8 de agosto de 2016

MAZINGER Z Y LA FIEBRE POR LOS ROBOTS

¡Hola, gente!

¿Cómo llevan ustedes el verano? Bien, ¿no? 

Yo he pasado unos días en Petrel, en el Hotel Cabrerator. He disfrutado del cariño y las buenas artes culinarias de Mamá Diablo, que es algo que siempre viene muy bien.

Además recibí una visita muy especial. 

Después de aquel primer encuentro blogger hace cinco años en Valencia, mi querido amigo Peibol vino a pasar un par de días al Hotel y conoció a parte de mi familia.

Entre otras muchas actividades pudo contemplar el famoso templo egipcio de Fran

También estuvimos en Marruecos sin llegar a salir de España, pero esto es algo que contaré en otra ocasión.

Una de las grandes cosas de volver al lugar en el que tantos años viví, es que siempre encuentro ocasión para rebuscar entre el montón de recuerdos de infancia que hay por allí guardados. 
Esos mágicos viajes  en el tiempo...

Hoy os voy a presentar una colección de robots. No son robots de metal, claro, sino de papel, unos "brutos y monstruos mecánicos" que Tomás y yo, siendo niños, nos afanábamos en crear.

Los dibujos los hacíamos en la parte en blanco de un rollo de empapelar paredes que nuestra madre nos permitió utilizar. Después los coloreábamos, los recortábamos con cuidado y el último paso era pegarlos en la pared de nuestra habitación.

El hobby nos resultaba tremendamente divertido, y tan productivo que una de las paredes se cubrió por completo, de un lado al otro y desde el suelo hasta el techo. Era impactante entrar y ver semejante ejército multicolor, y aún recuerdo la satisfacción que nos producía, todo lo contrario que a nuestra abuela, que aquello le parecía un horror.

Aún hoy, cualquier mención a Mazinger Z nos retrotrae a aquellos sábados por la tarde en que, fascinados, nos sentábamos a ver aquellos dibujos animados japoneses. Inmediatamente después colocábamos en la puerta de nuestro cuarto un cartel de "NO MOLESTAR" y dábamos rienda suelta a nuestra imaginación para seguir "fabricando" robots.

27 de julio de 2016

TOÑY

¿Sabes, Toñy? A pesar de los muchos años que han pasado sin verte, aún recuerdo muy bien tu voz. 
Me basta con cerrar los ojos para oirte hablar y aún consigo ver tu limpia mirada y esa sonrisa entre tímida y divertida que iluminaba tu cara.

Cómo me acuerdo de aquellas visitas en verano, de aquellos trayectos con tantas curvas que la impaciencia por llegar nos hacía larguísimos. Del momento en el que el autobús entraba por fin al pueblo y paraba justo delante de tu casa, e inmediatamente mirábamos a tu balcón esperando verte asomar. Y el corazón nos latía deprisa, por la emoción y la alegría de volver a ver a nuestras amigas.

Como si de ayer mismo se tratara, veo cómo nos hacíamos fotos en las fuentes de La Toba, o tomábamos una Coca Cola en el Avenida , o dábamos paseos sin rumbo por el pueblo... ¿Recuerdas aquella vez que entramos en tu casa y pusiste el tocadiscos? Me acuerdo que sonó el Words, de F.R David y Souvenir, de OMD, que siempre fueron los temas que identificaron a nuestra pandilla.
La nostalgia me inunda cada vez que escucho esas canciones de nuevo.

Qué sencilla era la vida entonces...

A veces me parece mentira que el tiempo no haya diluído nuestra amistad. Sin duda, aquellos años de adolescencia calaron muy hondo en todos nosotros y los recuerdos que tenemos siguen siendo tan dulces y tan de verdad como era todo entonces.
Había tanta alegría al vernos... Y también algunas lágrimas al despedirnos...

La adolescencia quedó atrás y cada cual siguió su vida. Los años han ido pasando muy deprisa, tan deprisa que hoy nos parece mentira que hayan sido tantos. Pero ¿no sientes que jamás dejamos de ser amigos, que aquellos jóvenes de entonces se hicieron adultos pero no del todo y que el cariño nunca menguó?

