27 de julio de 2009

LA ABUELA PACA

Esta es Paca, la abuela de mi mujer y bisabuela de mis hijos; una anciana muy peculiar de la que hoy quiero dejar aquí unas pinceladas.

Si tuviera que definirla con una sola palabra sería: gruñona.

Y la expresión que más la caracteriza y con la que yo más la imito es: "¡Recoño, qué barbaridad!"


- ¡Come un poco más, que no has comido nada!

- No, Paca, me he quedado bien.

- ¡Recoño, qué barbaridad!


- La nena ha salido a la calle sin chaqueta.

- No pasa nada, Paca, no hace frío.

- ¡Recoño, qué barbaridad!


- ¿Cuándo vendréis otra vez?

- Pues el fin de semana que viene, abuela.

- ¡Recoño, qué barbaridad!


Cuando empecé a entrar en la casa de mi novia, me pareció una mujer muy seria, mirando con el ceño fruncido, siempre sentada en la misma silla. Con el tiempo descubrí que tiene su particular sentido del humor, aunque pocos lo llegan a percibir y son más los que la cabrean que los que la hacen reír.

Me acuerdo perfectamente cómo murmuraba cada vez que Mª Carmen y yo nos besábamos. Se la oía renegar con un constante runrun del que emergía de vez en cuando su famoso "¡Recoño, qué barbaridad!" y se ponía tan furiosa que movía la silla hacia otro lado para no tener que mirarnos.

En invierno había muchas tardes de domingo que mi novia y yo pasábamos sentados en el sofá, tapados con una manta, viendo la tele . La abuela presente, callada, miraba de reojo.

Si había algo que me divertía era decirle a Mª Carmen al oído: "¿Cabreamos un poco a tu abuela?" y entonces nos empezábamos a besar. Nada escandaloso, solo unos arrumacos bastaban para empezar a oirla gruñir:

"Míralos, pocavergüenzaahidelante, vamosque, mira recoñoqué barbaridad!" y giraba la silla, malhumorada.

Cuando llegaba mi suegra le preguntaba "Pero qué estas rezando". Era la mar de divertido.


En mi ordenador tengo una carpeta que dice PACA, llena de fotografías suyas. Es una mujer a la que me gusta fotografiar, pues su rostro es fiel reflejo de todos y cada uno de los años que ha vivido, años que el próximo mes de marzo sumarán noventa. Trabajadora del campo durante toda su vida, su piel es un pliego antiguo que muestra una vida al aire libre con sus largas jornadas de sol y los rigores invernales. En ella se aprecia el sacrificio de una existencia dedicada al trabajo. Nunca fue a la escuela, por lo que ignora el significado de las letras y sólo reconoce algunos números.

Sin embargo Paca es un torrente de buena salud. Un cabello plateado que crece fuerte y vigoroso y con tanta rapidez que necesita cortarlo cada mes (ya me gustaría a mí, ya). Una dentadura perfecta y completa que le permite seguir mordiendo alimentos duros, siendo la castaña pilonga- seca y dura como una piedra - algo que todavía le gusta mascar. Una vista excelente que no ha necesitado gafas jamás y que le permite ser guardiana de todo lo que sucede a su alrededor.

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- El vecino no está - nos dice - porque he visto como salía por el camino un coche encarnao como el suyo. Y han entrado dos mujeres a aquella casa, una con un pañuelo en la cabeza.

- Ya está la abuela soliviando (fisgoneando) - dice mi suegro.

A Paca sólo le falla una rodilla, desgastada desde hace años, y por eso cada vez anda menos, aunque ahora que estamos en el campo le gusta dar un pequeño paseo por las mañanas con su garrote y lo primero que hace, cuando casi no ha amanecido todavía, es lavar las bragas en la pila.



Paca es experta en hacer huevos fritos. Nadie los hace como ella: la yema entera como un sol brillante a punto de estallar, la clara sin quemar en perfectas ondas nítidas alrededor de la esfera.

- Samuel ¿te apetece un huevo frito?

- Sí, pero que me lo haga la abuela Paca.


Utiliza unas palabras casi en desuso para las nuevas generaciones yeclanas (del lenguaje de Yecla ya hablaré en otra ocasión).

A los cacahuetes los llama alcahuetas y a las salamanquesas les dice paniquesas "Mira una paniquesa corriendo por la pared"

Si algo va a suceder enseguida será de contao. "Mi Fina no está, pero viene de contao". Gritar es vocear y hablar en voz baja es hablar abonico. Si mata una araña dice "Ya la he muerto". Y algo que me hace mucha gracia "He abierto las puertas de bar en bar, a ver si corre el aire"

Cuando empecé a tener confianza como para bromear con ella, me decía algo que he repetido tanto a mi familia que todos la imitan ya así. Lo lógico es que me dijera: "Tú eres un descarao", pero no, ella siempre dice: "Tú, lo que ereh, ereh mu descarao" Y a veces busca el adjetivo con el que calificarme y mientras lo encuentra alarga esa mu. "Tú, lo que ereh, ereh muuuu, muuuu , mu listo ereh". Me encanta. Es única.

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Muy de vez en cuando se marea porque la sangre no le llega bien al cerebro, sobre todo si ha estado haciendo algo (desmenuzando tortas de gazpacho o pelando tomates, por ejemplo) en una posición poco favorable. Entonces hay que acostarla hasta que se le pasa.

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.Y si hay algo que le cabrea especialmente es que alguien le diga que se ha dormido. Jamás reconocerá que ha dado una cabezada aunque la frente le golpee en la mesa.

"Acúestate" "No que no tengo sueño" "Pero si te estás durmiendo" "¿Yo durmiendo? Sí, claro ¡ recoño qué barbaridad! Durmiendo dice..."


Cosas que tiene la vida, los años han pasado y concluída aquella etapa en la que se indignara tanto porque su nieta y yo nos dábamos inocentes besos, otro nieto suyo ha traído a su nueva novia a casa. Es una cubana alegre y bulliciosa de las que piensa que la vida hay que vivirla con intensidad porque mañana igual estamos muertos y no la hemos disfrutado.

"Ay, abuela, no me mire tan seria,- le dice contoneando las caderas - que no le he hecho ná" .
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Y Paca tuerce el morro.

