Escribí “Verdaderos Reyes” hace mucho tiempo. Rondando los veinte años de edad poco más o menos. Las tres historias están inspiradas en acontecimientos reales de mi vida o la de mi familia.
Las tenía guardadas en cuatro folios mecanografiados que he vuelto a reescribir en el ordenador
para poder publicarlo en el blog y compartirlo con todos vosotros.
Me apetecía hacerlo precisamente ahora, en víspera de Reyes.
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VERDADEROS REYES
Me apetecía hacerlo precisamente ahora, en víspera de Reyes.
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VERDADEROS REYES
ORO
Tal vez fueran sólo impresiones suyas, pero a Mendoza le parecía que cada año las largas barbas postizas que sacaba de la caja del altillo eran menos blancas, como si el tiempo se encargara de dorarlas y llevarse el níveo resplandor de antaño. Y cada año, al probarlas sobre su cara y mirarse en la luna del viejo armario del desván, llegaba a convencerse más de lo que su mujer le decía en esas fechas: “Tienes cara de Melchor de verdad”
Mientras desempolvaba la vieja corona, sonreía ensimismado en sus nostálgicos recuerdos. Los cristales de colores en ella engastados volvían a brillar con tan sólo frotarlos con un paño. Y cada falsa esmeralda, cada falso rubí lanzaba a sus ojos vivos destellos de verdaderas joyas, dispuestas a lucir sobre su cabeza ante los ojos de todos los niños que fueran a verle esa noche.
Colgada de una percha, envuelta en plástico gris, dormía la capa real, ese manto de suave terciopelo de un rojo sangrante que abrigaba su ya cansado cuerpo en esa mágica noche de enero en la que Mendoza era un Mago de Oriente durante unas pocas felices horas.
Reciente estaba aún en su memoria aquella lejana noche en que, tras mil preparativos para camuflarse entre las barbas y el maquillaje de su cara, apareciera por primera vez ante su hija Ana. La madre le había precedido ilusionada a la entrada de la habitación:
- Mira, Ana, con quién me he encontrado subiendo las escaleras. ¡Mira quién ha venido a conocerte!
Pero traspasar él la puerta y escuchar “¡Ay, papi, qué feo estás!” fue todo a un tiempo.
Abrochando su capa al cuello no pudo evitar que una furtiva lágrima escapara de sus ojos buscando refugio entre la espesa y rizada barba. ¡Cuántas veces más hubiera querido seguir escuchando la voz de aquella hija que un amargo día decidió llevarse Dios!
Nunca quiso plantearse Mendoza el porqué de aquel fatal destino ni dejó jamás de llenar un poco de ilusión el corazón de tantos niños que ya no pudo tener.
Por eso, el cinco de enero era para el viejo gemelo de Melchor, un día sagrado, un día en el que, desde lo alto de su carroza, ignoraba los porqués que osaban tímidamente a asomarse a su alma y sentía profundamente que era padre otra vez.
Tras colocarse unos guantes blancos y calzarse las eternas botas de tacones desgastados, descendió con cuidado las escaleras del desván.
Su esposa sonrió al mirarle
- La misma cara de Melchor.
Tal vez fueran sólo impresiones suyas, pero a Mendoza le parecía que cada año las largas barbas postizas que sacaba de la caja del altillo eran menos blancas, como si el tiempo se encargara de dorarlas y llevarse el níveo resplandor de antaño. Y cada año, al probarlas sobre su cara y mirarse en la luna del viejo armario del desván, llegaba a convencerse más de lo que su mujer le decía en esas fechas: “Tienes cara de Melchor de verdad”
Mientras desempolvaba la vieja corona, sonreía ensimismado en sus nostálgicos recuerdos. Los cristales de colores en ella engastados volvían a brillar con tan sólo frotarlos con un paño. Y cada falsa esmeralda, cada falso rubí lanzaba a sus ojos vivos destellos de verdaderas joyas, dispuestas a lucir sobre su cabeza ante los ojos de todos los niños que fueran a verle esa noche.
Colgada de una percha, envuelta en plástico gris, dormía la capa real, ese manto de suave terciopelo de un rojo sangrante que abrigaba su ya cansado cuerpo en esa mágica noche de enero en la que Mendoza era un Mago de Oriente durante unas pocas felices horas.
