Si hay un recuerdo de mi niñez y la de mi hermano
Tomás que permanezca indeleble a pesar de
los años transcurridos, es el de nuestra afición a jugar con nuestros indios de plástico.
Empezamos la colección con dos: uno de color rojo y
otro exactamente igual pero en amarillo.
A ambos los bautizó nuestro padre.
"Este se puede llamar... - nos dijo mientras lo observaba detenidamente
- Saberón. Tiene cara de inteligente. Este otro que parece que está haciendo
gestos con las manos... sí, este es El Mudo"
De Saberón y El Mudo pasamos a tener decenas y decenas
de ellos, de todas las formas y colores. Pedestres, ecuestres, jefes,
guerreros... Y a todos, absolutamente a
todos les pusimos nombre.
En un extremo del campo, justo donde hoy se coloca la
leña, nuestro padre nos vendió un pequeño terreno. Nos cobró por él 1000
pesetas (que tuvimos que pedirle a nuestra madre) y eso nos convirtió en los
felices propietarios de un par de metros cuadrados (con olivo incluido) que era
el lugar perfecto para que nuestros indios de la Tribu Mandán tuvieran su poblado.
Para nosotros,
que tanto nos gustaban los indios, era una satisfacción disponer de aquel
lugar. Además no necesitábamos agacharnos demasiado pues ese terreno estaba en
un nivel superior, delimitado por una acequia en un lateral y un bajo muro
delante desde el que se veía excelentemente la perspectiva del poblado.
Tenía tanta vida y color... Si hasta encendíamos un
pequeño fuego delimitado por un círculo de piedras para que desde lejos se
viera salir humo...
El indio que se ocupaba de encender el fuego y
mantenerlo era "el de la hoguera".
Recuerdo que al principio era blanco pero con el tiempo ya estaba tan
chamuscado, con tantos restos de ceniza pegados a su cuerpo, que se volvió más
bien gris. El hacha de su mano se convirtió en
un muñón derretido, pero ese defecto lo hacía mucho más valioso. Para
nosotros era un indio perfecto.
Recuerdo también el nombre de muchos jefes: el Jefe de la Pradera (de color verde), el Jefe de
la Guerra (gris), el Jefe de la Célula Pituitaria (muy alto y de color rojo y
con un nombre que sin duda nos aportó nuestro padre), el Jefe del Manantial, el
Jefe Supremo… Todos se caracterizaban por tener un gran penacho de plumas en la
cabeza.
Algo que Tomás no recuerda (pero yo sí) es que los
indios tenían una especie de mausoleo para enterrar a sus muertos. Lo habíamos
hecho con piezas del Exin Castillos, y de lejos parecía de mármol. Era una
pequeña construcción rectangular con un ventanuco frontal y la custodiaban dos
indios gemelos con sendas lanzas rematadas con un cráneo. Ese mausoleo no era
en absoluto apropiado para una tribu india, pero a ver quién le pone veto a la
imaginación de unos niños...
También existía un corral en el que se agrupaban todos
los caballos. Un indio con rifle
vigilaba ese corral.
Me produce una ternura inmensa recordar a mi madre
trayéndonos un par de indios de vez en cuando, pues había en el mercadillo, al
que ella acudía semanalmente, un puesto en el que se mostraban en montones. Me imagino que cada vez que
pasaba y los veía se acordaba de nosotros y se ponía a buscar alguno nuevo.
Como cada vez era más difícil encontrar indios
distintos, era normal que comprara
alguno repetido. Pero no siempre
coincidían en el color y con sólo ese cambio nos parecían diferentes.
Dado que no se vendían indias, nos terminamos
agenciando dos miniaturas de muñecas de plástico que le quitamos a nuestra
hermana. Una era morena y la otra rubia, muy cabezonas las dos. Decidimos que fueran las mujeres de Saberón y
de El Mudo.
Nuestra madre, siempre entregada a la causa de hacernos felices, les había confecciona do unos rústicos trajes de india, con plumas y todo.
Nuestra madre, siempre entregada a la causa de hacernos felices, les había confecciona do unos rústicos trajes de india, con plumas y todo.
De vez en cuando llevábamos a todos aquellos
indios “a la guerra”. Eran tremendos aquellos enfrentamientos contra los vaqueros (los yanquis) a los que detestábamos.
Nos llevaba su tiempo colocarlos todos en un bancal
(no todos, las dos indias se quedaban en el poblado, así como el de la hoguera
o el vigilante que estaba en las ramas del olivo)
Entonces Tomás y yo nos colocábamos cada uno en un
bando y por turnos lanzábamos terrones de barro seco. Aquello más que ataques
con rifles, flechas y lanzas parecía una Guerra Mundial con bombas de la
aviación.