Tres décadas después, pensé que teníamos que volver a reurnirnos y se me ocurrió crear un grupo de whatsapp en el que estuviéramos todos. Gloria y Adela me dieron los teléfonos que yo no tenía, y de nuevo, como por arte de magia, estábamos comunicados en “AYNA: EL REENCUENTRO”.

Me alegró muchísimo saludarte otra vez, y me dijiste que tenías una hija de tres años. 
“Es mi mayor tesoro”, escribías.
Qué buena idea has tenido – me decías – Esto del reencuentro me parece muy bonito, pero creo que de momento no me siento preparada”

Ahora comprendo por qué lo decías.

Hace poco más de un mes, hojeando un libro, encontré una pegatina que hiciste para mí. Decía JUAN con colores muy vivos. La fotografié y te la mostré. Poco después me enviabas tú la foto de un naipe repleto de frases mias. Me hizo mucha gracia que los dos
conserváramos aquellos detalles tan sencillos pero tan llenos de valor para nosotros.

"Aún guardo todas tus cartas", te dije.
"¡Y yo las tuyas! Las tengo en el pueblo. Cuando vaya las revisaré"

Lo que no te dije es que las tengo ordenadas por fechas y encuadernadas.
Y hoy las veo y no soy capaz de releerlas porque me cuesta mucho aceptar que ya no estés con nosotros.

Yo no sabía que estabas enferma. Ninguno lo sabíamos porque a nadie se lo dijiste. Imagino que no querías que ningún amigo sufriera por ti, y eso dice mucho de la persona prudente, sencilla y discreta que siempre has sido.

Hoy estoy muy triste, Toñy, pero te prometo que no durará mucho. Ya sabes que soy una persona positiva y voy a transformar mi dolor en un cariño imperecedero. Además, estoy convencido de que tú vas a conseguir que aquella pandilla de entonces vuelva a reunirse de nuevo, que conmemoremos y consolidemos nuestra amistad treinta años después. Porque la vida ha pasado, pero con nosotros permanecen los dulces recuerdos de aquellos tiempos de inocencia y felicidad.

Seguramente dabas por hecho que tú no te reunirías con nosotros, pero te equivocabas, Toñy, porque sí que vas a estar. Vas a estar presente y más viva que nunca. Entre todos, junto a todos. 

Y si antes amaba Ayna, a partir de ahora la amaré mucho más, porque vas a estar en ella para siempre.

Y quiero que sepas que tarde o temprano conoceré a tu hija, y sé que al mirarla veré en ella tu mirada y tu sonrisa y podré darte entonces el beso de despedida que no me ha dado tiempo a darte.

Hasta siempre, querida Toñy.
Hasta siempre, amiga mía.


13 de julio de 2016

RECUERDOS DE AYNA (2)

La segunda vez que visitamos Ayna fue en 1981.

Mi hermana tenía entonces casi 7 años y con esa edad ya no hubo trabas para que pudiéramos disfrutar de unos días de vacaciones. De hecho fue capaz de algo que me parece de muchísmo mérito para tan corta edad. Luego os lo cuento.

Recuerdo que esa vez nos alojamos en casa de una señora que se llamaba Maruja, que alquilaba habitaciones. Entonces en Ayna no había tanto turismo y no existía el hotel que tiene hoy, ni los hostales ni casas rurales que ahora pueden encontrarse.

Una vez instalados salimos a dar una vuelta.
Las impresiones que siempre me ha despertado este pueblo al recorrerlo se me hacen difíciles de describir, tal es la cantidad de plácidas sensaciones que me embargan.

Me basta con cerrar los ojos...
...y levanto de nuevo la cabeza para descubrir un cielo luminoso entre la penumbra de sus callejuelas, con los aleros de antiguas tejas recortados en el intenso azul.
Un pueblo sumamente tranquilo rodeado de montañas pobladas de frondosos pinos, destacando la mole que surge desde el valle: los Picarzos.