Reciente estaba aún en su memoria aquella lejana noche en que, tras mil preparativos para camuflarse entre las barbas y el maquillaje de su cara, apareciera por primera vez ante su hija Ana. La madre le había precedido ilusionada a la entrada de la habitación:
- Mira, Ana, con quién me he encontrado subiendo las escaleras. ¡Mira quién ha venido a conocerte!
Pero traspasar él la puerta y escuchar “¡Ay, papi, qué feo estás!” fue todo a un tiempo.
Abrochando su capa al cuello no pudo evitar que una furtiva lágrima escapara de sus ojos buscando refugio entre la espesa y rizada barba. ¡Cuántas veces más hubiera querido seguir escuchando la voz de aquella hija que un amargo día decidió llevarse Dios!
Nunca quiso plantearse Mendoza el porqué de aquel fatal destino ni dejó jamás de llenar un poco de ilusión el corazón de tantos niños que ya no pudo tener.
Por eso, el cinco de enero era para el viejo gemelo de Melchor, un día sagrado, un día en el que, desde lo alto de su carroza, ignoraba los porqués que osaban tímidamente a asomarse a su alma y sentía profundamente que era padre otra vez.
Tras colocarse unos guantes blancos y calzarse las eternas botas de tacones desgastados, descendió con cuidado las escaleras del desván.
Su esposa sonrió al mirarle
- La misma cara de Melchor.
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INCIENSO
INCIENSO
.Gabriel desempañaba los cristales de la ventana con la manga de su abrigo, pero cuando acercaba la cara para mirar el exterior se volvían a empañar con el vaho de su aliento. Hacía frío afuera. Mucho frío.
Sobre la mesa camilla de la salita, junto a un pequeño ramo de verde muérdago y unas nueces, descansaba la carta que su hijo acababa de escribir a los Reyes Magos. Se acercó para leerla.
Una amplia sonrisa fue creciendo en su cara mientras descifraba la grotesca caligrafía del pequeño y admiraba los dibujos del final en los que su hijo había retratado a los tres monarcas con sus nombres escritos debajo.
“Ahí estoy yo” - se dijo arqueando las cejas al mirar la figura de Gaspar.
Se dirigió a un cajón y sacó un sobre.
En su cuarto de juegos encontró a su hijo Raúl mirando calladamente las estampas de un álbum. Cuando el niño se percató de su presencia desvió la mirada hacia el sobre que su padre traía en las manos.
- ¿Es que no vas a tirar tu carta al buzón, Raúl?
El pequeño hizo una desganada mueca con los labios, miró a su padre de forma inquisidora y siguió pasando las hojas del álbum.
- ¿Qué pasa? - preguntó el padre, extrañado.
- Jorge me ha dicho que los Reyes Magos no existen, que son los padres los que compran los juguetes.
- ¿Quién es ese Jorge?
- Uno de mi clase
- Oh - fingió lamentar Gabriel largamente - ¡Qué pena me da ese Jorge! ¡Pobre niño!
Su hijo le miró atónito, sin saber a qué venía el lamento de su padre
- ¿Sabes lo que le pasa a ese Jorge, Raúl? - prosiguió - Pues que ha dejado de creer en los Reyes Magos y entonces Melchor, Gaspar y Baltasar, que todo lo saben, han dicho: “A Jorge no tenemos que visitarle porque ya no nos quiere”
Tras una pausa, su padre preguntó:
- ¿Tú les quieres?
Raúl asintió en silencio, moviendo con fuerza su cabeza.
- ¡Qué suerte tienes! - prosiguió su padre- A ti también te quieren entonces, porque tú sí crees en ellos. A ti te traerán regalos los Reyes Magos; a Jorge se los habrán de comprar sus padres porque el pobre ya no cree en los buenos Reyes Magos. Ahora ya lo sabes, Raúl: siempre que creas en ellos, ellos vendrán.
El niño sonrió mirando a su padre. Súbitamente dejó el álbum a un lado, le arrebató el sobre de las manos y salió corriendo hacia el salón.
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Sobre la mesa camilla de la salita, junto a un pequeño ramo de verde muérdago y unas nueces, descansaba la carta que su hijo acababa de escribir a los Reyes Magos. Se acercó para leerla.
Una amplia sonrisa fue creciendo en su cara mientras descifraba la grotesca caligrafía del pequeño y admiraba los dibujos del final en los que su hijo había retratado a los tres monarcas con sus nombres escritos debajo.
