—Han abierto una tienda de padres en la calle Colón —empiezo a decirle a Aitana— donde venden padres serios que no hacen tonterías.
Ella me mira con media sonrisa, porque ya sabe por dónde voy.
—Hazme caso —sigo diciendo—. Deberías pasar y mirar el escaparate. Creo que ahora están en oferta.
La primera vez que se lo dije me respondió que no iba a pasar porque "a mí me gusta que mi papi sea payasete".
No podía haber argumentado mejor.
En mi familia siempre he sido (y sigo siendo) al que más le gusta hacer el tonto. Me gusta reírme de todo, incluso de mí mismo. Ya era el más "pavo" en casa con mis hermanos y, como parece que esto no tiene cura, sigo siendo el guasón de mi familia.
La que mejor me entiende es Aitana. No es que llegue a mis niveles de pavancia, pero sí le gusta reír y me sigue las bromas mejor que nadie.
La verdad es que me parece mentira que yo empezara este blog cuando ella iba a la guardería (¿Quién peina a Aitana?) y que hoy siga escribiendo sobre ella ¡cuando faltan dos meses para que llegue a su mayoría de edad!
¡Que alguien le diga al tiempo que eche un poco el freno, gensanta!
Ya pasó aquella época en la que nuestros hijos venían con nosotros allá donde fuéramos. Ahora están en esa etapa con grupo de amigos y de querer salir con ellos.
¿Planes con los padres? Estoo... ¡Mejor otro día!
Y sí, lo reconozco, a veces echo de menos a aquellos pollitos detrás de la gallina.
Le comentaba a Aitana que quería escribir una entrada sobre lo mucho que nos reímos a veces, por si me podía ayudar recordando momentos de grandes carcajadas.
—¿Te acuerdas —me dijo— de cuando jugamos al "Un, dos, tres" yendo a Granada?
Aquello fue bueno. Para que las horas en coche no se nos hicieran tan pesadas nos dio por jugar al mítico concurso de la tele.
—Por 25 pesetas, díganme nombres de animales en los que te podrías subir encima, como por ejemplo: el caballo.
—El caballo.
—El burro.
—El elefante...
Pero después de preguntas y más preguntas clásicas y convencionales, nos dio por ponernos absurdos y poco a poco nos fuimos emborrachando de tontería.
—Por 25 pesetas, díganme nombres de cosas que sean rojas pero no lo parezcan, como por ejemplo: mi amor por ti.
Y hala, ¡a explotar de risa!
—Elijan otro sobre... Muy bien. Por 25 pesetas, díganme nombres de señales que indiquen contrariedad, como por ejemplo: No gires si no estás seguro.
Y otra vez carcajadas hasta saltar las lágrimas.
Al final Apamen y Samuel nos miran como si fuéramos chalaos sin remedio.
También me dijo Aitana que se reía tanto con los mensajes que le mando al móvil cuando sale los fines de semana, que empezó a guardarlos. No es que sea yo un padre controlador, pero no puedo evitar sentir inquietud si tarda mucho y le envío cosas así:
"¿Cuáles son tus planes de futuro inmediato?"
"¿Qué faltate? ¿Demasía o razonable?"
"Ya de sleeping, ¿no?"
"¡Qué! ¿Encaminaíca a una retirada?"
"Cuando calcules vuelta a tu hogar, hazlo saber"
"¿Cómo andamos de retornancias?"
"Baby, no me tardes en come back"
"Aitana, ¿qué aproximación de llegancias manejas?"
"Recuerda que existe un caminito a casa con camita y tal"
"¿Tienes en cuenta tu hogar y sus costumbres?"
—También puedes contar —me dice Aitana— lo de aquella vez repasando Historia...
—¡Ah, claro!
Tenía un examen y me pidió que le tomara la lección. Y se puso a recitar bla-bla-blá, bla-bla-blá... y de momento dijo:
—Y se llevó a cabo... el no sé qué de Schlieffen.
Y al mirar los apuntes veo " el Plan de Schlieffen"
—Pero vamos a ver —exclamé—, ¡¿TE ACUERDAS DE SCHLIEFFEN Y NO TE ACUERDAS DE PLAN!?
Y la risa fue creciendo y creciendo hasta terminar los dos por los suelos.
Y hasta aquí la primera entrada de 2025, con la colaboración especial de la niña de mis ojos.