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El otro día la abuela y yo fuimos testigos de cómo llegaban mi cuñado y su novia. Hay música y movimiento corporal allá donde van. En un momento dado la cubana atrapó a su novio con una pierna, le metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón y le apretó con fuerza el culo mientras se lanzaba a besarlo como si necesitara extraerle con la lengua algo que tuviera en la garganta.

Miré inmediatamente a la abuela para apreciar cómo se le transformaba el gesto, y antes de que tuviera tiempo de rezar me levanté y al pasar por su lado le dije :"¡Recoño, Paca, qué barbaridad!

La bisabuela Paca y su bisnieto Samuel

23 de julio de 2009

A PICO Y PALA


Es siempre una satisfacción que se acuerden de uno para las cosas buenas, por eso me supuso un subidón descubrir hace unos días que alguien me entregaba el premio A Pico y pala.
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Me lo concede Peibol, mi amigo tinerfeño, que lo envía limpito y reluciente. Y creo que es de oro macizo (o así lo parece tras el mordisco que le he dado). En cualquier caso… ¡Gracias Peibol!

Una vez aceptado el galardón, las férreas normas de la blogosfera obligan, bajo severas consecuencias penales, a que uno ha de entregarlo a su vez a cuatro blogueros que lo merezcan. Mi natural rebeldía satánica me impide acatar cualquier norma, pero lo voy a hacer porque me da la gana y me apetece, no por otros motivos.
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Eso sí, qué complicado me ha sido esculpir cuatro premios idénticos al mío para los cuatro amigos a quienes los envío yo ahora:

A Bichejo: Por ser como es, porque empezó tímidamente y ahora es la reina de la colmena. Por su naturalidad y simpatía a la hora de contarnos lo que pasa por por su cabeza.
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A Umpi: Porque compartimos una afición que se me hace cada vez más atractiva gracias a lo bien que la muestra en su blog. Y porque es un currante en toda regla.
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A El hombre perplejo: Por combinar con tan buen gusto y de una forma tan original y bien diseñada el mundo del cine y la imagen. ¡Con lo que me gusta eso!
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A MochuELIn: Por la intuición que tuve al encontrar su blog, que me gustó desde el principio y la corriente de simpatía mutua desde entonces. ¡ Va para ti este premio sobre patines!
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Quiero dejar bien claro a los cuatro que estáis en vuestro derecho de mostrar rebeldía, que no estáis obligados a colocar el premio en vuestros blogs, ni a reenviarlo a otros cuatro, ni a beber gazpacho en verano. Me basta con que os deis por enterados del reconocimiento que hago a vuestros blogs y, sobre todo, a vosotros. (Sólo estáis obligados a venderme vuestras almas, pero eso es algo que ya sabíais desde el principio. Dejaos de taquicardias tontas.)
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Al alzar el premio sobre mi cabeza me percaté de que trae colgando dos preguntas que uno debe contestar. ¡No todo iba a ser fácil y bonito!
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En la primera de ellas se me pregunta cuál es el trabajo más raro que he tenido.
Después de dieciocho horas pensando en esto, llego a la conclusión de que no he tenido ningún trabajo raro, aunque, eso sí, todos han tenido su punto. Porque, veamos, dependiente de video club, profesor de inglés, personal de limpieza y conserje. Normalillos todos, creo yo. Si al menos hubiera sido sexador de pollos ya tendría respuesta.
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Pero de todas formas voy a contestar dos: dependiente de video club por las cosas tan raras que me pedían a veces y otra ocupación que tuve, aunque no la incluyo en la lista porque no fue remunerada: vendedor de colchones en el Carrefour. Jajajaja. ¡¡Es que lo digo y ni yo mismo me lo creo!!
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En una época en la que no tenía trabajo y algo había que hacer, me apunté a un cursillo que daba el Carrefour (entonces se llamaba Continente) que formaba como vendedores para su hipermercado. La parte teórica fue muy interesante, la verdad sea dicha, nociones básicas para saber vender y consejos para captar con sigilosos pasos la psicología del comprador.
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Para hacer las prácticas fuimos durante una semana al Continente de Finestrat (al lado de Benidorm) y aunque el primer día se me asignó la sección de muebles, al día siguiente y sin previo aviso ni formación, me pusieron en la de colchones.
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Y allí estaba yo, en aquel aburrido pasillo, paseo arriba, paseo abajo, mirando la fila de colchones plastificados que tenía a mi cargo, sin pajolera idea de cualidades ni ventajas ni condiciones.
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Pero vendí algunos, no vayan a creer. Sí, sí, como lo oyen. A una parejita joven les endosé el primero, el más económico, recuerdo, y se lo llevaron tan contentos. Claro, tan jóvenes ellos…
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Pronto descubrí el apuro que da que empiecen con preguntitas técnicas que, por mi parte, sólo tenían como respuesta “Es un gran colchón”, pero que, a veces, no parecía ser suficiente para convencer al comprador. Hubo un desagradecido que me pidió que buscara a un entendido porque mi cara de inexperto parece que le ofendía. El muy tontolaba se terminó llevando el mismo colchón que yo le ofrecía desde el principio, pero, claro, se lo volvió a mostrar un vendedor con traje y corbata, y eso tiene un glamour y un poder de convicción que ni te cuento.
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El colchón más caro también lo llegué a vender. A un tipo que me hizo enseñarle todos y cada uno de ellos y que en vez de un colchón parecía estar buscando un desparasitador de ozono antigravitatorio. ¡Qué plasta! Cuando le dije el precio del más caro le hicieron chiribitas los ojos y se decantó por él. Y es que era el tipo de comprador que piensa que lo más caro es lo mejor, pero mis escasas nociones de psicología vendedora no me ayudaron a evitar el extenso recorrido.
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Bueno, como experiencia no estuvo mal, pero ahí se quedó la cosa porque renuncié al ridículo y frustrante contrato que me ofrecieron finalmente.
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Algunos de los compañeros con los que hice el cursillo siguen trabajando en el Carrefour de Petrel. Uno de ellos ha llegado a mandamás y todo y hasta lleva traje y corbata!!
A ver si un día de estos le compro un colchón…
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¿He dicho ya que había una segunda pregunta? Dice así: ¿Qué cuatro cosas te llevarías a una isla desierta en la que fueras a estar un año, y por qué?
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Cada vez que me hacen esta pregunta, (seamos sinceros, a todos nos la han hecho más de una vez) me acuerdo de mi amigo Juan Luis, que siempre responde que él se llevaría una botella de 5 litros de Quimicamp Piscinas.
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- Pero ¿para qué coño querrías eso? – le decimos
- Ah, uno nunca sabe cuándo pude necesitar las cosas – responde tan campante.
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La verdad es que lo fácil es responder cualquier chorrada, pero si la cosa fuera en serio, menudo apuro olvidar algo realmente básico.
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El papel higiénico, por ejemplo. .. ¿O no? No, no, lo descarto. ¡Son sólo cuatro cosas!
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¡Maquinillas de afeitar! Por supuesto! Mmm, no. Ahora que lo pienso tiene que ser una pasada poder llegar a hacerse trenzas en la barba.
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Tal vez un Viernes que me hiciera compañía, aunque si luego no nos lleváramos bien, menudo año más incómodo.
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Lo mejor sería tres containers refrigerados repletos de comida y sal de frutas por si me pongo malo... ¿Y por qué sonará esto a broma si lo he dicho muy en serio?
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Oye Peibol, esto es muy difícil. Además me surgen preguntas que son vitales para responder con propiedad:
Al volver luego a la civilización, ¿me meterían en la cárcel por no haber pagado a Hacienda durante mi ausencia?
¿La isla estaría realmente desierta o si me acercara a la costa sur la encontraría edificada de hoteles y apartamentos? Ah, ¿totalmente desierta? ¡Eso no existe, hombre!
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Bueno, respondo sin más dilación, me llevaría un portátil de batería infinita con acceso a internet para poder seguir escribiendo el blog. Me sobra todo lo demás.
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¿Qué? ¿Que eso no es posible? Tampoco lo es el que haya islas sin edificar así que… ¡a callar!