“Ahí estoy yo” - se dijo arqueando las cejas al mirar la figura de Gaspar.
Se dirigió a un cajón y sacó un sobre.
En su cuarto de juegos encontró a su hijo Raúl mirando calladamente las estampas de un álbum. Cuando el niño se percató de su presencia desvió la mirada hacia el sobre que su padre traía en las manos.
- ¿Es que no vas a tirar tu carta al buzón, Raúl?
El pequeño hizo una desganada mueca con los labios, miró a su padre de forma inquisidora y siguió pasando las hojas del álbum.
- ¿Qué pasa? - preguntó el padre, extrañado.
- Jorge me ha dicho que los Reyes Magos no existen, que son los padres los que compran los juguetes.
- ¿Quién es ese Jorge?
- Uno de mi clase
- Oh - fingió lamentar Gabriel largamente - ¡Qué pena me da ese Jorge! ¡Pobre niño!
Su hijo le miró atónito, sin saber a qué venía el lamento de su padre
- ¿Sabes lo que le pasa a ese Jorge, Raúl? - prosiguió - Pues que ha dejado de creer en los Reyes Magos y entonces Melchor, Gaspar y Baltasar, que todo lo saben, han dicho: “A Jorge no tenemos que visitarle porque ya no nos quiere”
Tras una pausa, su padre preguntó:
- ¿Tú les quieres?
Raúl asintió en silencio, moviendo con fuerza su cabeza.
- ¡Qué suerte tienes! - prosiguió su padre- A ti también te quieren entonces, porque tú sí crees en ellos. A ti te traerán regalos los Reyes Magos; a Jorge se los habrán de comprar sus padres porque el pobre ya no cree en los buenos Reyes Magos. Ahora ya lo sabes, Raúl: siempre que creas en ellos, ellos vendrán.
El niño sonrió mirando a su padre. Súbitamente dejó el álbum a un lado, le arrebató el sobre de las manos y salió corriendo hacia el salón.
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MIRRA
.Lo más pesado era soportar el maquillaje en la cara durante tantas horas, porque el turbante le hacía sudar, el sudor le producía picor y el picor le declaraba la guerra a su paciencia. Claro que, era la paciencia la que siempre salía victoriosa finalmente.
“Paciencia, paciencia, hijo mío - le solía decir su padre - que en esta vida todo llega. Todas las ilusiones se pueden cumplir algún día”
- Animo, Valeriano, - le espetaba su socio, que hacía las veces de maquillador y de sastre al mismo tiempo - ya sólo me falta pintarte el cuello y te largas. Esto de maquillarte la cara me pone más negro a mí que a ti. ¡Eres un quejica!
Y Valeriano seguía refunfuñando y pensando que aún tenía que ir a los almacenes, recoger a su mujer, llevarla a casa de su suegra para que recogiera a los niños y los llevara a la cabalgata. Entonces él podría trasladar los juguetes desde el coche a sus habitaciones y correr para llegar a tiempo de ser él mismo, el Rey Baltasar, el que saludara a sus hijos desde la carroza.
Era, desde luego, un ajetreo, una tarde con muchas prisas, pero … ¡qué ajetreo y qué prisas tan formidables!
Era Valeriano un niño de apenas seis años cuando pidió a los Reyes Magos un caballo de verdad. Soñó con el animal muchas noches, y, a pesar de las advertencias de sus padres de que era muy difícil que pudieran los reyes traer algo así, la víspera de tan deseado día imaginó un gran caballo negro en el patio, comiéndose las macetas de su madre.
Ni tan siquiera había despuntado el sol cuando se apresuraba hacia el patio pensando que le daba igual si el caballo era negro o blanco siempre y cuando corriera mucho y él lo pudiera cabalgar.
Su decepción fue enorme cuando bajo la claridad del alba encontró el patio vacío y las macetas intactas. Allí no había caballo alguno.
Al pie de una ventana sus ojos toparon con una peonza, unos tallos de regaliz y un pequeño caballo de cartón.
Durante el tiempo que pasó llorando no imaginaba que ese caballo de cartón haría las delicias de su niñez y que sería su juguete favorito durante muchos años.
Hoy sonreía Valeriano al pensar que ningún otro juguete le gustó tanto como aquel caballito de sus recuerdos, que, de todas formas, también comía de las macetas de su madre.
