Todos los días, salvo raras
excepciones, entro a través de mi ordenador en Al borde del abismo, el
blog que escribe mi padre desde el otro lado del océano.
Nos cuenta cosas realmente
interesantes en él (al menos para mí lo son).
Descubrí hace dos días un
texto que ha titulado Mi aventura madrileña, en el que narra las
vicisitudes que tuvo que atravesar buscando un porvenir en Madrid para él y su
familia. Son cosas que en su día nos contó, pero que, al leerlas ahora con más
detalles, me parecen nuevas, entrañables y sorprendentes.
Este fragmento:
“...mi hijo, con dos
añitos recién cumplidos, me cantó de principio a fin la canción La, la, la de
Massiel y, a partir de entonces, no hubo vecino que no le pidiese que la
cantara.”
me ha hecho imaginar con
emoción la escena en la que, después de muchos meses sin vernos, yo cantaría la
canción para mi padre.
Puedo hacerme una idea de su
satisfacción (todos los pequeños avances de mis hijos me hacen babear), máxime
cuando, con toda probabilidad, cuando él se marchó yo apenas balbucearía y, en
el reencuentro, me encontraba cantando.
Todo esto me hizo recordar
que yo ya había escrito sobre este hecho. Hace unos años, en mi afán por
escribir y contar historias —que siempre he tenido innato—, empecé a redactar
recuerdos sobre mí y mi familia y los recopilé en un cuaderno que bauticé como Los
Cabrerator y otros duendes.
Hoy me viene muy a propósito
reescribir aquel capítulo, que dice así:
Posiblemente sea este uno de
los recuerdos más antiguos que guardo en la memoria, aunque no me atrevería a
asegurar que haya persistido hasta hoy como verdadero recuerdo o sea más bien
el poso que me ha quedado tras las muchas veces que mis padres me lo contaron.
Vivíamos en Madrid, en el
barrio de Cuatro Caminos. Era el año 1968, por lo tanto yo solo tenía dos años.
España había ganado el Festival de Eurovisión y la canción de Massiel sonaba
con frecuencia en la radio. Yo también la cantaba y, según me aseguran, no lo
hacía nada mal.
No me limitaba a canturrear
el sencillo estribillo, sino que la interpretaba entera, de principio a fin:
Yo canto a la mañana
que ve mi juventud,
y al sol que día a día
nos trae nueva inquietud.
Todo en la vida es
como una canción:
te cantan cuando naces
y también en el adiós.
LA, LA, LA, LA...
Debía de ser muy chocante
ver a un niño tan pequeño entonar la letra de memoria. Dice mi madre que la
pronunciaba muy bien (en general, aprendí a hablar y a leer con soltura desde
corta edad). Recuerdo con regocijo haberla oído decirme: “No te comías ni un
LA”.
Alguna vecina que me había
oído cantar me pedía de vez en cuando que saliera al balcón que daba al patio
vecinal.
—Juanito —llamaba—, ¡¡canta
el La, la, la!!
Y aquí viene la imagen que
puedo ver si cierro los ojos: yo salía al pequeño balcón que daba a un patio
vecinal —la memoria me lo dibuja algo oscuro; no sé si lo sería realmente—, me
agarraba con las dos manos a los barrotes y empezaba a cantar, seguramente
mirando hacia el fondo. No tenía yo tanto desparpajo como para hacerlo
mirándola a la cara.
Le canto a mi madre,
que dio vida a mi ser,
le canto a la tierra,
que me ha visto crecer,
y canto al día en que
sentí el amor.
Andando por la vida,
aprendí esta canción.
LA, LA, LA, LA...
Y algo de lo que no tengo
ninguna duda, y que recuerdo perfectamente, es que a través de ese patio me
llegaban a veces los sonidos de algunas canciones que provenían de los aparatos
de radio con que las amas de casa acompañaban sus quehaceres. Una en concreto, Mammy
Blue, me desazonaba, me ponía nostálgico. ¿Puede un niño de tan corta edad
sentir nostalgia?
Yo no sabía qué podía decir
la letra de aquella canción, pero la música y el cantante tenían un tono tan
apenado que no me cabía duda de que la cantaba alguien que echaba de menos a su
madre, y por eso la llamaba de aquella forma tan triste.
Cosas de una mente que
empezaba a descubrir la vida.

5 comentarios:
Curioso, curioso...lo que significó Massiel en aquella época para nostros, los que entonces teniamos 2 añicos...Tú la cantabas en Madrid para los vecinos de Cuatro Caminos, y yo en Monóvar para los vecinos de mis abuelos en la Calle Maño...que hubiera sido de nosotros sin Massiel...que sería de los niños de ahora sin Bisbal..?
Todavìa no he leìdo las aventuras madrileñas del papà,pero tras la lectura de estas letras voy a ello.Ay que ver las palabras,segùn còmo las encaminemos, por sencillas que sean, què lejos son capaces de llegar...
que grande eras siendo tan pequeñito hay yo ya te queria
Bien, ya sé cuál será el número musical que harás el fin de semana que viene en la boda.Qué bien!!
Yo también tengo grabada en la memoria una canción de Eurovisión, más enclavada en mi época de niño, claro. No recuerdo el título pero era de Betty Misiego: " Si todo el mundo cantara una canción que hable de paz, que hable de amor..." Curiosamente el estribillo de ésta también se hacía con LA-LA-LA en otra melodía...FRAN.
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