Los Picarzos es una obra de arte de la Naturaleza. Sus acantilados y picos parecen estar allí para extasiar a todo el que los contemple, pues varían tanto conforme la luz del sol los sobrepasa que parecen un macizo distinto cada vez, como un guardían de piedra que se transformara con el paso de las horas.
Su cumbre está rematada por escarpadas rocas que forman pequeños y grandes torreones. A mí siempre me han recordado a las filigranas que de niños construimos en la playa, cuando dejamos escurrir del puño el agua y la arena sobre nuestros castillos..

Y a los mismos pies de esa mole pasa sereno el río Mundo, entre altas cañas y extensas raíces. Es un gozo contemplar sus recodos de agua cristalina y escuchar su discurrir sonoro sobre cantos rodados, esa sinfonía que se vuelve más alegre en los saltos o al atravesar los ojos de los puentes de piedra.

Entre el pueblo en lo alto y el río en lo hondo, el extenso huerto en escalones a la sombra de higueras y nogales. Se puede recorrer por caminos empedrados en los que abundan las chumberas, y huele a humedad y abunda el verdor. Y cuando el sol aprieta, la tierra desprende densos aromas de fertilidad.

Es en este “Mundo de agua” donde empieza la aventura que voy a contar y que sigue siendo hoy uno de los mejores recuerdos de mi juventud y la de mis hermanos.

Hacía mucho calor y bajamos a refrescarnos al río. Buscando el mejor lugar donde poder bañarnos empezamos a caminar desde dentro. El agua estaba fría como el hielo pero uno terminaba acostumbrándose después de un buen rato en remojo.
Como avanzar entre tantas piedras era complicado y hacia daño en la planta de los pies, mi madre nos permitió que nos pusiéramos las sandalias, que no eran en absoluto apropiadas para la ocasión, pero, una vez más, ella prefirió ser práctica y que disfrutáramos.

Entonces mi padre, aventurero por excelencia, propuso que siguiéramos adelante. Y así fue como una pareja con cuatro hijos comenzaron a adentrarse en el río Mundo.

En muchos de los tramos el agua llegaba por las rodillas, pero había ciertas zonas en las que la profundidad era mayor y se podía nadar, y también aparecía alguna poza en la que era posible bucear incluso.
Recuerdo que mi hermano Tomás y yo ahuyentábamos primero a todos aquellos grupos de chinches que flotaban en las aguas más tranquilas y que al acercarnos eran capaces de saltar sobre la superficie sin hundirse.
Los paisajes iban cambiando conforme avanzábamos, haciendo de aquella excursión una aventura asombrosa.

Alguna rama enorme caída sobre el río que había que sortear, túneles de vegetación en los que apenas entraba el sol, grandes mantos de ova verde meciéndose en la corriente que hacian cosquillas al pasar, una roca lisa que parecia el caparazón de una tortuga gigante, selvas de cañizo de las que surgían alborotados ruidos que siempre nos sobrecogían y disparaban nuestra imaginación...
Y ese encantador rumor del agua acompañando siempre.

Vimos multitud de peces, algunos muy grandes. Ranas y sapos que desde algún saliente saltaban a esconderse en el fondo cuando nos oían llegar. Multitud de libélulas de vivos colores que besaban la superficie del agua y se perdían entre la fronda. Incluso una culebra de agua que a todos nos dio repelús.

Después de mucho caminar, nos adentramos en un tramo umbrío flanqueado por altas choperas. De repente apareció un grupo de casas muy viejas próximas a la orilla.
Un hombre joven que estaba trabajando en la huerta se quedó asombrado al ver llegar por el río a una “familia acuática”

- Buenos días – saludó mi padre
- Buenos días – le respondió - ¿de dónde vienen ustedes?
- De Ayna
- ¿Por el río?
- Así es.
- Pues llevarán más de una hora andando, ¿no?
- Seguramente, aunque no sé ni la hora que es.

