13 de octubre de 2008

EL RECIBIMIENTO MÁS RARO DEL MUNDO

Ocurrió en tiempos en los que mi hermana Ana estudiaba en Castellón y mi hermano Tomás y María José (una de mis compañeras de trabajo en Elche) estaban “enamoriscados”.

No sabría decir a quién se le ocurrió la idea. Supongo que debió de ser como cuando dicen que una canción es popular y uno se pregunta: “Pero a alguien se le debió ocurrir primero, ¿no?”. No, no: popular porque nació del pueblo; todos se pusieron a cantarla a la vez.

El caso es que “a todos a la vez” se nos ocurrió algo que hizo las delicias de la pequeña de la casa. Fue una puesta en escena rápida, improvisada y tan teatral y divertida que, a veces, la rememoramos todos como una de esas cosas raras y locas que a veces hacemos los Cabrera.

Ana llegaba en tren en vísperas de Navidad desde Castellón para pasar las fiestas en casa. Mis padres tenían que ir a la estación a recogerla. El primer impulso fue ir todos a por ella con un gorro de Papá Noel en la cabeza, pero no sé cómo ni por qué —como un parto “popular”— se elaboró un plan en el que cada uno debía adoptar un papel e interpretarlo por la calle, a medida que nos fuésemos topando con el coche de mi padre en el que ella subiría.

La emoción ante tal divertimento fue tan contagiosa que se montó un revuelo mayúsculo con los preparativos. Todos éramos conscientes de que íbamos a hacer algo excepcional y que debíamos hacerlo rápido y bien, a pesar de que quedaba muy poco tiempo para que Ana llegara.

Y así, dicho y hecho, subimos en el coche de mi padre y en el de Juan Luis —que estaba ese día con nosotros— y nos fuimos bajando en determinados lugares a lo largo de dos largas avenidas: la que sube desde la estación al hospital y la que tuerce en dirección a Petrel. Por supuesto, cada uno iba gestando en su mente qué iba a hacer y cómo iba a actuar, y para ello, como los personajes ya habían “nacido” en casa, cada cual había elegido, antes de salir, los objetos que estimó oportunos para la farándula.

Y la crónica del suceso, después de escuchar a Ana cómo vivió aquello, la narro gustoso a continuación:

El tren llegó a la estación y, tras besar contenta a los padres y cargar los bultos en el maletero, subieron al coche. A los pocos metros, Ana, desde su ventanilla, vio a Juan Luis. Estaba en una pequeña isleta en medio de la carretera. Junto a él había una chica que le cogía la mano y le miraba la palma. Ana no reconoció a esa chica (era Laura, con una falda larga muy colorida, haciendo el papel de una pitonisa que le leía la mano).

—¡Mirad, ese es Juan Luis!, ¿no?

Creo que mis padres ni contestaron. Ana se volvió para seguir mirándole un rato, preguntándose qué haría allí. Le pareció que la escena tenía tintes demasiado íntimos como para atreverse a comentarle en otra ocasión que lo había visto.

Unos segundos después, un hombre cruzaba por un paso de cebra leyendo la prensa. Las hojas del periódico le tapaban la cara. Ese hombre no parecía haberse percatado de que un coche se aproximaba hacia él.

—¡Papá, el hombre! —avisó Ana.

Pero al advertir que mi padre no disminuía la velocidad, gritó alarmada:

—¡Papá, que cruza un hombre!

En ese momento, mi padre frenó el coche y bajó la ventanilla para increparle:

—¡Mire por dónde va, tarugo!

—¡Papá! —le reprochó avergonzada Ana por lo bajini— Que va por un paso de cebra...

En ese momento el peatón bajó lentamente el periódico de su cara para echar una mirada de desdén al conductor. Era mi hermano Tomás.

—Pero si... —Ana pasó inmediatamente del susto al asombro—. ¡Si es Tomás!

—¡Que va a ser Tomás! —dijo mi padre— Es uno que se le parece.

Ana empezó a reír. Ya barruntaba que era una broma.

Y no hubo lugar a dudas cuando, antes de llegar a la altura en la que yo me encontraba, escuchó que alguien cantaba a voces:

—¡Sanchooo, Quijote! ¡Quijoteee, Sanchooo!

Al mirar a la derecha, vieron los tres a un tipo con cara de tonto que, con un embudo en la cabeza y dando pasos exagerados, golpeaba una cazuela con un cucharón. Y cantaba, o más bien vociferaba, el “Sancho-Quijote”.

Ana rompió a reír otra vez.

—Pero ¿a quién se le ha ocurrido esto?

Algo más arriba, el coche frenó ante un semáforo en rojo y se acercó una gitana vendiendo kleenex y compresas con mucho salero:

—Anda, payo, cómprame unos pañuelicos, que tengo que comprar pan pa’ mis churumbeles.

Ana se reía con ganas observando cómo Mari Carmen, mi novia, formaba parte del espectáculo, pero mis padres estaban muy serios, interpretando perfectamente sus papeles.

