Fue algo que se hizo sin
pensar. Ocurrió sin planearse de ninguna manera, y a lo mejor por eso salió tan
bien.
Tenía el encanto de las
cosas prohibidas, el morbo del riesgo y el aliciente de la posterior carcajada.
Era inevitable hacerlo, y se hizo.
¿Que de qué estoy hablando?
Lo explico a continuación:
Era una noche de invierno.
Mi amigo Juan Luis, Mari Carmen —entonces mi novia— y yo llegábamos a casa de
mal humor porque el equipo de nuestros amores había perdido un partido. Nos
encontrábamos en el coche escuchando por la radio la rueda de prensa posterior
al encuentro. Nada presagiaba que la moral iba a subirnos mucho cuando, de
repente, entró mi hermano Fran por el camino del campo conduciendo su coche.
Paró delante de nosotros. Miró hacia nuestro vehículo, pero enseguida dedujimos
que no se había percatado de que estábamos dentro, porque se puso a orinar en
el bancal de al lado.
—No nos ha visto —murmuró
Juan Luis mientras apagaba la radio.
—¡Pero si ha mirado! —se
extrañaba Mari Carmen.
—Está demasiado oscuro para
saber si estamos dentro o no —le aclaré yo.
Y viendo que Fran se metía
en la casa sin venir a saludar, no quedaba lugar a dudas: no nos había visto.
Por la forma en que había
dejado el coche también estaba claro que había llegado para marcharse poco
después.
Una chispa de ingenio surgió
por algún lado y empezaron las cavilaciones, las ideas repentinas, la
improvisación excitante. ¿Y si nos metíamos en su coche? ¿Y si nos sentábamos
detrás y permanecíamos en silencio? ¿Se asustaría mucho? ¿Le parecería una aparición
fantasmal?
Un resorte nos empujó a los
tres a bajar del coche, cerrar las puertas suavemente y meternos en silencio en
el de mi hermano. Solo era cuestión de esperar...
Pero la espera desespera.
Fran tardaba en salir. Quizá se estaba duchando.
Entonces hubo cambio de
planes. Si tan solo nos limitábamos a estar sentados detrás, nos iba a ver muy
pronto; en cuanto mirara por el espejo retrovisor, por ejemplo. Así que
decidimos recolocarnos: Juan Luis, que era el más grande, se tumbaría en el asiento
trasero; yo me acurrucaría detrás del asiento del conductor y Mari Carmen
detrás del otro.
Dicho y hecho.
El momento de actuar traía
emparejada mucha risa. No era tan fácil como parecía: se necesitaba espacio
vital y un mínimo de comodidad, y todo eso en poco tiempo, porque Fran debía de
estar ya a punto de salir.
Era gracioso, era divertido,
pero a los tres nos daba la sensación de estar haciendo algo prohibido, algo
ilegal, como un allanamiento de morada o una intromisión en la privacidad. Por
eso nos daba esa risa nerviosa que llegó incluso a la carcajada.
Yo ya no estaba seguro de si
seríamos capaces de aguantar la risa cuando él se sentara al volante.
Pero Fran no salía. ¿Se
habría puesto a cenar también?
—¿Estáis seguros de que
tiene que salir? —preguntaba Juan Luis.
—Seguro. No aparca aquí
nunca, salvo cuando se va a marchar otra vez.
—Me estoy poniendo nervioso.
—Y yo me estoy meando.
—No, aguántate. Si sales al
mismo tiempo que él, se fastidia el plan.
—Es que no sale nunca...
—Que alguien entre y le diga
si va a tardar mucho —(risas)—.
—El caso es que yo me estoy
meando también.
—¿Y si salimos cada vez uno?
Por causa de fuerza mayor
hubo que ir saliendo y entrando por turnos. Cabía la posibilidad de que Fran
dejara por fin sus quehaceres y saliera cuando alguno de nosotros estuviera
regando el bancal. Se corría ese riesgo, pero en ese caso solo uno de los tres
se perdería lo que pudiera pasar.
Pero tuvimos suerte, y
cuando de nuevo estábamos en nuestros “puestos”, Fran aún no había salido.
—¡Jo, con Fran! Lo que
tarda. Se estará lavando la tráquea y el esófago...
—Ha encendido la luz de su
habitación mil veces ya —nos anunciaba Mari Carmen, que hacía de vigía cuando
se incorporaba de vez en cuando.
Por fin se oyó el sonido de
una puerta que se cierra y una llave que gira en la cerradura.
—¡Silencio! ¡Fran ha salido!
No os mováis, ni una risa, ni un suspiro.
A mí aún se me escapó una
última risa loca, esquizofrénica. De repente era como estar en la piel de un
preso fugado y escuchar desde tu escondite cómo la policía se acerca
buscándote. ¿Te encontrará, no te encontrará? Fueron segundos terroríficos. Los
pasos de Fran acercándose al coche en la oscuridad, y yo mordiéndome las
mejillas por dentro para no reírme, con los ojos cerrados y la cabeza muy
agachada.
