13 de octubre de 2015

TAN DE VERDAD

Don Ramón Callejas tenía una gran virtud y un gran defecto. 
La virtud estribaba en su enorme capacidad para escribir mucho y bien. Era un escritor consagrado que había publicado decenas de novelas y ensayos con un notable éxito. El defecto, por llamarlo de alguna forma, era que no tenía secretos para con nadie, que decía todo lo que pensaba y revelaba todo lo que escribía.

En el momento en que os hablo de él, se encuentra en un café con un amigo.

- Hace tiempo que no publicas nada, Ramón, ¿no andas inspirado?
- ¡Qué va, Miguel! ¡Al contrario! Estoy ahora con una gran historia. Creo que va a ser mi mejor novela. He conseguido un realismo tal, que a mí mismo me maravilla. De verdad, nunca me había ocurrido algo así. Los personajes son tan de verdad que…
- ¿Qué título tendrá?
- Los amores de Álvaro y Francisca. Y como te digo, es todo tan real que... bueno, ¿por qué no te pasas por casa y lo compruebas tú mismo?

Con el transcurrir de los días, ese fue el tema en casi todas las tertulias y corrillos del café: Don Ramón estaba escribiendo un nuevo libro.
Los que presumían de conocerle bien, intentaban impresionar a los demás con alguna resonante novedad.
- Me dijo que estaba en sus últimos capítulos, que casi la tiene terminada. Lástima que sea tan mayor y vaya tan lento...
- A mí llegó a decirme que los personajes eran tan reales que habían cobrado vida propia – y rieron todos.
- Pues a mí me comentó que tuvo que romper unos folios porque uno de los personajes se le puso rebelde y no terminaba de actuar como él quería.
- Este Don Ramón está algo gagá, ¿no creen?
- Hace unos días, tomando un café juntos, me comentó que a veces sus personajes hablan todos a la vez. Yo le dije que tuviera cuidado con no marear a los lectores.
Todos rieron de nuevo, pero tuvieron que aplacar de inmediato su júbilo pues en esos momentos entraba el aludido.

- Buenos días, Don Ramón
- Buenos días a todos – contestó mientras se quitaba el abrigo con dificultad.
- ¿Cómo va su novela?
- Pues... iba muy bien, pero ahora... no sabría decirles. Esta noche apenas he dormido.
- ¿Estuvo usted escribiendo?
- No, discutiendo

Todos quedaron mudos esperando una aclaración. De todos era sabido que Don Ramón vivía solo. Tras sentarse delante de su café, prosiguió el escritor.

- Pues sí, los personajes no se deciden por cuál debe ser el final de la novela. Yo les he dado mi opinión, pero algunos no la aceptan. Al final, entre unas cosas y otras me acosté tardísimo.

Todavía transcurrieron unos años sin que nadie viera publicada la nueva novela de Don Ramón. De hecho, aquel interés por ella se había diluido mucho tiempo atrás, de la misma forma en que el escritor había ido abandonando su vida social, de una manera gradual, por muy pocos advertida.

No dejó, no obstante, de sentirse acompañado, pues en esos años posteriores a su paso por el café, otros curiosos le rodeaban y le observaban al hablar. Don Ramón les consideraba sus amigos, aunque estos no habían oído hablar de él jamás.

- Cuando la termine verán ustedes que es una obra maravillosa.

Don Ramón contemplaba esos rostros de mirada perdida y comprendía que era inútil intentar que le entendieran los compañeros de aquel manicomio, pero su única esperanza era hablarles como a personas normales, para no terminar siendo uno de ellos.

- Ya lo verán… ¡maravillosa!

A veces le visitaba algún contertulio del viejo café, pero ya no le preguntaban por su novela.

Una soleada tarde de otoño fueron a visitarle una pareja de novios. Preguntaron por él y una enfermera les acompañó a la gran cristalera por la que Don Ramón contemplaba sereno el exterior. Pero Don Ramón no les reconoció. Por mucho que se identificaron como Álvaro y Francisca y le hablaron de la novelara, él ya no se acordaba de nada.

Le dijeron cuánto habían deseado que volviera después de tantísimos años, y que ya se habían decidido por el final de la obra, y que debía acabarla pues era extraordinaria.

Pero Don Ramón volvió a mirar los campos soleados que se perdían en el horizonte tras el ventanal, y sus ojos nadaban tranquilos en la nada.

Cuento escrito en el año 1999

8 comentarios:

Montse dijo...

Es un relato de esos con final inesperado que tanto me gustan, me recuerda un poco a la famosa obra de Pirandello "Seis personajes en busca de autor" pero al revés, aquí es el escritor el que es llevado a la locura por sus personajes o incomprendido por todos, porque ya se sabe que del genio a la locura sólo hay un hilo.
Bien escrito, intrigante y con excelente final ¡eres un genio, JuanRa! pero andate con cuidado no te me vayas a volver loco, jaja.
Un besito.

Anónimo dijo...

¡Qué pobres, Álvaro y Francisca! Ahora que se habían decidido por fin a casarse, ser felices y comer muchas perdices, su creador no puede hacer que se cumpla su deseo. Son ellos los más perjudicados y más penita dan ¿no?.
Igual, esto mismo ha sucedido entre Dios y sus criaturas: en algún momento se nos volvió majareta y por eso nuestros destinos son tan inciertos y tan diferentes, muchas veces, a los que desearíamos.
Aunque,no; nuestras peripecias tienen siempre un final. Entonces, ¿sería deseable que,como Don Ramón, dejara la obra sin concluir?.
Juan Ra ¡tienes más cuentos que Callejas! Y me encanta que nos los vayas poniendo.
carlos

Crónicas de una Española en Viena dijo...

Un relato tristes y lleno de ternura.Ha mantenido mi interés hasta el asombroso final. Enhorabuena.

Papacangrejo dijo...

Que pena! :(

Ana Bohemia dijo...

Un relato muy bueno, lo he devorado, aunque es verdad que el final te deja un regustillo un poco amargo, aún así genial, sobre todo el personaje de Ramón, muy naturales las conversaciones.
Un gusto leerte
;)

Ángeles dijo...

Como la literatura y sus aledaños están llenos de magia, es natural que los personajes de don Ramón cobraran vida, y que se pusieran un poquito exigentes y caprichosos. Toda criatura se enfrenta alguna vez a su creador.
Pero, aparte de esto, me parece que tú, en este cuento, también creaste unos personajes tan de verdad que nos han encandilado y emocionado, y a mí casi me ha parecido que podría ir a visitar a don Ramón, convencido de que está allí.
Y ya puestos a imaginar y a convencerse de cosas, me he hecho creer que don Ramón y don Robert (Walser) han coincidido en el mismo manicomio, han hecho amistad y salen juntos de paseo a charlar de sus cosas, tan contentos ;)

hitlodeo dijo...

Es como una metáfora de la vida real, los mediocres no saben reconocer al genio y acaban encerrándolo tomándolo por loco.

Escrita hace 16 años. Ya despuntaba tu imaginación.

JuanRa Diablo dijo...

Muchas, pero que muchas gracias a todos ustedes por sus palabras. De repente he pensado en este blog como una novela en constante evolución, y todos ustedes los personajes que la van poblando, personajes reales pero al mismo tiempo por mí imaginados. Y todos maravillosos, claro.

Pero no, a mi no me vais a volver loco, ¿eh? Mirad que cierro el libro de golpe y os dejo más planchados que una corbata!