Su mujer escuchó voces y salió a saludarnos.

Si para nosotros llegar hasta allí había sido una gran aventura, lo que nos contó aquella pareja era otra aún mayor.

Eran de Madrid y tan quemados estaban de su trabajo como profesores y de su estrés de vida en la ciudad que habían querido dar un cambio radical a su existencia. Decidieron abandonarlo todo para marcharse con su pequeño hijo a vivir un lugar perdido.
Y lo encontraron.

Aquella aldea se llamaba (y se llama) Alcadima y en aquel entonces ya llevaba algunos años abandonada. Ocuparon una de sus casas, cultivaron una huerta, compraron gallo y gallinas y ahora vivían en total armonía con la Naturaleza.
Nos contaron que su idea era instruir a su hijo ellos mismos conforme creciera.

El hombre nos enseñó su querido pueblo.
Nos divirtió comprobar que se había dedicado a nombrar cada casa escribiendo en una tabla el servicio que desempeñaba. Había así un “JUZGADO”, un “COLEGIO”, una “FARMACIA”... Y la tabla que había colocado en el corral decía “AYUNTAMIENTO”.

- Sí, - nos explicaba divertido – ahí está el señor alcalde (el gallo) y los concejales (las gallinas)

Después de la visita a aquel reino de solo tres súbditos, volvimos a Ayna, piernas en remojo de nuevo, remontando otra vez lo andado.
Y todo esto con Fran y Ana, siete y ocho años respectivamente, que aguantaron como jabatos.

Imaginad cómo se nos despertó el apetito aquel día. Y lo bien que comimos en Casa Segunda, en aquella redonda terraza que asoma a la huerta, al río y a los Picarzos que todo lo vigilan.
Con aquellas ensaladas de pepino, tomate y cebolla de un sabor inigualable, y su cordero a la brasa, y sus patatas al montón y sus huevos fritos...

Para comer y cenar íbamos siempre allí. Tengo grabados en la memoria el aroma a macetas regadas al atardecer y el majestuoso aspecto de las montañas cuando se escondía el sol.
Segunda cocinaba y su hija Adelita, un bombón de chiquilla de 12 años, ayudaba a servir las mesas.

Entonces mi hermano Tomás y yo no imaginábamos lo muy amigos que nos haríamos de Adelita y, poco después, de todas sus amigas. 
Ni lo mucho que duraría esa amistad.

(CONTINUARÁ)



Nota 1: No recuerdo los nombres de aquella pareja de Alcadima, aunque hoy sé que ya no viven allí, por lo que es un lugar completamente abandonado.
Para saber más de Alcadima: AQUÍ

Nota 2: Lo que son las cosas, volví a saber de aquella mujer algunos años después, pues tendría un corto papel en una película. Pero de eso ya hablaré en su momento. 

30 de junio de 2016

RECUERDOS DE AYNA


Era el año 1977 cuando mi padre nos trajo a este pueblo de la provincia de Albacete. 
Aquel fue un descubrimiento familiar inolvidable que nos marcaría para siempre.

Recuerdo que fue toda una aventura llegar hasta allí sin mapa, que el viaje se nos hizo muy largo y que para distraernos, y dado que durante muchos kilómetros no nos cruzamos con ningún coche, nuestro padre nos decía que estábamos en otro planeta y que prestáramos atención por si veíamos a otros terrícolas.
Y así, después de curvas y más curvas,  aparecía finalmente algún vehículo.
- ¡Un terrícola! gritábamos contentos.

En aquel entonces mi padre trabajaba en la compraventa de automóviles. Cada cierto tiempo llegaba a casa con un coche distinto. A mi hermano Tomás y a mi aquello nos parecía algo fascinante y  siempre  exclamábamos "¡¡Guaaa, qué chulada!!",  cuando le veíamos llegar con otro, fuera el coche que fuera.

El verano del 77 llegamos a Ayna en un coche americano, un Chrysler rojo enorme, y cuando digo enorme quiero decir que parecía de la familia de las limusinas, largo como un día sin pan.

