- ¡Ya están aquí, papá! - dijo el niño con los ojos cerrados y los dedos sobre las sienes.
- ¿Estás seguro? - Casi no reconoció su propia voz, estrangulada por el miedo.
- Sí, están muy cerca.
Sin saber por qué, intentando captar algún sonido del exterior, levantó la mirada hacia el techo de la habitación, como si fueran a irrumpir en cualquier momento perforando el tejado.
Una hora antes el lugar le pareció seguro; había bloqueado la puerta con varios muebles robustos y la ventana, aunque cubierta con un rudimentario saco clavado a la pared, era demasiado pequeña como para que pudiera entrar alguien por ella.
Ahora, sumidos en el más absoluto silencio, escasamente iluminados por una desnuda bombilla, le parecía que todas las precauciones eran insuficientes, que habría algo con lo que no habían contado.
El niño señaló el montón de cuchillos que habían traído de la cocina y que ahora, esparcidos sobre la cama, eran como el presagio de un horror inminente.
- ¿Los vas a usar? - susurró el niño.
- No va a hacer falta – mintió para tranquilizarle, sin saber qué haría realmente si fuera inevitable defenderse. - Dime… ¿eres capaz de ver cuántos son?
El niño volvió a cerrar los ojos y agachó la cabeza durante unos segundos.
- Son muchos
- Como cuántos...
- Papá, - dijo abriendo los ojos – ¡son niños!
- ¿¿Cómo que niños??
- Y ya han entrado en la casa. ¡Están a punto de encontrarnos!
Primero fue un impacto suave sobre la puerta, como el del puntapié de un ser de corta edad. A ese sonido se sumaron otros, los golpes de pequeños puños golpeando la madera. Algunos con más ímpetu, como si hubiera entre ellos niños de mayor tamaño. Pronto aquel palpitar de golpes se convirtió en un estruendo opresor.
El hombre se aproximó lentamente hacia la puerta. No se oía grito alguno, ni el más mínimo susurro, solo el retumbar de patadas y puñetazos. Le dio la impresión de que, quienes quiera que fuesen los que había al otro lado de la puerta, ni siquiera respiraban.
Retrocedió despacio y se sentó en la cama. Intentaba disimular el temblor de manos apretando los dedos.
- Papá – susurró el niño
- Dime
- Toma – dijo ofreciéndole uno de los cuchillos.
- No, deja eso ahí.
- Tienes que usarlo, papá
- No, no te preocupes, no pueden entrar.
- Van a entrar, papá, coge éste.
Los golpes empezaron a sonar con mayor intensidad, como el repentino estallido de una tormenta de granizo.
- Es que si no lo haces tú – dijo el niño con absoluta calma - lo voy a hacer yo.
El hombre cayó de rodillas. Una empuñadura negra le sobresalía de la garganta. Quedó unos segundos palpándose el cuello con manos torpes hasta que se derrumbó.
El niño se quedó mirando el reflejo de la bombilla avanzando sobre aquel oscuro mar que se extendía en el suelo, como si fuera una solitaria estrella perdida en la noche.
Los golpes en la puerta empezaron a disminuir hasta cesar por completo.
(Relato inspirado en un sueño reciente)
7 comentarios:
¿Quién puede... ¡Rayos...¿cómo era el título de la peli de Chicho...Oye, guárdate de Samuel y Aitana ¿eh Pero primero hazte un seguro con Apamen de beneficiaria...jajaj
Qué bueno. En fin, ya me entiendes, qué buen relato terrible.
Yo también me he acordado de la película a la que se refiere Anónimo en su comentario, pero en tu relato, además del misterio del comportamiento de los niños, hay otro misterio, que es el de esa capacidad visionaria del niño protagonista, lo cual lo conviere en candidato para una peli de M. N. Shyamalan, eh?
Anónimo:
¡Más me vale que esto se quede en puritita ficción!
Fíjate que al escribir esto no me acordaba yo de aquella película tan tétrica, y ahora parece la secuela de aquella (o la precuela, que también se lleva mucho :D)
¡Un saludo!
Ángeles:
Si acaso me llamara Shyamalan para llevarla al cine le propondré a Pascualito como actor. Yo creo que le encantará por esa condición suya de existir sin estar y viceversa.
Pero no, mejor no meter a nuestro Pascualito en historias chungas xD
Y yo en la primera línea pensando que venía Papanoel. Menudo susto me has metido en el cuerpo.
jajaja
Terrible historia digna de un buen demonio
Papacangrejo:
Si es que no son fechas para cuentos así, jaja! Pero comprende que por mi naturaleza diabólica me vuelva muy Grinch estos días :p
A mi también me ha recordado la peli "¿Quién puede matar a un niño?" pero aquí es peor, porque no te lo esperas, o si, viniendo de tí debería haber supuesto que nada bueno pasaba, o no, no lo sé. Ultimamente mi cerebro se va deshaciendo entre las gafas y la mascarilla y había olvidado lo bien que escribes este tipo de relatos escalofriantes.
Besos!!
Montse:
Esto de ir todo el mundo embozado con mascarillas también nos da un aire misterioso, ¿no crees? ¡Pero qué ganas de quitárnoslas para siempre!
En fin, sirva este relato entonces como un pequeño homenaje a aquella película. Aunque me parece a mi que de Chicho Ibáñez Serrador disfrutamos mucho más con su mítico concurso Un, dos tres. ¡Qué tiempos aquellos, ¿eh, Montse?
¡Gracias!
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