20 de julio de 2009

DIARIO MAYA ( y 3)

Existe un lugar prodigioso en nuestro planeta.
Hace miles de años era una inmensa cueva seca que reunía las condiciones necesarias para que en ella, en un inconcebible juego del tiempo, se fueran formando miles de estalactitas y estalagmitas.
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Durante el período de glaciación, la cueva se fue inundando de agua hasta que toda su capacidad se tornó líquida. Y aquel lugar, imperecedero, envuelto en una completa oscuridad, permanecería oculto durante siglos, perdido en un rincón del globo, entre la selva de un lugar que el hombre llamaría México.
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Yo conocí aquel lugar.
Si cierro los ojos e intento evocarlo, recuerdo el sonido de mi respiración bajo el agua y los haces de luz de las linternas iluminando las profundidades.
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La inmensidad del lugar me sobrecogía, pero al mismo tiempo me iba calando su paz, su quietud.
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Apenas movíamos la superficie del agua. Nos limitábamos a avanzar de dos en dos, salvo por algunos pasajes que se estrechaban tanto que debíamos atravesarlos de uno en uno.
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Tan bello era el techo como el fondo, si bien éste acaparaba toda nuestra atención. Flotando nosotros sobre el agua, la sensación era la de estar suspendidos sobre la nada, jugando a desafiar la ley de la gravedad.
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Cada nuevo metro avanzado me parecía impresionante. De grandes y orondas panzas de rocas lisas pasábamos a profundas simas de las que emergían estalagmitas. De estrechas cuencas de oblicuas paredes entrábamos a amplias ensenadas en las que uno se sentía insignificante.
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Los ojos muy abiertos, el corazón latiendo al compás de nuestro asombro.
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En la distancia, rompiendo la superficie, encontramos una gran roca que emergía del fondo a modo de isla y que parecía el caparazón de una gran tortuga. Nos sirvió al grupo para apoyarnos y descansar.
Luis y Lorenzo, los únicos que no llevaban chalecos salvavidas, para moverse con más agilidad, se dedicaron a iluminar las estalactitas del techo para nosotros.
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- Y bien, ¿qué les parece?
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Casi no hablábamos. Todo eran ojos contemplando lo nunca visto.
Había columnas muy finas que aparentaban fragilidad y otras enormes que parecían estar colocadas para que el techo no se derrumbara.
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- Más adelante – comentó Luis mientras desempañaba sus gafas con saliva en los dedos – encontraremos una cavidad con murciélagos en el techo. Seguramente, al oírnos se asustarán y saldrán volando hacia el exterior. Suele ocurrir que se enganchen en el pelo. Si es así no se preocupen, yo se los iré quitando de la cabeza.

No nos creímos ni una palabra. ¿Murciélagos? Sí, claro, como las pirañas de la entrada…

- ¿Continuamos?
- Vamos, Mari Carmen, yo te sigo – le dije
- ¿Cómo estás, Juanillo? – preguntaba Garikoitz
- Bien, aguanto, aguanto…
Quise ser el último en bajar de la roca. Algunos compañeros ya buceaban sobre la superficie tras Luis y desde allí podía apreciar cómo las luces de sus linternas atravesaban las aguas cristalinas.
Miré a mi alrededor. ¡Qué silencio! ¡Qué quietud milenaria! ¿Existía realmente un mundo paralelo allá afuera? Envuelto por aquella serenidad no se concebía el bullicioso y palpitante mundo del exterior.

En décimas de segundo imaginé lo que sería quedarme allí solo en aquel laberinto subterráneo y me lancé al agua tras el grupo.

Llegamos a una zona en la que el techo estaba demasiado bajo y, a pesar de la precaución, me golpeé la cabeza haciéndome un pequeño chichón y una herida. Fui el único al que le ocurrió, como era de esperar. De todas formas todo era infinitamente mejor que la experiencia de la mañana; aquí no había agua salada que tragar, ni problemas para colocarse en posición vertical, ni olas que se empeñaran en desorientarme.
Luis dejó de nadar en un gran ensanche de paredes irregulares de al menos cinco metros de profundidad.

- Bueno, hasta aquí es posible llegar como lo hemos hecho. A partir de esta zona sólo es posible seguir con botellas de oxígeno. ¿Alguno se atreve? – bromeó sonriendo
- ¿Alguien lo ha hecho?
- Por supuesto. Una expedición dirigida por un norteamericano llamado Michael Maddem.
Mari Carmen y yo pudimos hacer pie sobre una roca y nos colocamos algo más altos que el resto.
- Brrrr – temblaba ella - ¡Qué fría está el agua!
- Yo ya me he acostumbrado. Ahora que, me he pegado un porrazo en la cabeza que no veas…
Gari se reía.
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Hagamos una cosa – dijo Luis – Vamos a apagar todas las linternas y a quedarnos quietos y en silencio. ¡Verán qué sensación!

