones que el flujo del tiempo se ha encargado de sellar como losas.

Veo el polvo, que se presenta tan inmaculado como en el Mar de la Tranquilidad. Está en las baldosas del zaguán, en las escaleras, en las superficies de todos los muebles…

Imagino tantas telarañas como para hilar el gran manto del tiempo que cubre los recuerdos.

Hay algo común en todas las casas abandonadas.  No importa si la vivienda está en el centro de la ciudad o apartada en el campo; si los techos son de escayola o dejan ver el cielo abierto; si está muy deteriorada o todavía conserva un aspecto decente. En todas se detiene el tiempo en el mismo instante en que te introduces en ellas. De hecho, deja de existir.

Y los sonidos se vuelven fugaces. Y llegan hasta ti con un eco especial. El de tus propios pasos, el ligero retemblar de las persianas que mueve el viento, los crujidos de maderas viejas, una gotera en algún lugar, el vuelo de un moscardón desorientado…

No, no hay emociones comparables a las de caminar por una casa abandonada. Ni mejor laxante.

Si yo pudiera entrar a las dos mil casas abandonadas…

Y si pudiera hacer un inventario tanto de objetos físicos como de sensaciones personales, con seguridad escribiría la más bella y sombría Enciclopedia del abandono.

Y expresaría mi absoluta fascinación ante libros y revistas que duermen en polvorosas estanterías.

Los cosquilleos de emoción ante cartas y fotografías olvidadas en algún cajón.

Esa melancólica nostalgia al descubrir juguetes antiguos.

La fascinación al observar la tenue luz que se filtra entre las viejas persianas, que descubre la sempiterna belleza de lo decadente.

Y un repelús no exento de macabra atracción al encontrar cucarachas disecadas o ratones momificados.

He fotografiado algunas puertas de casas de Yecla que llevan muchos años cerradas. Y os aseguro que les he susurrado que mantengan todas las maravillas que guarden en su interior para el día en que me permitan visitarlas. 

Les he dicho que, de momento, sólo puedo hacerlo con la imaginación.  









4 comentarios:

Ángeles dijo...

Vamos a ver, aquí hay mucho que comentar, porque hay muchos asuntos distintos.

En primer lugar, tu mirada sobre el vacío de las casas es muy poético. Ves más allá de la suciedad, el deterioro, el abandono en sí, y encuentras belleza en todo ello.

Después, esa "Enciclopedia del abandono" me parece un gran idea, además de un gran título. Imagínate un libro de fotografías del interior de esas casa, de los muebles que haya en ellas, de los libros, de las manchas de la pares... y para cada fotografía, un texto en el que imaginaras la vida de esos objetos, la utilidad que tuvieron, quién los utilizó... Propónselo al ayuntamiento y que te subvencionen el proyecto.

También me ha gustado y me ha sorprendido tu idea de que en las casas abandonadas el tiempo se detiene en el momento en que entras en ellas. Parecería que fuera al revés, que en ellas el tiempo está detenido y vuelve a ponerse en marcha cuando entran una personas y el presente que esa persona lleva consigo. Pero bien pensado, me parece que es más como tú dices: la casa tieme su propio tiempo, su propio transcurrir, y al entrar en ellas, ese tiempo propio se detiene. Es una visión muy filosófica del tiempo.

Además, las puertas son preciosas que has fotografiado son preciosas, y parece que están esperando a alguien...

Y por último, como el texto es tuyo y solo tuyo, no podía faltar la chispa cómica, claro está :D




Anasister dijo...

Qué bien describes esa otra dimensión tan sentida por muchos de nosotros que impera en todo lugar abandonado, que te atrapa y te traga mientras dura su hipnótico recorrido en el que uno se pierde de vista hasta de sí mismo, viviendo experiencias que no le pertenecen pero que por un rato son suyas.
O de alguien que se sigue sintiendo en todo lo que se mira que por pertenecer a otra dimensión se ve diferente, se siente diferente, hasta los sonidos son diferentes.
Creo que estas casas nos hipnotizan.

Montse dijo...

Yo te nombraría hijo honorífico de Yecla, por el amor y el poético texto en el que relatas lo que te inspiran sus viejas y abandonadas casas, algo que habla mucho de tí y el mérito que tiene tu mirada imaginativa. Te imagino visitándolas una a una, leyendo esas revistas o cartas polvorientas, transitando en los rincones en donde una vez hubo vida, una vida que volvería a ser gracias a tí y a tu imaginación.
Muchos besos y abrazos.

Anónimo dijo...

Cuesta creer que no estén ocupadas, bien por gente honrada necesitada o por parásitos sociales.
A mí me encanta esa actividad a la que han puesto ahora un nombre que no recuerdo y que es la de la exploración urbana de toda la vida... ¡espera, que ahora me viene a la cabeza: "urbex" o algo así... el caso es que en la tele autonómica de aquí había un programa que me gustaba sobre el tema.
Jo, si las puertas son preciosas... espero que las casas sean fabulosas
carlos