
Desde bien pequeños nos aficionamos a las colecciones de cromos. En el supermercado del barrio aparecía con frecuencia algún coleccionable en productos como Danone, Bimbo o Kas y nos divertía enormemente el ritual de abrir el sobre con desesperación, mirar los cromos, exclamar “¡No la tenemos!” y colocar todas las estampas en el álbum.
Recuerdo haber pegado esos cromos con distintos mejunjes cuando no teníamos pegamento, incluida una solución de agua y harina que al secarse dejaba el cromo más o menos agarrado e impregnaba el álbum de cierto olor a pan.
Otras veces utilizábamos cola de pegar zapatos (la cómoda y práctica barra de pegamento escolar de hoy en día no existía, o al menos no llegó a nuestras manos) con lo que a veces se nos pegaban las páginas de los álbumes y suponía una odisea despegarlas después.
No era fácil completar un álbum cuando había que conseguir los cromos comprando en la tienda comestibles o bebidas , pero aún así rematamos alguno.
Pero aquí viene lo mejor, lo fantástico, lo fabuloso, la alegría desbordada: había veces, muchas veces, en las que los sobres de los cromos NOS LLOVÍAN DEL TECHO!!!
Cuando menos lo esperábamos, cuando más distraídos nos encontrábamos, caían de repente, a puñados, sobre nuestras cabezas, y cubrían la alfombra, quedaban sobre las sillas, sobre la mesa, encima de un cuadro…
Entonces mi hermano y yo nos volvíamos locos de contento mientras uno recogía sobres y el otro los abría y ambos gritábamos “Ioooo, ioooo!! La tenemos… La tenemos… ¡¡ NO LA TENEMOS!!
Después, cuando nos faltaban muy pocos cromos por abrir, otra lluvia de sobres nos envolvía sin averiguar nunca de dónde procedían realmente, y otra vez el júbilo se desataba.
Detrás de toda aquella magia estaba mi padre con los bolsillos repletos de sobres de cromos, siempre preparado para hacerlos volar y caer en una lluvia que colmaba de felicidad a sus hijos.
Hoy me imagino la escena de esta manera:
Mi padre se acercaría al quiosco y diría
—¿Tiene cromos de la colección Tal?

—Sí, ¿cuántos quiere?
—¿Cuántos tiene?
Con semejante ayuda era más que lógico que completáramos muchas de aquellas colecciones.
Me atrevo a pensar que muchas de aquellas lluvias de cromos y la consiguiente ilusión de sus hijos ocurrieron a pesar de algunas de aquellas penurias y pudieron ser sus remansos de paz, sus oasis de felicidad en el marem
agnum de la vida. 

Notas:
¿Alguien sabría decirme quién es el joven de la camisa blanca del cromo?
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Todavía conservo aquellos álbumes si bien algunos necesitan sus "dosis de restauración" (Unos cuantos tienen mordiscos de ratones tras tantos años olvidados en el trastero)





No puedo dejar de sonreír al recordar esas mañanas entre semana en las que me visitaba mi amigo Juan Luís. 