Así lo hicimos.
Y la oscuridad fue absoluta.
Y el silencio sobrecogedor.
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Todos intuíamos la presencia de los demás pero era casi como estar solos en la nada. El sonido de alguna gota de agua, algún rumor líquido, pero nada más.
- ¿Te imaginas – susurré a Mari Carmen – que ahora se marchan los guías y nos dejan solos?
Y acto seguido encendió la linterna para comprobar aliviada que allí seguían.
Volvió el rumor de nuestras voces comentando las sensaciones.

- Bien, haremos otra cosa ahora. – propuso un guía - Enciendan todas las linternas, desátenlas de sus muñecas y déjenlas caer al fondo.

El efecto de luces fue espectacular. Todas se fueron hundiendo a la vez y en espiral, dibujando los contornos de la profundidad, que se iban haciendo más y más nítidos conforme llegaban las linternas hasta el fondo.
Cuando todas se posaron en el suelo irregular, nosotros quedamos en penumbra sobre lo que parecía un intenso amanecer submarino. E igual de impactante se veía el techo, desde donde, por los reflejos de la superficie del agua en movimiento, brotaban continuos guiños de luz por toda la bóveda de roca.
Imposible olvidar algo así. Cómo iba a dejar de escribirlo aunque sea tan difícil de describir.
Finalmente Luis buceó hasta el fondo y subió a la superficie todas las linternas, elevándolas en movimiento espiral para crear más efectos mágicos. Hubo aplauso general.
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¿Y qué ocurrió después? Pues que regresamos por un lugar diferente. ¿Cómo era posible que hubiera tantas galerías? Nuevos caprichos de la Naturaleza nos iban a dejar boquiabiertos, como por ejemplo una pequeña isla emergente repleta de estrechas estalagmitas de distinta altura y que al efecto de nuestras linternas se asemejaba mucho al perfil de la ciudad de Nueva York. O la cantidad de estalactitas de diminuto tamaño que parecían una representación de las filigranas árabes de la Alhambra de Granada.
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Y de repente ¡oh, cielos, era verdad! Una masa oscura y temblorosa sobre el techo. Allí había murciélagos colgados boca abajo. Y Luis y Lorenzo les echaban agua para que les viéramos salir volando y nos asustáramos. Alguno de ellos se llegó a descolgar, pero eso de que se agarraban a las cabezas era fruto de sus mentes bromistas.
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Poco antes de salir de nuevo al exterior, en un movimiento reflejo, cerré con fuerza mi mano derecha porque sentí cómo algo resbalaba por el dedo anular. De no haberlo hecho habría perdido mi anillo. El agua estaba tan fría que todo se me había encogido. Luego pensé muchas veces que no era tan mal lugar para perder un anillo. Mucho mejor que una piscina o un desagüe, ¿verdad?
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Y aquella fue nuestra increíble expedición por Nohoch Na Chich.
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Secándonos y vistiéndonos en el exterior, donde el calor volvía a templar nuestros cuerpos, oí cómo uno de los guías le decía al otro
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- Tantas veces como he entrado y aún descubro cosas nuevas.
- Lo mismo me pasa a mí. Es impresionante.
La familia del rancho San Felipe nos invitaron a tomar café. La última foto de aquel viaje la hice allí, a unos niños que sonreían y nos despedían desde sus chabolas.
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La vuelta al hotel fue mucho peor. Doble velocidad, dobles brincos, dobles gritos.
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- ¡Luis – le chillaba yo – si lo que quieres es propina, sólo tienes que pedirla!
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Volvió a frenar frente a la Hacienda Doña Isabel y nos entregó unos papeles. Eran unos tests para que puntuáramos y escribiéramos nuestra opinión sobre las actividades del día. Absolutamente todas fueron favorables, ¡cómo no!
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Al recoger los papeles nos miró uno por uno y dijo que para él había sido un gran orgullo haber formado parte de la felicidad que supone la luna de miel de unos recién casados y nos deseó que nos fuera muy bien a todos en la vida.
- Por cierto – dijo - ¿Tenía yo razón? ¿Olvidarán algo así?
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Cuando me despedí de él le dije “Mucho gusto en haberte conocido”, a lo que contestó “Te recordaré en todas mis pesadillas” lo cual hizo reír a todos. Y es que yo había sido un poco la oveja negra del grupo, el patoso, pero, qué porras, lo hice todo, ¿no? Viví todas las aventuras sin miedo alguno, siempre dudoso pero sin rajarme y finalmente feliz de haber visto con mis propios ojos las impresionantes maravillas de la tierra de los mayas.
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Volvería mañana mismo.

16 de julio de 2009

DIARIO MAYA (2)