Antes de partir corriendo para la cabalgata, Valeriano se tropezó con su reflejo en el espejo del recibidor. Por toda la casa flotaba una fragancia especial a mazapanes y resina de pino. Contrastando con la oscura pintura de su cara resaltaban sus ojos y dientes.
- Oh, padre - se dijo - claro que todo llega en esta vida. Y este momento tan dichoso no puede compararse a ninguno.
Y cerró la puerta quejándose del picor en el cuello.
“Paciencia, paciencia, hijo mío - le solía decir su padre - que en esta vida todo llega. Todas las ilusiones se pueden cumplir algún día”
- Animo, Valeriano, - le espetaba su socio, que hacía las veces de maquillador y de sastre al mismo tiempo - ya sólo me falta pintarte el cuello y te largas. Esto de maquillarte la cara me pone más negro a mí que a ti. ¡Eres un quejica!
Y Valeriano seguía refunfuñando y pensando que aún tenía que ir a los almacenes, recoger a su mujer, llevarla a casa de su suegra para que recogiera a los niños y los llevara a la cabalgata. Entonces él podría trasladar los juguetes desde el coche a sus habitaciones y correr para llegar a tiempo de ser él mismo, el Rey Baltasar, el que saludara a sus hijos desde la carroza.
Era, desde luego, un ajetreo, una tarde con muchas prisas, pero … ¡qué ajetreo y qué prisas tan formidables!
Era Valeriano un niño de apenas seis años cuando pidió a los Reyes Magos un caballo de verdad. Soñó con el animal muchas noches, y, a pesar de las advertencias de sus padres de que era muy difícil que pudieran los reyes traer algo así, la víspera de tan deseado día imaginó un gran caballo negro en el patio, comiéndose las macetas de su madre.
Ni tan siquiera había despuntado el sol cuando se apresuraba hacia el patio pensando que le daba igual si el caballo era negro o blanco siempre y cuando corriera mucho y él lo pudiera cabalgar.
Su decepción fue enorme cuando bajo la claridad del alba encontró el patio vacío y las macetas intactas. Allí no había caballo alguno.
Al pie de una ventana sus ojos toparon con una peonza, unos tallos de regaliz y un pequeño caballo de cartón.
Durante el tiempo que pasó llorando no imaginaba que ese caballo de cartón haría las delicias de su niñez y que sería su juguete favorito durante muchos años.
Hoy sonreía Valeriano al pensar que ningún otro juguete le gustó tanto como aquel caballito de sus recuerdos, que, de todas formas, también comía de las macetas de su madre.
Antes de partir corriendo para la cabalgata, Valeriano se tropezó con su reflejo en el espejo del recibidor. Por toda la casa flotaba una fragancia especial a mazapanes y resina de pino. Contrastando con la oscura pintura de su cara resaltaban sus ojos y dientes.
- Oh, padre - se dijo - claro que todo llega en esta vida. Y este momento tan dichoso no puede compararse a ninguno.
Y cerró la puerta quejándose del picor en el cuello.
REENCUENTRO CON LA INFANCIA
Allí estaban Mendoza, Gabriel y Valeriano, o lo que es lo mismo, Melchor, Gaspar y Baltasar, sentados en los tronos de sus carrozas con el corazón henchido de gozo al sentirse observados por los cientos de rostros de niños ilusionados que chillaban, reían y llamaban a gritos a sus reyes favoritos. Allí estaban las múltiples manos revoloteando enfundadas en pequeños guantecitos, los rostros semicubiertos por bufandas, las bengalas encendidas, los fuegos artificiales en la noche, la música, la algarabía de un momento feliz.
Allí estaban los pequeños niños Jesús del siglo XX, con los mismos gestos, los mismos anhelos, las mismas ilusiones de todos los niños a través de los siglos.
Y entre toda la multitud de cortos abrigos y caras sonrosadas buscaba Mendoza a su hija Ana, que sin duda saludaba a su padre y le gritaba “Qué feo estás, papi, con esas barbas…”
Y lanzaba Melchor caramelos. “Benditos niños”
Y entre toda la multitud de botones hasta el cuello y orejitas frías Raúl regañaba mentalmente a su amigo Jorge por no creer en los Reyes Magos y le decía que era un tonto y un pobre.
