31 de marzo de 2025

LAS CARTAS DE LA MILI

 A los que me conocéis bien ya no os sorprenderá que conserve las cartas que escribí a mi familia durante el servicio militar. (¡Madre mía, es que lo guardo todo!)

En el año 1987, tras haber pasado un año entero entre Plasencia y Madrid, decidí ordenarlas  por fechas e inserté las cartas que mi familia me había enviado, que no fueron pocas. 

Entre que siempre me ha gustado escribir y contar las cosas con detalle y que ellos me escribían con frecuencia también, acabé reuniendo tal cantidad de cartas que me pareció que  la mejor opción era encuadernarlas. 

Hasta ahora nunca he hablado de la mili en el blog, así que hoy me toca hacer de abuelo Cebolleta y contar alguna "batallita". 

Aquí van algunos extractos de cartas fechadas en Madrid entre el 23 y 25 de julio de 1986.

***


Queridísima familia:

Esta carta iba a empezar así: 

“En Plasencia estaba infinitamente mejor, y he notado mucho el cambio”.

Pero ahora que ha pasado más tiempo empiezo a rectificar y comenzaré diciendo: 

“En Plasencia estaba muy bien, pero aquí no estoy tan mal.”

El tren llegó a Madrid a la hora de comer. Una vez en plena ciudad nos dividimos en grupos de compañeros que íbamos al mismo destino, y compramos unos bocadillos en un bar junto al parque del Retiro. 

Sobre las 6 cogimos el Metro a Carabanchel y en menos de una hora ya nos habíamos presentado en la Academia de Sanidad Militar.

Es inmensa. Está rodeando el Gómez Ulla, que es un hospital militar muy grande y hace que el conjunto impresione más. Como es lógico esa noche fue de mucho lío y no estuvimos nada bien. Había que pasar listas, tomar datos, distribuirnos… y se formó un follón de mil demonios. Hasta hubo que improvisar algunas camas y todo.

A la cena fuimos sin cubiertos y como no había manera de que nos los entregaran, tuvimos que comer con los dedos. Parece que no se podía hacer más en tan poco tiempo, pero todo se veía tan surrealista que estábamos realmente asustados. “¿¡Qué lugar era éste!?"

Por si eso fuera poco, a veces entrábamos en un sitio, salíamos, y si te hacían volver ya no sabias porque uno se desorientaba en seguida.

La gota que colmó el vaso de nuestros nervios vino por parte de los veteranos, que cuchicheando en las esquinas nos miraban y cuando tenían oportunidad nos decían cosas tan bonitas como: “Ya está aquí la carne fresca”... “Os vamos a matar”,... “No sabéis la que os espera, reclutas”,... “Pollitos, vais a morir todos...”

Al día siguiente se leían nuestros destinos. Nos dijeron que hasta hace poco cualquier destino dentro de la Academia de Sanidad tenía 15 días de trabajo y 15 de permiso. Con la última reducción de tropas y al disminuir el personal (indispensable para poder hacer relevos) la cosa ha cambiado mucho. Esa fue la primera decepción.

De todas formas, aún había servicios que tenían bastantes vacaciones, como el de APOYO (trabajos en el hospital), que suele ser de un mes de trabajo y quince días de vacaciones. Otros como INVESTIGACIÓN son un auténtico chollo en cuanto a tiempo libre. El de DESTINO tiene también sus ventajas en permisos, aunque ya no tan buenos.

El que nadie quería y que más miedo nos daba era el de POLICIA de ACADEMIA (P.A.), que es el cuerpo que vigila todo el recinto y hace las famosas guardias en el hospital, la puerta, las garitas… y es el que con menos permisos se ha quedado de todos. Además en la P.A. hay que estar extremadamente limpio y conjuntado y ser rápido y atento (¡es que no nos apetece a nadie!)

Pero yo tenía esperanza. De los aproximadamente 300 que llegamos, solo 60 irían a P.A.

Entonces fueron citando por nombres y apellidos con el destino adjudicado hasta que sonó el mío:

JUAN RAMÓN CABRERA RODRÍGUEZ - POLICÍA.