Sobre la arena, a la sombra de la abundante vegetación, amenizando los momentos más calurosos del día, Luis y Lorenzo, los dos guías encargados de la excursión, nos contaban vivencias y anécdotas de sus múltiples aventuras.
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Ambos reconocieron ser unos enamorados de su trabajo pero lamentaban lo mal pagados que están los sueldos en México.
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Nos recomendaron volver a este país y visitar la zona norte. Yo escuchaba con interés cómo enumeraban las características propias de cada región y en todas encontré algo fascinante, digno de ser visitado.
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Aunque todo lo que contaron era realmente interesante sólo voy a escribir lo que más nos impactó.
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Toda la península de Yucatán es llana. Ni un solo monte sobresale de ella. Lo que sí abundan son los ríos subterráneos y los cenotes (1). Muchos espeleólogos vienen a esta zona del planeta para disfrutar investigando todos los escondrijos del subsuelo. Pero no todos son profesionales. Algunos han muerto por falta de experiencia.
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- Curiosamente – comentaba Luis – se les termina rescatando ahogados con las botellas de oxígeno llenas. Mueren por la desesperación de no encontrar la salida. A veces cometen el error de tocar el fondo con las aletas, levantando una nube de lodo que lo enturbia todo. Para que el agua se vuelva clara de nuevo, tiene que pasar una hora o más. Es muy difícil permanecer sereno en esos momentos. Se les encuentra con los dedos destrozados por haber estado palpando las rocas con desesperación, buscando la salida.
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Hubo después unos minutos para fotografiarnos junto a los vehículos que tenían el polvo y los golpes de mil aventuras. Supimos entonces que tenían 25 años y procedían del ejército suizo.
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Una vez en marcha, atravesamos la carretera nacional para adentrarnos en la selva. Fue entonces cuando exclamé
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- Qué fatalidad; veraneando tan tranquilos y entrar México en guerra.
No podíamos concebir el espectáculo de atravesar a toda velocidad un tubo de vegetación sin fin por el que el vehículo cabía casi milagrosamente. Las ramas arañaban el techo y los laterales, y había raíces y rocas tan sobresalientes que los botes eran de infarto. Tres ocupantes del vehículo que nos precedía desertaron horrorizados y prefirieron seguir el camino andando. A mí no me extrañó, el viaje era un continuo baile de rock and roll enloquecido.
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Poco a poco me fui acostumbrando a los baches, los saltos y los vaivenes y empecé a disfrutar la situación. La incertidumbre de cuánto duraría el viaje y cuál sería el lugar al que nos dirigíamos nos convencía de que éste era un día de pura aventura.
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De vez en cuando, al oír los gritos que dábamos ante un bache más grande de lo normal, Luis disminuía la velocidad y giraba la cabeza para preguntar de forma socarrona si íbamos cómodos y bien. El Indiana mexicano era de lo más guasón.
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Por fin la enmarañada vegetación salvaje dio paso a un terreno rocoso a cielo abierto en el que predominaban árboles frutales y muy pronto divisamos varias chozas de madera con techos de palma de un grosor considerable.
Mujeres y niños se asomaron presurosos a las puertas para vernos llegar. Un hombre se incorporó de su hamaca y saludó a los dos guías.
- Este es el rancho San Felipe – nos dijo Luis – Prepárense para caminar hacia el cenote.
Cuando llegaron los aventureros pedestres, las ocho parejas seguimos a Luis con expectación. Hacía calor y todos nos cubrimos la cabeza con nuestras camisetas. Yo estaba maravillado. Todo lo encontraba insólito.

“Cuando vuelva a España – pensé – me parecerá increíble haber estado aquí, en un lugar perdido entre la selva, donde vive gente que jamás ha pisado una ciudad y no imaginan un lugar distinto al que viven. Bueno, esto es real y es el presente. Y lo voy a disfrutar.”

Se apreciaba que el terreno comenzaba a formar un descenso pronunciado hasta que la depresión fue tan brusca que eran necesarias unas escaleras (de lo más rústicas, por cierto) para alcanzar un vasto terreno circular que parecía haberse hundido algún día de repente.
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Y en el fondo ¡oh, maravilla!, entre helechos, árboles que rivalizaban en altura y pájaros de un plumaje al que no parecía faltarles un solo color, estaba la entrada del cenote Nohoch Na Chich (2)
Una lengua de agua cristalina reposaba como un espejo junto a una de las paredes de roca. Nos aproximamos a ella para descubrir que surgía de una gruta de techo muy bajo, oscura como boca de lobo. El frescor que emanaba del agua nos llamaba poderosa y agradablemente la atención.
Y allí estábamos, 18 personas, ante tan bella entrada natural que, salvo los guías, ignorábamos a qué lugar daría paso, qué nos aguardaría allá adentro.
Multitud de peces diminutos se acercaron a la superficie. Nosotros los contemplábamos desde la tarima de madera que rodeaba la laguna.
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- ¿Ven estos peces? – dijo Lorenzo alzando la voz para que el grupo le escuchara bien – Son pirañas mexicanas. No son tan voraces como las del Amazonas, pero son de la misma familia. – Entonces lanzó un trozo de pan al agua que desapareció en un segundo, dejándonos boquiabiertos. – Como no les gusta la oscuridad, todos debemos estar preparados para saltar al agua y nadar rápidamente hacia la boca de la gruta mientras las entretenemos con un pollo. Así no habrá ningún problema.
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No dábamos crédito a lo que oíamos. Mi mujer y otra mucha gente empezó a murmurar “Yo me quedo aquí”
- No pongan esa cara, – prosiguió Lorenzo – en cuatro meses que llevamos haciendo esto, nunca ha pasado nada.
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Volvió a tirar un gran trozo de pan al agua. Masas oscuras de peces que procedían de todas partes se abalanzaron hacia él, saltando incluso sobre el agua. Vimos cómo el pan se sumergía hacia el fondo, se partía en varios trozos que se movían hacia todos lados hasta desintegrarse por completo. ¡Qué voracidad! ¿Quién osaba a meter un pie en el agua sabiendo lo que había dentro?
Cuando todo el grupo parecía estar a punto de desertar por completo, Lorenzo resbaló y cayó al agua para volver a emerger con una gran carcajada. Era todo una broma. Voraces sí, pero no caníbales.
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Todo el material para el buceo (snorkel) estaba a nuestro lado en una pequeña cabaña de madera rebosante de humedad. Mientras me equipaba no hacía más que pensar: “¿Debo entrar? ¿Será peligroso? ¿Y si me quedo aquí?"
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Eran las tres de la tarde cuando todos estábamos equipados para la aventura.
Me acerqué a Luis y le pregunté:
- Pero en todo momento podremos sacar la cabeza para respirar o hay tramos en que no.
- No, tranquilo, el agua no llega al techo salvo en un tramo muy corto que pasaremos sin problema. Hay muchos lugares más profundos que sí están cubiertos completamente de agua y se requieren botellas de oxígeno, pero nosotros no llegaremos tan lejos.
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Este es otro de esos momentos mágicos que cuesta mucho explicar con palabras. Me refiero a los instantes previos a introducirnos nadando en la gruta. El agua estaba tan fresca que casi dolía la piel. Las rocas formaban una especie de marquesina natural que oscurecía mucho el lugar, pero el resplandor del sol sobre la selva que nos rodeaba hacía que apenas pudiera distinguir las caras de los compañeros que nadaban a mi lado por causa del intenso contraluz.
Todos nos movíamos mucho intentando aclimatarnos ante el gélido aliento de la boca de la gruta .
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Mari Carmen tenía una linterna atada a la muñeca. Así estaba establecido: una linterna por pareja.
- No te vayas a quedar el último otra vez – me advertía
- No, no. Yo pegado a ti.
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Tres compañeros no se atrevieron a llevar a cabo semejante odisea (creo que los mismos que se bajaron del todo terreno) y se quedaron esperándonos sobre la tarima.
- Recuerden lo que les dije – advertía Lorenzo – Cuidado con las estalactitas y estalagmitas. Tengan precaución a la hora de alzar la cabeza, no vayan a golpeársela. Y, por favor, si se sienten mal, comuníquenlo. ¿De acuerdo?
Y cuando comprobó que todos estábamos preparados, exclamó:
- Muy bien, ¡adelante muchachos!
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(1) Cenote: (del maya ts'ono'ot: caverna con agua) Depósito de agua que se encuentra en algunas cavernas profundas, como consecuencia de haberse derrumbado el techo de una o varias cuevas. Ahí se juntan las aguas subterráneas, formando un estanque más o menos profundo.
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(2) Nohoch Na Chich figura en el Libro Guiness de los Records como la cueva submarina más larga del planeta. Situada en Quintana Roo, México, tiene 13.290 m. de pasajes cartografiados. La exploración de este sistema, iniciada en noviembre de 1987, fue llevada a cabo por el Cave Diving Team bajo la dirección de Mike Maddem.