Tan poco discreto era aquel coche que, desde la entrada del pueblo hasta la plaza del Ayuntamiento donde paramos, toda la chiquillería de Ayna nos siguió corriendo, gritando, tocando la carrocería, admirando el tamaño de aquel cohete con ruedas.

Aquella entrada triunfal que permenece en mi memoria, sin duda  por lo importante que me hizo sentir, aún iba a rematarse con otro toque de exotismo. 

Teníamos entonces en el campo una pequeña urraca que también nos llevamos de viaje en aquella ocasión. Era el ave más lista que he visto en mi vida. Cuando intuía que alguien le tenía miedo (niños generalmente) revoloteaba y graznaba ruidosamente. Si el niño gritaba, se divertía martirizándole, posándose en su cabeza  y tirándole de los pelos. Sí, era un pajarraco bastante sinvergüenza.

Aquella urraca (supongo que le pusimos nombre pero lo he olvidado) pasó gran parte del viaje picoteando el sombrero de palma de nuestro padre.
- Te lo está rompiendo, papá - le decíamos.
- ¡Qué le vamos a hacer!
Al rato, el ave empezó a toser ruidosamente hasta que vomitó todo el sombrero que se había comido.
- ¡Lo tienes bien empleado! - le dijo mi padre - ¡Calamidad! ¡Que eres una calamidad!

Así que al llegar a Ayna, descendió del coche con aquella urraca en el hombro, y el ave, después de tanto tiempo encerrada, salió volando, dio un par de vueltas por la plaza y volvió a posarse sobre él. 
Aquellos niños se quedaron con la boca abierta.
Imagino que se preguntaban de qué planeta sería aquella gente que llegaba de repente con aquel cochazo y aquel pájaro amaestrado.

Algo que no olvidaré jamás de nuestras primeras incursiones por el pueblo fue el sonido del agua. 
Había muchas fuentes por sus calles, fuentes de agua fresca manando de sus caños sin descanso. Eso y el aroma a esparto, a huerta, a pan recién hecho...
Pero sobre todo el gozo que nos daba cuando, acalorados después de una caminata, mi padre se acercaba a alguna de aquellas fuentes y nos decía

- ¡Acercaos aquí! - Y nos empapaba la cabeza en aquellos chorros de agua tan fresca, y nos hacía mojarnos la cara y los brazos y beber hasta quedar satisfechos.

No recuerdo mucho más de aquel primer viaje, salvo que la intención de mis padres era pasar todo un fin de semana, pero nos marchamos al día siguiente. 
Mi hermana Ana, que entonces tenía solo tres años, estaba muy acostumbrada a su cuna y sobre todo a su almohada, de la que no se separaba nunca. ¡Y se nos olvidó cogerla!
Y en aquella pensión de la plaza,  ni durmió ella ni dejó dormir a mis padres.

Pero el encanto del pueblo y de su gente nos había calado tan hondo que no tardamos en volver.

(CONTINUARÁ)

14 de junio de 2016

MINICUENTO DE LO EXTRA

Volvía contenta a casa. Tenía entendido que no era fácil conseguir un trabajo allí y, sin embargo, la habían aceptado a la primera. 

Se preguntaba qué les habría movido a contratarla: ¿su sonrisa, su seguridad al contestar, su facilidad con las cuentas, quizás ese perfume que empezaba a marearla?

Las cosas no podían haber empezado mejor en aquella ciudad. Su pareja también había conseguido trabajo como portero de un local de fiestas y estaba cobrando un buen sueldo, algo que ninguno de los dos lograba comprender.

- ¿De verdad pagan tanto por estar de pie en una puerta?
- Eso parece
- ¿Y para qué quieren que estés allí?
- Me dijeron que no dejara entrar a los que no tuvieran buen aspecto.
- ¿Y tú eso cómo lo sabes?
- Pues no me quedó muy claro, pero si alguno me mira mal o huele distinto, ya sabes... le hago “mi mirada” y da la vuelta sin rechistar.
- Pero eso puede hacerlo cualquiera, ¿no?
- No estoy seguro. Tal vez me hayan elegido por mi altura. Parece que les intimida.
- Es curioso, en esta ciudad hay mucha gente que no consigue empleo, y nosotros... 
- Te dije que nos iría bien aquí.