No creo que la sota de bastos haya terminado alguna vez tan “cagá” como la dejé en esos momentos. Fue como un puñetazo en el estómago. Solamente 60 entre 300… ¡y tenía que estar yo entre ellos!

Pero tras tanta desilusión fueron llegando las recompensas.

La compañía es muy grande para tan pocas personas, así que las instalaciones son amplias y en algunos aspectos parece un hotel de los buenos. Todo limpio, con suelos encerados, habitaciones frescas, con camas de mantas azules. Hay una taquilla por persona, no como en Plasencia, que había que compartirlas… Hay sala de recreo, e instalación para que se pueda escuchar la radio en cualquier parte (algo de lo que carecen los otros cuerpos (¡Toma ya!) Hasta hay un lugar para planchar, que no me hace ninguna ilusión, pero ahí está.

(…)

Los veteranos tienen distintos nombres según el tiempo que lleven aquí: Padracos, Abuelos y Bisas. Nosotros somos los cucos, los reclus o los pollos. Los BISAS (que se pintan una W en el brazo) son los que se licenciarán dentro de dos meses y los que por estar quemados tienen ganas de gastar novatadas.

En general se están portando bien, y algunos son muy buena gente (sobre todo los cabos). Pero siempre está el clásico malasombra al que se le va un poco la olla y disfruta haciéndote sufrir. 

Alguna noche les da por levantarse y mandar a cualquiera de su camarilla a que les traigan “pollos”. Y una vez reunidos en su camareta, uno pide que le hagan aire porque tiene calor, otro que le canten una nana porque no puede dormir o que bailen Los pajaritos, así porque sí. Otras veces quieren ver cómo desfilas con una fregona. Y los tienes que invitar a alguna cerveza en la cantina y cosas así. A mi solo me dan miedo si van bebidos, sobre todo un tal Belinchón, que cuando chilla se le ponen ojos de loco.

(…)

En mi compañía he vuelto a coincidir con siete compañeros de la 10ª Cía de Plasencia. Uno de ellos es José (Mortadelo), también de Elda, que nada más llegar lo colocaron de furriel en las oficinas y ha quedado exento de hacer guardias, además de tener un mes de trabajo y otro de permiso hasta el final. ¡Qué envidia me dio!

(…)

Fue entonces cuando por un pasillo de la compañía me encontré cara a cara con un Bisa “peligroso”. A los dos nos dio un vuelco el corazón. Supongo que ya sabéis de quién os hablo porque me prometió que iría a veros, porque ese día se marchaba a Elda de permiso. ¡Era PENALVA!, que está de policía aquí también. Imaginaos qué alegría me dio encontrarme con un compañero del Instituto con el que siempre me he llevado muy bien. Fue un bombazo.

Me presentó a todos los Bisas.

“Eh, a este ni tocarlo, ¡que es de mi pueblo!”

Estuvimos en la cantina un largo rato y por la tarde se marchó en tren a casa. ¡Qué suerte tienen algunos!

(…)

Me he apuntado para cabo. Hay que sacar el máximo partido a este destino tan monótono que me ha tocado. Necesitaba enchufarme donde fuese y entonces surgió una oportunidad. El Páter (que aquí es teniente coronel, nada menos) citó a todos los que tuvieran carrera universitaria o COU terminado. Al parecer era para asignarles buenos “chollos”. Pero en posteriores citas prescindió de los que tuvieran sólo COU. Entonces fue cuando me deprimí del todo. Una oportunidad que tenía…

(…)

Por la tarde hemos dado una vuelta por el centro de Madrid. Me he encontrado con compañeros que estuvieron en Plasencia y todos parecían haber tenido suerte. Al bajito de Petrel que llamábamos “Rambo” le ha tocado de recepcionista en la planta 13 del hospital. Allí sentado todo el día y con muchos permisos.

Vimos lugares muy chulos, como el Palacio de Oriente, que ya os mandaré en postal.

(…)

Querida familia.

Aquí estoy de nuevo.

Esto es una caja de sorpresas. Cada hora es distinta de la anterior y cada día que pasa trae una novedad.

Si ayer me acosté un poco deprimido hoy estoy feliz. Y mis motivos tengo.