Y lanzaba Gaspar caramelos. “Benditos niños”
Y entre toda la multitud de zapatos de charol y dientes mellados no podía ni imaginar el hijo de Valeriano que al día siguiente contemplaría un caballo blanco de verdad que los Reyes Magos le traían ...porque todo llega en esta vida.
Y también Baltasar lanzaba caramelos. “Benditos niños”
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21 comentarios:
Cuando tenga un momento me leeré la entrada con calma, pero ahora estoy aquí para decirte que no soy el único que empieza bien el año; en mi blog tienes un premio, que espero que pases a recoger pronto.
Felicidades y hasta pronto ;)
Es todo un honor que compartas con nosotros estos textos.
Un fuerte abrazo desde el Otro Lado
magnificas.. y decir que las tenias por ahí olvidadas!!
Feliz año nuevo desde málaga.
saludos y buenas imagenes para este año.
Apenas recordaba esta historia y me he emocionado muchìsimo releyendola.Ya que has abierto el baùl de tus historias olvidadas,me acuerdo de una especialmente...Desde los ojos de Nazario...que tambièn es en època de Navidad.Me encantarìa volver a leerla...algùn dìa...Preciosa historia y muy buena elecciòn en tu foto de enero.
Chapeau!. Me han gustado las historias, y más proviniendo de un diablo ;)
Jo, Peibol, qué gustazo. Cuando me pregunten qué me han traído los Reyes diré: ¡Un premio!
Muy agradecido, amigo.
Tenía mis dudas, Borja sobre si llegarían mis historias al otro lado. Ahora tú me confirmas que sí y yo me alegro.
Un saludo.
Gracias Paco, y Feliz Año Nuevo con mágicas instantáneas para tí también.
Sister, buena memoria la tuya. Claro que podrás leer aquello en el blog algún día y más si me lo pides tú.
Hiciste tan buenas fotos estas fiestas que no me hubiera equivocado con ninguna.
Un beso.
BoliBic, ríos de tinta se han escrito sobre la mala fama del diablo pero yo te digo que todo depende del color del Bic cristal con el que se mira.
Gracias. Un saludo
Tomas dijo: No recordaba haber leido esto antes, pero me ha encantado, y aunque te extrañe de mi, me ha tocado la fibra sensible, porque por alguna razon, ver a esos niños amontonados nirando a los reyes con guantecitos diminutos y narices frias me evoca un sentimiento dificil de explicar, y al leerlo de nuevo lo he sentido.
La historia del caballito la he vivido yo personalmente, en lo único que cambia es que en mi caso fué una vaquita de cartón. Es el juguete que recuerdo con mas cariño a pesar de que yo habia pedido un hermosisimo toro que estaba expuesto en un establecimiento que se llamaba "Muebles Flori". Mis padres ante mis sollozos por la decepción me dijeron que todo se debia a que no habia puesto algo de comida para los caballos de los reyes. La verdad es que por aquellos tiempos los pobres estaban mas limpios que carracuca.
Ya, en cada año, nunca faltó algo de paja. Me la regalaba el encargado de los caballos de la funeraria que habia cerca de mi casa, pero los tiempos de necesidad duraron mas que mi niñez y los regalos siguieron siendo humildes.
Coincido con Ana en que deberias publicar "Desde los Ojos de Nazario".
Me ha encantado esta historia. Precisamente el sentimiento que transmite es el que hace que la Navidad ,a pesar de todos sus aspectos negativos, siga valiendo la pena por todas estas connotaciones. Asusta ver cómo hace tan poco nosotros eramos los niños con los guantes y bufandas...FRAN
jo, si es que la ilusión es lo mejor de esta vida.. preciosas historias, te ha tocado ponerte la barba ya alguna vez?
¿Y por qué me iba a extrañar, Tomás En absoluto.
Sí, Pichiri/Papá, la historia del caballo esta inspirada en tí. Me impactó mucho cuando me la contaste.
Por cierto, en todo este tiempo siempre olvido preguntarte qué significa eso de Pichiri. Tomás dice que es de la película Historias de la radio. ¿Es así?
Fran, desde que escribo este blog y cuento cosas de ayer, de anteayer y del año la polca tengo un nosequé en la cabeza sobre el paso del tiempo que me desasosiega un poco.
Tendré que contar cosas de pasado mañana para compensar...