Las muertes eran masivas, claro, pero como no éramos
imparciales en absoluto, cuando el último vaquero caía aplastado por un
pedrusco, el Dios de los indios, Manitú, hacía resucitar a todos los suyos, que
regresaban victoriosos a su poblado. (Sí, los milagros se incluían en nuestros
juegos, ¡faltaría más!)
Como con el transcurrir del tiempo la colección iba
creciendo, Tomás y yo hicimos una pequeña trampa. El final del poblado estaba
delimitado por tres montones de tierra a
modo de montañas, así que corrimos hacia atrás aquellas montañas para tener más
espacio.
Como no podía ser de otra forma, nuestro
progenitor se dio cuenta y nos pidió 100
pesetas por ese espacio ganado (¡él siempre haciendo negocios!). Se las
volvimos a pedir a nuestra madre y las pagamos gustosos.
Una vez, hace muchos años, buscando algo en el
trastero del campo, me topé
con una maceta de plástico y casualmente descubrí muchos de aquellos
indios dentro. Fue como encontrar un hermoso tesoro que me trajo un montón de recuerdos de niñez.
Quiero creer que todos aquellos indios siguen todavía
por algún lugar del trastero, porque me gustaría mucho hacer un
reportaje fotográfico con aquellos pequeños muñecos de plástico que tantos
momentos de dicha nos proporcionaron a mi hermano y a mí.
De todas formas, aunque no los llegara a ver más, me
basta con cerrar los ojos para volver a acercarme allí de nuevo, a aquel
acogedor poblado indio que descansaba a
la sombra de un olivo y del que emergía una plácida columna de humo blanco.
14 comentarios:
What an absolutely delightful walk down your memory lane! What images played through my mind as I read of your imagination and your games! You must have had such an idyllic childhood and I can see why you have such an incredible imagination now, especially when I read your Zombie Experience! Bravo, my friend, Bravo!
Ya lo he dicho otras veces, pero es que me sigue asombrando que conserves tantos recuerdos. Y me refiero tanto a los recuerdos mentales como a los materiales.
Y me sigue asombrando ese niño meticuloso, detallista, recopilador y notario, que todo lo observaba, lo anotaba y lo conservaba, como si ya entonces fueras consciente de que el día de mañana todo aquello tendría mucho valor sentimental. O simplemente porque no lo podías evitar.
Me encanta la actitud de tu madre, tomando parte en vuestros juegos de manera discreta pero con mucho amor; y de tu padre, que aprovechaba el juego para inculcaros el sentido práctico de las cosas. Y de paso dar salida a su propia imaginación y creatividad.
Una entrada preciosa, Gran Jefe Toro Sentimental (de color rojo).
No deja de sorprenderme la de cosas que conservas. Ojalá yo también lo hubiera hecho, ahora tendría mis indios y mis vaqueros jeje
RhodoQueen :
Ohh, my Aussie friend, you are so kind!! Grathias, I mean... gracias :p
There must be a very tiny man inside of me who stirs my brain and stimulates my imagination. And he must have been living there for a long time, because my interest in writing stories is almost as old as me! :D
I must say you've had a good idea talking about The Zombie Experience. It's a kind of commercial in this blog inviting people to know the other one, jajaja
Ángeles:
Gran Jefe Toro Sentimental estar tan complacido por las palabras de Pluma de Angel que él gritar feliz por la pradera.
Nuestros padres se involucraron mucho en esto de los indios. Años más tarde, Tomás se sentía un verdadero apache y mi madre le confeccionó la indumentaria de indio completa, con su penacho de plumas y todo. Mi padre, a falta de caballo, compró un burro (Platero, del que ya hablé en el blog) Imagínate lo que llegó a vivir Tomás todas sus fantasías.
En fin... ¡cuántos recuerdos! Si es que daría para más entradas.
Papa Cangrejo :
Y los disfrutarían tus pequeños cangrejos¿no?
( Bueno, no nos engañemos, tú el primero, jaja)
Nunca mando comentario por aquí porque no sé cómo hacerlo. En esta ocasión es porque me está ayudando Fran. Describes tan bien todo aquello que me haces revivirlo de nuevo y al mismo tiempo me hace sentirlo tan lejano que me da mucha nostalgia. MAMÁ.
Yo también me asombro de que hayas conservado los indios y la lista con sus nombres, no creo que haya mucha gente que guarde tantas cosas de la infancia, aunque la tuya hay que reconocerlo es muy intensa y repleta de imaginación.
Me ha resultado entrañable el comentario de tu madre, dale un beso muy fuerte de mi parte.
Y otro para tí!
Como no recordar nuestro poblado Juan... Me he reido con la lista de nombres , algunos los has rescatado de mi memoria nada mas leerlos.. otros no me acuerdo nada. El caso es que los reconocíamos al instante. Como dice Angeles, con tu "afan notarial" es como recuperar el disco duro de nuestra memoria... Por cierto no llegamos a ver en el trastero en una ocasión el cubo de plastico negro donde los guardabamos ... o lo he soñado??