Mi corazón —supongo que el
de los tres— latía con ganas. La policía nos iba a encontrar y nos mataría.
La suerte estaba echada.
Fran abrió la puerta.
Silencio sepulcral.
Se sentó y metió la llave en
el contacto. “Ahora mismo va a decir: pero ¿¡qué hacéis ahí!?”, pensaba yo.
Pero el coche arrancó.
Yo miré de reojo a Juan
Luis, y al verle panza arriba como un muerto me saltaron las lágrimas por el
inmenso esfuerzo que tuve que hacer para sofocar la risa. Cuando el coche se
puso en movimiento, yo no lo podía creer. Era como ser polizones sin pasaje,
era un secuestro consentido, una aventura hacia lo desconocido.
Fran salió a la carretera y
puso la radio. Como es lógico, fue un alivio, pues rompió ese silencio forzado
que empezaba a ser insufrible. Pero cuando se puso a cantar, me permití el lujo
de dejar escapar la risa, pese a que yo mismo me tapaba la boca con las manos
con todas mis fuerzas. No me oyó, no obstante, y al mirar de soslayo a Mari
Carmen la encontré seria y tranquila; me indicaba con un dedo en los labios que
permaneciera callado.
Entonces pensé: “¿Y si Fran
nos ve o nos oye de repente y se asusta tanto que tenemos un accidente?”. Solo
así logré concentrarme.
El viaje continuaba.
Llegamos a la ciudad, paró en un semáforo, nos iluminaron las luces de las
farolas... Pasamos por varias calles y Fran saludó a varios conocidos. Era
increíble. Hasta detuvo el coche un momento para hablar con un amigo que
tampoco se percató de nada, hasta que vio que una puerta de atrás iba mal
cerrada y él mismo la abrió y la cerró de nuevo, dando un empujón en la espalda
de Mari Carmen.
Entonces fue cuando se
escuchó exclamar a Fran:
—¡Ay! ¡¡Qué susto!!
Por fin nos había
descubierto. El amigo de Fran no daba crédito a sus ojos cuando vio que del
coche descendían, una tras otra, tres personas muertas de risa, a las que en un
principio no había visto. Cuando se dio cuenta de que para mi hermano también
era toda una sorpresa, se unió a nuestras carcajadas.
No creo haber dado en mi
vida tanta rienda suelta a la adrenalina.
Desde luego, los tres olvidamos que el Real Madrid había perdido esa noche.
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(Capítulo de mi libro "LOS CABRERATOR Y OTROS DUENDES")

9 comentarios:
que bueno, que bueno, menos mal que no soys del Barça...ja ja ja, sinó tendriais que esconderos más a menudo...
Aunque ya conocía la historia...¡cómo me he reído!. Genial.
No es facil meterse de tapadilo en un coche,los nominados son.Lo recuerdo como si fuera ayer... pero no fue ayer.. Es de esas locuras que cada vez hacemos menos, y empieza a ser preocupante volvernos seres aburridos y sin chispa.Siempre nos quedaran Paris al menos.
buenas caballero, m ha gustado la historia por su toke de cuentacuentos. Has pensado contarlos en un pekeño teatro o cafeteria, creo q se t daria bien. Algunas cosas del joven m tendras que aclarar ya q me he perdido. M h divertido mucho. Ya tenia ganas de conocer la segunda parte y ya me contaras como termina la historia. un saludo. el principe.
Muy buena la anécdota, como muchas otras de la famili cabrera rodríguez, que me se muchas, sobre todo de tu hermano Fran, que tiene para escribir en los millones de blogs que existen. Nada más imaginarme a Juan Luis tumbado en el asiento de atrás ya me parto. Y a saber que hacía el Franki dentro de la casa, vete tú a saber. Bueno, enhorabuena por el blog y como veo tengo para leer muchas historias. Un saludo de Alejandro, fan de la familia Cabrera Rodríguez
Ah, se me ha olvidado, me alegro de que perdiera el Madrid, comentario estrictamente deportivo, nada más
Bienvenido al infierno más calido de la blogosfera, Alejandro.
Me alegra verte por aquí. Cualquier alusión al Real Madrid puede implicar que eche mano del tridente. (Comentario estrictamente amenazador)
¡Inconscienteeees! ¡¿Y si le da un ataque a tu hermano?!
Pero ha sido emocionante esa especie de secuestro de no sé quién, en realidad.
Y con las cosas que hacemos cuando nadie nos ve, como cantar por ejemplo... podía haber sido muy bochornoso para tu hermano. Aunque siendo policía hay que recomendarle que entren su percepción.
carlos
Carlos:
La cosa es divertida contada a posteriori, pero sí, llegué a pensar en la posibilidad de que nos descubriera de repente y del susto tuviéramos un accidente. Un poco locos sí fuimos, para qué negarlo.
Por cierto, Fran es protésico dental, el poli es Tomás :)
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