Gracias Géminis. No, no me he disfrazado de Rey Mago todavía, pero si tuviera que hacerlo me esforzaría en ser creíble. Porque lo que no puede ser es lo que ocurrió en esta pasada cabalgata en Yecla. Mi hijo aguardaba con ganas a que pasara Baltasar, su favorito. Y cuando lo vio llegar exclamó: "¿Ese es Baltasar?¡Qué raro!" Cuando miré se me cayó el alma a los pies al ver a una mujer con una pintura en la cara que pretendía ser negra pero parecía vainilla.
¿Tanto les cuesta hacer un Baltasar creíble?
Qué bonitas las tres historias. Mi padre también me decía que a los listillos les tenían que comprar los regalos sus padres porque no creían, je,je.
A mí me repateó el hígado enterarme de que eran los padres. Durante mi infancia, cada vez que el mago se empeñaba en enseñarme el fondo de la chistera sin que yo se lo pidiese, sentía que perdía algo de magia en mi vida. Luego tienes hijos y la recuperas.
Precioso relato. Cargado de sentimientos muy reales.
Enhorabuena!
Un millón de besos!
Hola Juanra. Sí, lo de "Pichiri" es de "Historias de la Radio". Precisamente el otro dia en mi adorada RNE pusieron un fragmento de esa película donde un concursante decía ser "Pichirri" (creo que era con "rr"), el primer futbolista en marcar un gol en no se cual campo de futbol...
Por cierto, hablando de Reyes, una pregunta al diablo: Por que en el famoso villancico dice "...Holanda ya se ve, ya se ve...". Hale, chúpate esa. Espero que no me defraudes... Un abrazo.
This is so beautiful, Diablo, pure poetry...
Muchas gracias Io por tus elogios. Y por supuesto, que no nos quiten nunca la magia de la vida. Es mucho más bonito creer.
Hola Txema He investigado acerca del acertijo que propones y creo que la clave reside en los "camellos", que siempre van "cargados". Todos sabemos que Holanda es un paraíso del cargamento... Espero que mi respuesta te satisfaga
Thanks Songbird. One always writes to please. And you're always there to listen to other kinds of songs.
Take care!
Con respecto al acertijo de Holanda, no tengo ningún antecedente en que fundarme, pero si en ello fuera mi vida, diria que se debe a unas terribles inundaciones que tuvo antaño por un problema con sus diques de contención. Una vez resuelto el problema empezó a cantarse esa cancioncilla. Txema ¿He acertado?. Si es afirmativo, aseguro que es pura intuición.
Dije que me leería la entrada con calma y así lo he hecho; sólo puedo decir una cosa: ES PRECIOSA.
Ole, ole y ole. Dices que te llama la atención cómo siendo yo tan joven pueda escribir tan bien; si escribiste esto a los veinte años me quito el sombrero, maestro. Me ha encantado.
♦Pichiri, Txema no contesta.
♦Jo, Peibol, muchos comentarios como éste y me tienen que rescatar en alguna nube.
Muchas gracias y un abrazo.
Yo creo que la solución al acertijo de Holanda ya se ve, ya se ve... que propone Txema Rico debe ser porque se trata de uno de los países más llanos del mundo estando casi a nivel del mar y sin ninguna colina...Si Holanda ya se ve es que deben estar muy cerca ya, jajaja, es sólo una suposición. FRAN
Qué preciosidad...aunque me dejas triste. Y es que los Reyes Magos a mí me dejan esa sensación de melancolía, cosa que debe ser igual a la felicidad perdida.
Mi padre también tuvo un caballo de cartón cuando era niño, allá por los años cuarenta y a mis abuelos les debió costar bastante sacrificio podérselo comprar. Estas cosas también me llenan los ojos de lágrimas.
Que falta la historia del cuarto Rey Mago que bien podría llamarse JuanRa y que venía de Levante ¿no?
carlos
Sí, Carlos, algo hay en esa mágica noche de los Reyes Magos que también a mi me pone triste. Quizás venga dada al pensar en algunas de esas historias que conocemos, de padres que se sacrifican por complacer las ilusiones de sus hijos. Más duro aún será el no tener nada que ofrecerles; eso sí que me acongoja muchísimo.
El cuarto rey del lejano Levante, jaja. Yo llevaria unas birras en vez de mirra :p
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