Me uno a los que se asombran por la cantidad de recuerdos,materiales,que tienes.
La verdad es que con tanto traslado de casa he ido perdiendo muchos de los recuerdos,los materiales por supuesto,los mentales me los he llevado conmigo a todos lados y es una pena.porque,sobre todo,me encantaría tener mis libretas,la mayoría de mis recuerdos preciados son escritos.
Saludos!!
Que buen negocio, 1000 pesetas (mas otras cien) por un terrenito para los indios con olivo incluido.
Te acuerdas mucho de tu infancia, ¿verdad? Se nota que fue una época feliz y creativa para ti.
Saludos JuanRa.
;)
Mamá:
Un rollo esto de las nuevas tecnologías, ¿verdad? Pues tienes que aprender a dejar comentarios porque me encanta leerte por aquí.
Muchos besos, nostálgica :p
Montse:
Creo que es debido a que tanto mi hermano como yo siempre fuimos muy cuidadosos con nuestras cosas, aunque recuerdo otras muchas que no sé dónde fueron a parar. ¡Con lo chulo que sería recuperarlas!
Mi madre suele leer los comentarios, así que va a saber de tu deseo, que yo haré posible en cuanto la vea.
Muchas gracias, y otro más para ti.
Tomás :
Qué tiempos tan buenos, ¿eh, Tomás? ¿Has visto que a muchos de ellos más que ponerles nombre describíamos su actividad? El de la hoguera, el que vigila el corral, el que sube al árbol... jaja
Sí, claro, la maceta negra debe de andar por algún lado. Es cuestión de buscar a fondo y encontrarlos.
Jorge C. :
Claro, Jorge, imagino lo mucho que te gustaría poder recuperar aquellas libretas. Precisamente también conservo (y supongo que te volverás a asombrar, o quizás no tanto) los diarios y libretas de cuando era un colegial. Por aquel entonces ya se empezaba a notar el futuro bloguero cuenta historias que había en mi :p
Ana Bohemia:
Aquel negocio de las 1.100 pesetas que mi hermano y yo hicimos con nuestro padre es uno de los recuerdos más entrañables que tenemos. Y la gracia que nos hace cuando lo reocordamos hoy.
Claro que me acuerdo, Ana. Y yo diría que cada vez más (¿sospechosa señal de que me hago mayor? :p)
Me encantaría que encontrases a todos tus indios de la infancia y que hicieras un pequeño diorama para enseñárnoslo, ni te imaginas cuanta. Esta historia me ha parecido de lo más tierna y, además, yo también iba siempre con los indios. Malditos vaqueros y su tirana tecnología superior.
Siempre me ha parecido maravilloso la forma en que los indios adoptaron a los caballos como sus animales predilectos, máxime si pensamos que el primer caballo que pisó el continente americano fue el de Cristobal Colón, los indios empezaron a poseerlos en 1680 y fueron casi extinguidos en 1842. En apenas 200 años, 5 generaciones de indios a lo sumo, desarrollaron por todo norteamérica técnicas de convivencia con manadas de caballos y desarrollaron su propia técnica de doma y mota sin silla y estribos. Una maravilla lo que el respeto por la naturaleza puede conseguir.
Holden :
Ten por seguro, Holden, que cuando vuelva a dar con ellos prepararé una buena Expo Apache.
Lo nuestro con los indios era pura pasión y hacíamos por ver las pelis del Oeste por si salía alguno. La que más nos gustó fue Murieron con las botas puestas, de las pocas en la que los indios ganaban. ¡Y qué forma de ganar al general Custer!
Me ha gustado leeer estos datos históricos que aquí me dejas. Es verdaderamente admirable cómo lograron aquellos indios ser practicamente una extensión de los caballos, y correr con ellos a toda velocidad, usando al mismo tiempo sus armas sin necesitar montura siquiera.
Cuántas vidas necesitaría yo para alcanzar tal logro, me pregunto. xD
Ja ja ja. Que recuerdo más divertido JuanRa. El Gran Jefe de la Pituitaria, vuestra fuente de financiación para compra de terrenos, creo que se lo pasaba mejor vuestro padre que vosotros.
Por cierto, entre los nombres de los indios he descubierto un tal Smith, seguro que ese era un infiltrado de los vaqueros. Ja ja ja.
Seguro que lo pasaba pipa, Hitlodeo, (y no de la paz, precisamente :p) Nuestro padre venía a ser el Gran Jefe de los Terrenos en Compraventa, jajaja
Y es verdad, ¿qué hacía ese Smith ahí? A los de la Tribu Mandán se les coló un topo, fijo xD
Un abrazo
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