13 de julio de 2009

DIARIO MAYA

(Extracto del diario que escribí junto con mi mujer en los días de nuestra luna de miel en la península de Yucatán, en el México maya.
Julio año 2000)

Día 30 / 7/ 00
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¿No se inventaron los domingos para descansar? Pues hoy no ha sido así, desde luego. Nos encontrábamos tan a gusto veranenado por estos lares cuando de repente México entra en guerra y nos reclutan rápidamente en vehículos miltares hacia primera línea de fuego.
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Bueno, esto es una versión ficticia del día de hoy, pero no tan exagerada, como se verá a continuación.
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Una vez desayunados nos esperaban cuatro todo terrenos militares en la puerta del hotel. Tenían aspecto viejo pero imponente. Se les veía a prueba de fuego.
Debíamos subir en ellos en grupos de cuatro parejas. De los cuatro coches, dos marcharon primero hacia los mismos lugares que nosotros pero en orden inverso.
Frente a la Hacienda Doña Isabel, nuestro vehículo frenó en seco y el conductor se arrodilló en su asiento para hablarnos. No era de los mexicanos Panchitos Villa ni de los Huguitos Sánchez, era de los del tercer grupo que llamaré de los de "sólo acento". Era mexicano, pero rubio, y con aires de aventurero a lo Indiana Jones.
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Nos miró uno por uno y éstas fueron sus palabras:
- Buenos días. Mi nombre es Luis y voy a ser el guía encargado en conducirles a los lugares de la excursión de hoy. ¿Qué piensan ustedes que van a ver hoy?
- Pues... - empezó una tal Beatriz - nos dijeron que haríamos snorkel en unos arrecifes y una travesía por la jungla para ver un poblado maya y un cenote.
- Bueno - dijo el guía con una sonrisa - no están mal informados. Pero yo les digo ahora que les espera una gran sorpresa. Borren de sus cabezas todo lo que tienen pensado y yo les aseguro que cuando acabe el día todos me dirán que ha merecido la pena pues será lo más maravilloso que han hecho hasta el momento.
En ese instante pensé "No debería decir esto. Nos lo podemos imaginar mejor de lo que pueda ser"
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- Hoy - prosiguió - será muy importante la comunicación entre todos nosotros. Yo debo saber en todo momento cómo se encuentran sin que me oculten nada. Si alguien se siente mareado o cansado o piensa que no puede continuar, me lo debe comunicar a mí o a los compañeros.
Entonces empezó a preguntar cosas que, al menos a mí, nos pusieron algo nerviosos.
- ¿Alguno padece del corazón o de la columna? ¿Alguno siente vértigo o claustrofobia? ¿Miedo a las emociones fuertes?
Todos nos miramos con cara de gran interrogante.
- Bueno, yo... - admití sincero - a mí me da un poco miedo todo.
- Cuando así sea, díganmelo, por favor, sin ningún apuro. Y como a partir de ahora todos vamos a ser un equipo, empecemos por decir nuestros nombres para conocernos.
- Yo soy Beatriz
- Yo Fernando
- Ursula
- Juan Pablo
- Garikoitz
- ¿Cómo? - exclamó Luis acercando la cabeza
- Garikoitz. Es nombre vasco
- Marta
- Mari Carmen
- Juan
- Bien. Espero recordarlos todos, aunque no soy muy bueno para retener nombres. ¿Preparados?
- ¡Preparados! - dijimos todos.
- La mejor forma de viajar es aferrándose con las dos manos a las barras centrales. Nada de asomar la cabeza ni sacar fuera del vehículo brazos o manos. ¿De acuerdo?
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Y así, nos pusimos rumbo a la aventura.
Anduvimos varios kilómetros en dirección a Xel- Há por un camino llano sin asfaltar paralelo a la carretra principal. En un momento dado torcimos a la izquierda y nos encaminamos en dirección al mar a través de la arboleda. Y no tardamos en vislumbrar la llamada Playa de Punta Solimán. Un lugar de postal: arena blanca, mar azul turquesa, palmeras que se inclinan hasta rozar el agua crsitalina...
- ¡Hemos llegado! - exclamó Luis - Voy a prepararles el equipo de snorkel. Luego nos haremos fotos junto al auto, ¿vale?
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A pocos metros de donde paró el vehículo se entreveía camuflado por el follaje una especie de bar con unas vistas al mar privilegiadas.
Sobre la arena había decenas de aletas de buceo. Cada cual cogió el par que más le apañaba, así como las gafas, tubo y chaleco salvavidas.
Una vez equipados nos reunimos todas las parejas junto a la orilla. Para llegar hasta allí había que andar como payasos. Las aletas, fuera del agua, son un auténtico engorro.
Alineadas y bañadas por las suaves olas había muchas canoas biplaza que se llaman kayaks.
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- A ver, por favor, acérquense a mí - nos llamó Luis - Unas cuantas advertencias antes de nada. Les va a ser muy fácil remar hacia los arrecifes de coral. ¿Ven aquella espuma a lo lejos? La causan las olas que chocan en el arrecife. Hasta allá vamos a llegar con los kayaks, después nos introduciremos nadando. Pero una vez en el lugar es muy importante que tengamos mucho cuidado con el coral. No se debe tocar, y mucho menos golpear. Es necesario preservar todo ese habitat para poder disfrutar siempre de esa maravilla de la Naturaleza. Sólo les pido un poco de cuidado y mucha atención. A veces puede ser un poco complicado porque todo aquello es como un laberinto y en ocasiones las olas serán un obstáculo.
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A mí se me empezaba a mover un gusanillo en el estómago.
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Luis siguió comentando que no dejáramos de mirar siempre qué teníamos debajo, pues si en un momento dado necesitábamos ponernos en posición vertical, podíamos dañar el coral con nuestras piernas, o peor, pincharnos con los muchos erizos de mar que abundan por la zona.
- Yo iré siempre delante - decía luis - Solo han de seguirme por el mismo lugar por el que yo nade. Que nadie intente alcanzar al resto por lo que le parezcan atajos. Desde la superficie puede parecer una cosa, pero si no miran hacia abajo pueden hacerse daño, ¿entendido?
Me subí al kayak con la sensación de estar cometiendo una locura. Mari Carmen subió delante. Yo remaba a su compás. Si nos desviábamos un poco hacia un lado, paleteábamos un instante del lado contrario hasta enderezar la canoa.
Con tantas parejas remando hacia un mismo punto parecíamos indios o caníbales a punto de asaltar al enemigo.
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Yo voy a ser sincero. Aunque en Xel-Há ya me inicié en esto del snorkel y disfruté de lo lindo en sus lagos, aquí en el mar las cosas fueron harina de otro costal.
Es cierto que el mundo que se abría ante nuestros ojos era digno de contemplación tanto por la variedad multicolor de peces como de plantas y rocas. Me gustó de verdad. Pero en ningún momento dejé de notar el gusto salado del mar en la boca, en la garganta y hasta en la nariz, pese a tenerla aprisionada bajo las gafas. Es por eso que cada dos por tres esperaba el momento propicio para quitarme las gafas, escupir, sonarme, volver a ponerme las gafas, sumergirme y correr detrás del último para no descolgarme del grupo.
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Veía yo debajo de mí corales rojos y azules y montones de curiosos peces cruzar en todas direcciones. Oía yo el sonido de mi respiración bajo el agua, que pese a la belleza de todo lo que me rodeaba, nunca estaba relajada y se aceleraba más y más cuanto más evidente era que me iban dejando el último y a considerable distancia. Trataba de relajarme: "Qué bonito. Qué bonito. No te agobies. Qué bonito todo"
Pero entonces una ola llegaba a hurtadillas y me pasaba por encima, me asustaba y me subía el nivel de sal en las narices.
No había más remedio que sacar de nuevo la cabeza. Cuidado con los erizos. A toser. A escupir. A quitarme las gafas. A sonarme. Y ¡ay! qué lejos se ha ido el grupo y yo aquí solo.
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Levanté un brazo.
S.O.S.
Y oía a Gari en la distancia: "Pero Juanillooo..."
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Luis vino a por mí y me sacó del callejón sin salida en el que había ido a parar. Cosa inútil porque poco después estaba yo en las mismas. El grupo nadaba como peces, yo como pato mareao. Y otra ola. Y una familia de erizos saludando desde el fondo. Traguito de agua. Ganas de vomitar. "Qué bonito. Qué bonito todo. Qué ganas de montar en la canoa y salir de aquí ya, cojones!"
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Llegó un momento en que toda mi concentración estaba puesta en perseguir las aletas del último (del penúltimo quiero decir, el honor de ser el último fue siempre mío) No debía volver a perderles de vista por nada del mundo. Aunque hubiera sobrenadado los tesoros de Moctezuma no me hubiera percatado de nada. Mi meta estaba en esas aletas que tenía delante y que no cesaban de avanzar y avanzar para desesperación de mis brazos, de mis pies, de mi cuello...
¡Y mi mujer, cual delfín en domingo! Todo el tiempo detrás del monitor sin percatarse de la angustiada situación de su marido (¡Cásate para esto!)
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Casi a punto de llegar de nuevo a los kayaks, aún le quité un buen sorbo al Caribe y se me debió poner tal cara que hasta el monitor me dijo:
"Si vomitas te sentirás mejor"
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Pero yo sólo me sentí mejor cuando volví a pisar tierra firme y seca. Qué placer sin igual.
Comimos en la playa a la sombra de las palmeras. Unos filetes de pescado y una fajitas de pollo fueron restableciendo nuestras fuerzas.
Nos reímos mucho contando yo mis peripecias.
- ¡Que no !- les decía- que si el agua fuera para los humanos tendríamos escamas.
- ¿Pero por qué no nos seguias? - me decían los muy guasones
- ¡Pero si no hacía otra cosa! Pero esa manía vuestra de correr...
- Pues esto - dijo Luis mirándonos a todos - sólo ha sido el aperitivo de la jornada. El plato fuerte está por llegar.