Tras el primer día de trabajo volvió a casa algo aturdida.

- ¡No te lo vas a creer! ¡Es tan sencillo como pasar artículos por un escaner y cobrar lo que la máquina diga! ¡Nada más!
- ¿Ah, sí? ¿Qué clase de artículos?
- Pues al principio pensé que eran objetos decorativos pero parece que también son alimentos. O eso dice la gente que se los lleva, que están muy buenos. Cosas muy raras, ¿sabes?

Al segundo día su pareja la vio llegar con mala cara.

- ¿Cómo ha ido hoy?
- Uff, todo sería genial si no fuera por lo mal que huelen algunos productos. Me dan náuseas nada más verlos. De verdad, no entiendo cómo la gente se lleva esas cosas para comer. Yo no podría ni muerta de hambre.
- Si, ya he visto que aquí tienen unas costumbres bastante extrañas.
- ¿Pero tú has visto lo que comen? ¡Es asqueroso!

Al cuarto día ella se quedó muy quieta delante del espejo.

- ¿Qué te pasa? - le preguntó él- Se te va a hacer tarde.
- No sé si aguantaré mucho más. Es superior a mi.
- Vamos, cariño, es un trabajo como otro cualquiera. Y también te van a pagar bien.
- Ayer a una señora se le rompió un tarro delante de mí y cuando vi lo que contenía tuve que salir corriendo al aseo.
- Pero qué más te da lo que la gente coma. Nadie te obliga a que lo comas tú también.
- ¡Pero es el olor! ¡Es insoportable!

El viernes llegó tarde a casa y su aspecto era tan demacrado que él la abrazó.

- ¡No puedo más! - dijo entre sollozos - ¡No quiero volver!
- ¡Vamos, cariño, relájate!
- ¡Son unos salvajes! ¡Compran de todo y todo se lo comen! ¡Todo! ¡No respetan nada!
- Pero es normal, en cada lugar tienen sus costumbres y...
- ¿Sabes lo que he tenido que ver hoy? ¡Si te lo digo no me vas a creer!
- Anda, ven, ponte cómoda y cuéntamelo aquí, echada en la cama.
- Sí, me voy a quitar toda esta odiosa opresión. Es agotador mantener esta apariencia tantas horas.
- A ver, cuéntame – le dijo él con las membranas del cuello extendidas.
- Mira, he aguantado  el desagradable olor de lo que llaman "hamburguesas"- empezó a decir mientras la piel del cuerpo se le cubría de brillantes escamas azules- y he tenido que acostumbrarme a tocar esos repugnantes billetes cargados de bacterias. Y hasta he sabido soportar que comercien con productos pluricelulares heterótrofos. Pero lo de hoy... lo de hoy ha sido...

Se quitó la peluca y se tumbó en la cama y los pies se extendieron en múltiples ramificaciones transparentes que comenzaron a bombear  sangre amarilla.
- ¿Qué ha pasado hoy?
- ¡¡Han llevado ante mi a un cefálipo!!
- ¿¿Estás segura??
- ¡Claro que lo estoy, Dacremmb! Allí estaba, sin vida. Y la mujer decía: “Parece fresco, esto asado con limón y ajo me sale buenísimo”

Él la miraba incrédulo.

- Casi me echo a llorar. ¡Si son capaces de comerse a un cefálipo serían capaces de comernos a nosotros! ¡Tenemos el mismo ADN!
Dacremmb la miró con ternura.
- No se hable más, Sher7hh - le dijo abrazándola de nuevo con sus tentáculos- Te dije que si no te encontrabas a gusto buscaríamos trabajo en otro lugar. Será por planetas...

