El otro día redescubrí en YouTube una canción que me encantaba cuando tenía quince años: Stop and take the time to smell the roses, de Ringo Starr.
Es posible que aún la tenga
grabada en alguna cinta VHS. Me refiero a aquellas cajas negras prehistóricas,
con una pegatina blanca en la que solía escribir con rotulador: «VARIOS. NO
BORRAR».
No he vuelto a revisar
aquellas cintas, que duermen mudas y polvorientas en algún altillo, pero las
repasé tantas veces que, si me concentro, podría enumerar
buena parte de lo que en ellas grabé:
Especiales de Martes y 13,
gags cómicos de Rosa María Sardà, actuaciones de Mecano, de Ana Belén, de Matia
Bazar, de los Bee Gees… Y, por supuesto, todo, todo, todo lo que saliera sobre
ABBA.
Recuerdo incluso un documental
sobre ratas —bastante desagradable— que desentonaba entre tanta música, pero
que nunca quise borrar.
Compruebo hoy que el videoclip de Ringo es de 1981. En la tele convivían entonces La Clave, Mazinger Z, Verano azul, El show de Benny Hill…
En la radio sonaban Bette Davis eyes, Video killed the radio star, De niña a mujer —que Julio Iglesias dedicó a su hija— o De Do Do Do, De Da Da Da, de The Police, que fue el primer grupo del que me compré un LP. (Madre mía, hoy no me queda más remedio que sonar a viejuno).
Para reproducir todo lo grabado teníamos el legendario Nordmende, que mi padre compró aquel año —o quizá el anterior—. Un armatoste que parecía diseñado por ingenieros soviéticos, con teclas enormes —PLAY, STOP, REW, FF, REC— que había que apretar con decisión, como si fueras a lanzar un misil desde un submarino.
Recuerdo que aquel aparato tardaba
unos segundos en empezar a grabar, tras escucharse un par de CLACS mecánicos
que venían a decir: «Oye, no me metas prisa, que necesito mi tiempo».
Con la práctica aprendí que,
si quería que la canción quedara entera, tenía que pulsar PLAY y REC antes de
que empezara a sonar, porque don Nordmende, prisa, lo que se dice prisa, no
tenía.
Lo mejor era el mando a distancia… con cable. Sí, cable. Un cordón gris y largo que salía de un lado como el cordón umbilical de un alien. El mando era plateado, con el frontal azul, y tenía un aire espacial, como de un Star Trek de andar por casa. Aquel artefacto te daba libertad… para moverte dos metros, si tenías cuidado de no tropezar.
Tan grande fue la emoción de estrenar aquella maravilla, que el mismo día que la trajeron ya grabamos la película que daban en la tele: La reina virgen.
Creo que la emitieron un sábado por la tarde. Era una película de época protagonizada por Jean Simmons. Al día siguiente volvimos a verla, y ahora estoy seguro de que fue por el puro asombro de haberla capturado. De comprobar que lo que había salido por la tele se podía volver a ver.
Pura magia.
Y hablando de magia… al volver a ver a Ringo, tantas décadas después, ahora en la pantalla plana del ordenador —sin peso, sin botones, sin CLACS—, me asaltaron de golpe todos los recuerdos de aquella época. De los ochenta. De mi yo de quince años. De cuando los videoclips eran hipnóticos, porque la música no solo se escuchaba: también se veía.
Y cuántas veces no vería yo aquel videoclip, que lo recordaba fotograma a fotograma, como si lo hubiera visto ayer mismo.
Ahí estaba de nuevo Ringo
Starr, con su esmoquin blanco, chistera y bastón:
—Detente y tómate tu tiempo
para oler las rosas.
Y su entonces esposa, Barbara
Bach —que estuvo a punto de formar parte de Los ángeles de Charlie, otra serie
que me pirraba— le daba un botellazo en la cabeza.
Y al instante, el ex Beatle
desfilaba por una autopista, vestido como un agente de tráfico, con un par de
rosas al cinto y una banda de música detrás.
—Me dije a mí mismo: ¿por qué
toda esta prisa, todo este ajetreo? Detente mientras caminas por la vida, y
mira las bonitas rosas y párate a olerlas un momento.
Y al final, el muy
sinvergüenza también decía que paráramos y nos tomáramos nuestro tiempo para
comprar su álbum, (que, todo hay que decirlo, fue un álbum genial) y así él
podría plantar rosas y olerlas todo el tiempo. ¡Este Ringo fue siempre un guasón!
Pero creo que su mensaje me
llega con claridad muchos años después.
Me ha bastado un viejo videoclip para detenerlo todo: el reloj, el ruido, el mundo… y disfrutar de aquellos recuerdos.
Y en ese viaje temporal, por
un instante, he vuelto a oler las rosas de cuando todo era nuevo y se veía por
primera vez, de cuando el tiempo no sabía aún correr tan deprisa.
Y he apretado mentalmente el PLAY y el REC para dejarlo grabado para siempre.