Veréis, a las 8 de la mañana me encontraba subiendo y bajando la barrera para que entraran o salieran los coches, y preparado para hacer mi primera guardia. Ya estaba más que resignado y mentalizado a pasar horas en la garita. De repente llegó un cabo y dijo:

“Quién es Juan Cabrera, que lo llama el sargento”

El cabo primero me dio permiso para dejar mi puesto e ir a la compañía a verlo.

—¿Eres tú Juan Cabrera?

—¡A sus órdenes, mi sargento!

—A ver, de dónde eres.

—De Elda, Alicante.

—¿Qué estudios tienes?

—Hasta COU y Selectividad aprobados.

—Estupendo —dijo con cara de satisfacción— ¿A ti te interesaría ser el armero de la Policía? (¡¡A mí se me puso el corazón a mil!!) Es un curso muy bonito. Te sacarías el curso de armero, que está muy bien considerado”

A todo esto yo pensaba: sí, sí, sí, siiií.

 


4 comentarios:

Montse dijo...

Me ha gustado mucho leer estas cartas, no creo que exista otra persona que escriba a la familia tan bien y con tanto detalle como tú.
No he leído lo de "continuará" pero confío en que sigas publicando esas cartas, son una joya.
Mil besos.

Ángeles dijo...

Lo primero es lo primero: en la foto se te ve sufriendo, queriendo poner cara seria pero se nota que estás aguantando la risa. Y no me extraña, claro.

Y oye, más que cartas, lo que tú escribías eran entradas de un diario, solo que luego las enviabas. Porque ese detallismo, esa precisión en el lenguaje, denotan una inclinación natural hacia la narrativa, y ya sabes que los escritores natos son muchas veces también diaristas. En fin, me imagino que tu familia recibiría tus cartas con mucha ilusión, no solo por saber de ti sino por lo bien que se lo contabas.

Y por ultimo, hay en esas cartas algunas frases ( "a este ni tocarlo, que es de mi pueblo", "me he apuntado para cabo"...) que parecen sacadas de una película que se titula Amanece que no es poco, ¿te suena? :D

Papacangrejo dijo...

Yo no hice la mili, hice prestación sustitutoria en Cruz Roja, en mi ciudad, así que ni tan mal. No tuve que irme lejos

Anónimo dijo...

Ostras, casi se me escapa...
¡Qué guay, cuánto me gustan a mí las historia de la mili... ¡Y más si están tan bien contadas
¿Qué quieres que te diga... Yo me alegro de haber ido porque nunca había salido por ahí y porque, en general, fue divertido y bonito. Incluso diré que a esta juventud le vendría bien si no es la mili, un periodo de servicio a la sociedad (pero ¡en serio, con disciplina y cierta entrega, que es lo que le falta al colectivo joven, que cada vez es más egoísta.
Yo la hice 9 años más tarde que tú y estuve sólo 9 meses. Cuando me largué fue llorando. Ya te hablé una vez de mi amigo de Lorca, que fue al último que vi mientras los dos llorábamos al alejarse en el autobús... ¡Qué chingo lo pasé.
Desde luego también tuve miedo a los bisas. Lo malo es que en esos 9 años la situación había empeorado porque el alcohol casi fue sustituído por las pastillas (así como el Bacalao había reemplazado al Pop y el Rock) y eso, sumado a algún tipo patibulario que había provocó que pasara varios días aterrado. Cuando los bisas se largaron fue toda una liberación y entonces, comencé a disfrutar incluso del cuartel, que era una base de reparación de automóviles de ruedas (la número 3, concretamente) aunque estaba cercada por un larguísimo muro con garitas, obviamente. Como estábamos poquica gente, casi parecía que estabas de colonias y a mí me gustaba quedarme allí los fines de semana, haciendo cocinas o guardias porque eran francamente relajante.Incluso te diré que las noches de primavera y verano disfruté de mis dos horas de garita; en cambio, en invierno eran terribles, por el frío de Ebro y porque dentro de la garita, la gente orinaba y era vomitivo aguantar allí.
Oye, que me has abierto el apetito y te contaré más cosas de mi mili, que desde luego no fue aventurera pero que para mí fue toda una experiencia.
carlos