—No, gracias, lo siento —le decían.

El que más se afanó a la hora de caracterizarse fue Fran, que en el siguiente semáforo les salió al paso como un auténtico quinqui. Se había puesto en los lacrimales una masilla verdosa y algo como una asquerosa baba batida en las comisuras de los labios. Una gorra con la visera hacia atrás, un cubo con agua y jabón en una sucia mano y un cochambroso trapo en la otra.

—¿Le limpio el cristal, eh, jefe? Me da la voluntad, lo que quiera, unas moneditas, ¿eh, jefe?

Y con nerviosos movimientos le limpiaba el cristal al coche y todo. Dentro del vehículo, mi padre renegaba y mi madre se aguantaba la risa como podía, mientras Ana reía a carcajada limpia.

Y como colofón a esta broma, ya en la otra avenida, María José era la típica autoestopista de las películas que, al borde de la carretera, movía el pulgar y mostraba un cartel.

—Mira esa pobre chica esperando que alguien pare —comentaba mi madre.

El cartel decía: “A CASTELLÓN”.

—¡Qué bueno! —no dejaba de repetir Ana, con las manos en la cabeza, pues se había divertido enormemente— Pero ¡qué bueno!

Pero es que, además, Juan Luis nos fue recogiendo rápidamente a todos conforme el coche pasaba de largo para conseguir volver a casa antes de que llegara Ana. Íbamos siete en el coche, hablando todos a un tiempo, contando cómo lo habíamos hecho. Yo me reía de mi osadía porque, con el rabillo del ojo, había visto cómo me miraba la gente cuando hacía el tonto. Parecían pensar: “Pobre retrasado mental, qué mal está”.

Cuando Ana llegó, todos salimos a saludarla como si nada hubiera ocurrido, lo cual acentuó aún más la originalidad de la broma.

—¡Cómo sois! ¡Qué bien os lo habéis montado! —exclamaba.

—¿Qué? ¿Por qué lo dices?

—Con razón papá ha vuelto tan despacio —reía ella.

—¿De qué nos hablas?

Tiempo después, cuando Ana le contaba a su novio Iván este suceso con detalle, él le dijo fascinado:

—¡Quiero conocer a tu familia!

(De "Los Cabrerator 
y otros duendes")

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que ha sido la mejor obra de teatro en la que he tenido oportunidad de participar y encima en un tiempo record. Salió todo bordado, la verdad: FRAN.

March La Cinefila Desconocida dijo...

Jajajaja "enamoriscados" casi como decía mi abuela: "trasroscados". Genial post como siempre.

Txema Rico dijo...

Que bien os lo montais los Cabrera...la verdad es que siempre os he "envidiado" como familia-piña que sois...así con acciones como esta que, recordaba vagamente, se hace "familia"...
un abrazo...

Unknown dijo...

Què bien que esto forme parte de tu blog...aunque,como espectadora de primera lìnea que fui y pese a tu buen hacer con las letras...esta historia si no se vive no es lo mismo..por muchos detalles que se den.Por unos instantes me metì en la piel de Jim Carrey en "el show de Truman" ja,ja,ja...SOIS MARAVILLOSOS

Anónimo dijo...

Tu hermanísima y yo casi nos partímos cuando hemos pinchado sobre sancho-quijote y hemos vuelto ha escuchar la canción..... por cierto...no sé si procede o no, pero a mi esa serie en particular, me deprimía un poco...don quijote tenía problemas de socialización.... y el pobre rocinante en los huesos! madre de dios!
Aunque, afortunadamente ha habido otros casos en los que estos dibujos tuvieron influencias positivas (para muestra, Ana B, que se ha leído el Quijote VARIAS VECES!)

Anónimo dijo...

Divertidísimo recuerdo. Espero que algún día se repita en nuestras vidas momentos tan raros y buenos como este.
Laura

Mar dijo...

Recuérdame que algún día vaya a visitaros...unas risas siempre vienen bien!.. sigo vagando un poco por tus lares...

No pierdas ese humor!

Un abrazo!

Pd: gracias por la visita!

pichiri dijo...

Efectivamente fué una actuación maravillosa. Me encanta haber participado y me duele el no poder estar con vosotros en las proximas que prepareis, pero me compensa el saber que con la mitad de lo que he podido gozar con vosotros seria suficiente para llenar de dicha toda una vida.

Anónimo dijo...

Mi pregunta es.. por que se nos niega el Oscar despues del increible expectaculo? No es facil hacer un recibimiento,los nominados son..

Anónimo dijo...

yo tambi´n quiero conocer a tu familia. Bueno, ya lo estoy haciendo con mucho gusto a través de este magnífico blog.
y me pregunto a mí mismo "¿pero cómo puede interearte tanto la vida de unas personas desconocidas?" pero qué quieres, si se les coge cariño a unos personajes de una serie de la tele ¿cómo no sentir simpatía por semejante familia tan divertida y buen gente que además es real?
carlos