7 de julio de 2009

SUDANDO LA GOTA FRÍA



En Villena, cuando se quieren referir al frío que hace en Yecla en invierno, dicen:
"Joder con los yeclanos, que al frío lo llaman fresco".
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Es una frase que siempre me ha gustado porque los retrata muy bien; doy fe de ello.
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En mis primeros años de incursiones en tierras "extranjeras", cuando pude comprobar en propias carnes el tremendo frío que allí hace, casi me vuelvo para no regresar jamás.
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Si no fuera porque el amor derrite hasta los icebergs...

Para colmo de males, a los yeclanos les pareció buena idea tomar como patrona de la ciudad a la Inmaculada Concepción en cuyo honor celebran las fiestas patronales en diciembre, justo cuando el frio se ha apoderado de toda la ciudad con saña.
La gente sale a la calle bien abrigada, claro está, pero yo, como desamparado forastero, viví aquellas primeras fiestas con guantes, bufanda, abrigo y unas lloriqueantes ganas de meterme en la cama con doce mantas y bolsa de agua hirviendo.
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Y las calles se llenan de "tiradores", gente que coge un trabuco, le pone una carga de pólvora y dispara. Y son tantos disparando a la vez que no hay apenas silencios entre unos y otros; es un tiro tras otro y tras otro en una espiral sin fin en la que todos parecen competir por ver cuál es el más fuerte y ruidoso.
La única ventaja que yo encontraba a aquello es que entre tanta explosión no era audible el castañeteo de mis dientes, cosa que tal vez hubiera resultado ridícula en el "país" del fresco, que no del frío.
Y a mí, que me desquician los ruidos fuertes, allí me hallaba, preso entre el gentío, con la nariz colorada y las orejas a punto de romperse como el cristal, entre estruendos y nubes de pólvora.
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Si no fuera porque el amor nos hace oír música celestial...