6 de junio de 2016

50 COSAS SOBRE MÍ

Ahora que los 50, tan redondos y  serios, me han invadido de forma vitalicia, yo salgo a recibirles dedo en alto para dejarles algo claro: 
“¡A ver con qué intención venís, ¿eh? Nada de hacerme parecer un respetable señor. Si tenéis que entrar, entrad, pero a mí nadie me arrebata el título de Joven Eterno, ¿entendido?“

Y para entretenerme y que se me pase el susto, hoy escribo 50 cosas sobre mí.

1) El hospital donde nací y el colegio donde estudié fueron demolidos hace años. No puede ser solo una casualidad,  debe ser  una “maldición diabólica” para darme prestigio.

2)  No me gusta el verano. Las vacaciones de verano sí. La gente confunde una cosa con la otra.

3) Huyo de las polémicas. De todo tipo. Creo que soy un pacifista radical.

4) Me encanta mezclar cosas en la cocina y no le hago ascos a nada. ¿Y si trituro rodajas de piña con onzas de chocolate? ¡Vale! ¿Tostadas con mermelada y  cebolla picada? ¿Por qué no?

5) Siento una atracción casi erótica por las libretas nuevas. Las compro soñando con sacarles mucho provecho pero luego se quedan vírgenes.

6) Me gusta este número. Forma parte de mi ADN

7) Volar me da canguelo. No lo paso nada bien en un avión. Y que las azafatas expliquen cómo funcionan los chalecos salvavidas no ayuda NADA.

8) Soy incapaz de tirar un papel en la calle. Antes me lo meto en un bolsillo. A los que echan basura por la calle les vaciaría un contenedor en sus casas.

9)  Mi deporte favorito es reír.

10) He heredado de mi padre la necesidad de contacto con la Naturaleza.  Soy especialmente feliz cuando me  encuentro  con ella a solas.

11) Cuando era muy pequeño escribí un cuento en el que los insectos hablaban entre sí. Había abejas, hormigas, saltamontes, lombrices... Poco después empezaron a emitir La abeja Maya en la tele. ¿¿Quién me robó mi historia??

12)  Los chaparrones me ponen de muy buen humor. Nunca entenderé por qué los hombres del tiempo llaman a la  lluvia  “mal tiempo”

13) Antes de tomarme un café tengo que consultar a mi cuerpo. Si me lo pide, se lo doy. Como no me diga nada y me lo tome... me lo hace pagar muy caro.

14) No puedo ver un muñeco en el suelo. Es superior a mí. Si lo veo echado en tierra lo recojo y lo siento donde sea. Bien sentado, ¿eh? Nada de dejarle con los brazos en alto.

15) En general me gustan más los gatos que los perros. Aunque prefiero un perro tranquilo a un gato arisco.

16) Me encanta que en la vida haya fenómenos inexplicables. Si todo tuviera explicación sería un aburrimiento. ¡Menos buscar respuestas y más soñar, leches!

17) Creo en el monstruo del Lago Ness, por supuesto. Y en los fantasmas. Y en los extraterrestres.

18) No creo en los zombis pero me parecen unos seres literarios y cinematográficos perfectos. Y son muy bellos, aunque esto no todos lo podéis entender.

19) Si pudiera elegir ser un animal sería un águila. Esto parece contradecirse con el punto 7, pero no, hay una gran diferencia: yo controlaría la situación. Me fiaría de mí.

20) Mi abuela paterna tenía mucha vis cómica y me hacía reír a carcajadas con sus historias absurdas. De ella he debido heredar el gusto por el humor surrealista.

21) Me encantan las librerías. Si son de libros de segunda mano, directamente plantaría una tienda de campaña para dormir allí.

22) De pequeño me daba vergüenza que me cantaran el cumpleaños feliz. De mayor ya no tanto. Pero ni antes ni ahora podría prescindir de ese momento. Moriría de pena.

23) Me aburre jugar a las cartas. Pero escribiendo cartas nadie me gana.