Recuerdo la rabia que me daba que los oriundos de semejante tierra "polar" me dijeran que no era para tanto, cuando yo tenía que ponerme dos pares de calcetines bien gruesos para que no me tuvieran que amputar los pies y muchas veces hasta había un pijama de lana debajo de los pantalones, cosa que confieso hoy aquí por vez primera.

Pero ahora perdono a aquellos yeclanos que me decían aquello porque, con los años, parece que me he inmunizado a los rigores invernales y hasta los tolero con agrado. Ya no me acobarda el invierno, tal vez porque ahora tenga más calorías, pero hasta yo mismo me sorprendo al recordar aquel suplicio de hace unos años. ¿Será que me he curtido como un machote y ya me he convertido en un auténtico yeclano de los del "fresco, que no frío"?
El invierno yeclano es duro, pero vigoroso, sanote, de los que alisan las arrugas y te dan lustre en el rostro. Y hoy puedo decir que no me mata. Ni mucho menos.

Sin embargo, el verano...
Sobre el calor que se apodera de Yecla en el verano no conozco ningún dicho villenero. Será porque no existe, pero ya lo inventaré yo, ya...
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Si se me diera la oportunidad de viajar en el tiempo hasta el momento exacto en el que llegaba el primer poblador a colocar la primera piedra de lo que sería mi querida Yecla, cogería yo esa piedra y se la partiría en la cabeza.
Pero por todos los demonios!! ¿por qué se empeña la gente en construir y vivir en las zonas más inhóspitas del planeta? ¿Es que no se percataron de que en ese lugar, si sobrevives a quedar congelado en invierno, morirás de todas formas derretido en verano? ¿No había lugares mejores?
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Por supuesto que sí, es sólo que algunos tienen poca estrategia orográfica y dicen "Aquí mismo" y ahí se quedan por los siglos de los siglos.
Y se ve que los antiguos yeclanos, cuando quisieron darse cuenta de su error ya llevaban mucho construído y no les apeteció enmendar la plana.

El veranito yeclano es taladrador, furibundo, opresivo. Y muy dado a echarse a dormir la siesta hasta tan tarde que olvida que de madrugada sería un alivio que corriera una brisa refrescante, por tímida que fuera.
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Si no fuera porque los padres de mi amor (léase mis suegros) compraron una casita en la montaña...

Estoy viviendo en una rústica casa de campo a diez kilómetros del núcleo urbano, aunque parece mayor la distancia porque el pueblo ni se ve y porque la carretera deja mucho que desear. El lugar se llama Morrón del Puerto. Soy un afortunado porque me estoy riendo del verano en su cara. Aquí sí que llega la brisa y uno puede dormir sin ahogos. Hay unas bonitas vistas de llanuras multicolor que contemplo al desayunar en la marquesina cada mañana y unos montes cuajados de verdes pinares a nuestra espalda desde donde nos llegan los canturreos de los pájaros durante el día y el amortiguado y adormecedor sonido de los grillos por la noche.
Aquí no hay internet, pero aún así, se sobrevive y ahora estoy seguro de que al primer colono que fue a colocar la primera piedra en Yecla, lo traería de las orejas al Morrón del Puerto y le diría:

- ¿Lo ves? ¡Aquí sí! ¡No allá! ¡Tontaina!

3 de julio de 2009

UN AÑO DE BLOG


1... 2... 3 de julio... BINGO!!

Yo juraría que no es verdad, pero el calendario nunca miente y me dice que hoy cumplo un año de blog. Un año desde que, explorando los misteriosos vericuetos de la blogosfera, apreté por vez primera el botón de PUBLICAR y me quedé mirando como un bobo aquel primer texto que dejaba colgado en la red (el único realmente corto, por cierto)

Recuerdo que aquel día me pareció haber conseguido algo mágico y puse mucho empeño en darlo a conocer a familiares y amigos. Poco a poco fueron asomando por aquí para dejar sus comentarios, (algunos lo hicieron para hacerme callar, por lo pesado que me puse, lo reconozco) Aquellos primeros contactos originaron los chispazos que encendieron las calderas que darían vida a este infierno.

Hoy puedo decir que el verdadero motivo de celebración no está en cumplir este primer aniversario. Lo que de verdad me alegra, y que yo no podía ni por asomo imaginar entonces, es la gran experiencia que supone poder hacerlo junto a tanta gente. Aquella duda que asomaba en mi primera entrada "¿Será verdad que hay tantas almas al otro lado de la pantalla?" se ha ido transformando a través de los meses en una confirmación. Sí, hay una gran cantidad de amigos, con blog o sin blog, que se han unido sin reservas a esta aventura y han llegado desde los más variados puntos del planeta para hacer grande e importante este sitio. Así lo siento.

Hay quien me pregunta si conozco a toda la gente que me escribe, y yo les contesto que la mayoría son grandes desconocidos a los que me parece conocer de toda la vida. Cómo no va a ser así si hemos compartido ideas, opiniones, experiencias, nos hemos regalado fotos, canciones, sonrisas, nos hemos contado viajes, anécdotas, sueños, hemos participado en juegos, hemos lanzado retos, hemos reído con ganas unas veces y algún suspiro se ha escapado en otras. En fin, que hemos pasado tan buenos ratos juntos que yo mismo me felicito por ser bloguero y pertenecer a esta gran familia.

Aunque agradezco efusivamente todas y cada una de las visitas que he recibido (incluso las de aquellas personas que pasan en silencio), hoy quiero hacer un regalo de cumpleaños a los visitantes más asiduos, a los pecadores más reincidentes, a aquellos que, para mi desgracia, no muestran ningún temor ante este diablo que les amenaza.
Queridos amigos y amigas, esto es para vosotros:




Otro de los motivos por los que me alegra enormemente que se cumpla un año es que por fín puedo pasaros la factura anual. ¡Ya iba siendo hora de ganar dinero con el blog! Ahí os dejo la nota. Os ruego que no os demoréis en el pago.


¿¿Cómo?? ¿¿Que os creíais que esto era gratis?? ¡¡Pero con quién pensábais que estábais tratando!! Os lo vengo advirtiendo mucho tiempo. ¡¡SOY EL DIABLO!!

No, no me vengan con lloriqueos ahora. ¡¡Vamos, pasando por caja!!