24) Cada 24 de diciembre recibo un cuento de terror que me escribe una amiga y ella también recibe uno escrito por mí. ¿A que mola crear tradiciones así?

25) Me llaman poderosamente la atención las mantis religiosa. Tienen estética extraterrestre y su lado zombi. Mi insecto favorito, sin duda.

26) Soy un firme defensor del doblaje de películas. Aunque reconozco que es muy instructivo ver una película en su idioma original, me parece que hay multitud de ejemplos en los que  los actores de doblaje españoles han llegado a mejorar una interpretación mediocre.
Por defender esta idea sería capaz de trastocar el punto 3.

27)  Me aburren hasta el tuétano las carreras de coches, motos, bicicletas...

28)  Siempre he odiado las matemáticas. Sin embargo los sudokus tienen su aquel.

29) Me da mucho gusto estornudar con ganas. Pero si la cosa empieza a pasarse de la raya me empiezo a caer gordo. Hasta rozar el odio, incluso.

30) Me chiflan los carteles de publicidad antiguos. De cualquier país, pero especialmente los del Art Nouveau francés.

31) Siempre me ha costado escribir tacos en el blog. Algunos hay, pero  la mayoría de las veces me he autocensurado. (¡Bonita forma de ser diablo, joder!)

32) Me hubiera gustado aprender a tocar la guitarra. Empecé a estudiar música pero yo quería ir directamente a la guitarra o el piano. Lo del solfeo me parecía un truño insoportable y abandoné.

33) Nada como contar historias de miedo junto al fuego. Es una forma de  pasarlo mal que me hace disfrutar.

34) Hay películas que necesito  en mi vida cada cierto tiempo: las del Tarzán de Weismuller, Las aventuras de Jeremiah Johnson, Dersu Uzala… Son océanos de paz  que me renuevan por dentro.

35) Me considero un optimista  nostálgico.  Combinar ambas emociones es todo un arte.

36) El panqueque, es decir, el postre de dulce de leche típico de Argentina,  me parece el rey de los postres. Placer entre placeres que me hace poner los ojos en blanco.

37) Admiro a la gente que puede pasar a ser el centro de atención de golpe y sin cortarse.

38) Soy un desastre orientándome. Una vez aprendo a llegar a un sitio ya no varío el trayecto por si acaso.

39) Las mejores siestas me las he echado en la playa. Siempre me las anoto satisfactorias.

40) Me aburre horrores estar en tiendas de ropa. Si necesito algo lo pido,  lo compro y adiós. ¿Ver otras cosas? ¿Probarme más? No, por favor, que ya llevo 10 minutos aquí.

41) Me encanta el ajo. En todas sus variedades culinarias. Esto descarta, supongo, el que yo llegara a ser JuanRa Vampiro.

42) En mi familia mi madre y yo somos los que más disfrutamos comiendo. Cuando alguien pone  alguna pega en la mesa,  nos hacemos gestos que significan “¡No saben ni lo que dicen. Está todo buenísimo!”

43) Me gustan los cementerios. Siento  un extraño bienestar  cuando entro en uno y recorro sus calles a solas.

44) Me cae bien la gente de risa escandalosa, sobre todo si logra contagiármela.

45) Soy bastante malo para recordar nombres. Viendo la serie Juego de Tronos tuve que ir escribiendo todos para poder consultar de quién coño carajo estaban hablando.

46) Me resulta sumamente atractivo todo el folklore del  Dia de muertos en Mexico, especialmente las calaveras decorativas.

47) Me gustaría haber escrito El bosque animado, de Wenceslao Fernández Flórez. Tiene un estilo perfecto y logra crear unas atmósferas maravillosas.

48) Nací un lunes. Esto no es muy interesante, lo sé  ¡Es que ya no sé qué decir!

49)  Nunca imaginé al empezar este blog que conocería a tantísima gente, y menos aún que llegaría a hacer tan grandes amigos.

50) ¿He dicho que hoy cumplo cincuenta? ¡¡Qué lapsus!! Quería decir veintitreinta.