2 de marzo de 2017

PRÁXEDES

Mirad por un momento a las tres niñas de la imagen.


La más alta es mi abuela Anita, que imagino se sentiría toda una mujer con ese abanico en la mano. Junto a ella están sus hermanas Práxedes y Concha.

Anita nació en 1902, y en esa foto tendría unos 14 años, por lo que Práxedes, que vino al mundo el 24 de marzo de 1907, tendría 9, y 5 la pequeña, a la que pusieron por nombre Concepción Raquel Genoveva en el año 1911.

Soy capaz de dar estos datos porque, además de esta fotografía, conservo un pequeño diario del padre de ellas, - mi bisabuelo Francisco – y, gracias a las breves anotaciones que escribió en sus páginas, he calculado las edades que tenían sus hijas cuando posaron para la foto (tan serias las tres, por cierto)

De mi abuela Anita he hablado mucho en el blog, pero nunca he llegado a contar nada de sus hermanas, y aunque sólo conocí a la menor, la tía Concha, es de Práxedes sobre quien versará la entrada de hoy.

Recuerdo que, siendo yo un niño, había en casa de mi abuela un gran retrato enmarcado en una de las paredes del salón. Lo recuerdo muy bien porque fueron muchas las veces que lo observé con detenimiento.
Era una niña de piel oscura, de cabello y ojos muy negros y una mirada seria, dura incluso, con el cejo levemente fruncido, como si estuviera escudriñando el horizonte. Tenía una belleza especial, con un aire exótico que siempre asocié a los rasgos indios.

Cuando pregunté por esa niña, mi abuela me dijo que era su hermana Práxedes y con el tiempo me fue contando muchas anécdotas de su vida, algunas tan insólitas que en mi familia siempre hemos dado por hecho que Praxedes fue una niña muy peculiar que nació con un don especial.

Cuentan que aquel 24 de marzo, cuando su madre acababa de dar a luz en su casa, vieron una serpiente en la ventana. Fueron varios los testigos que observaron cómo se agitaba sobre el cristal, alzándose y resbalando por la superficie, como deseosa de entrar en la habitación. Finalmente la serpiente pareció cansarse y se marchó.
La explicación que dieron a aquello fue la atracción de las serpientes por determinados olores, como el de la leche.

Pocos años después, Práxedes volvía con su madre hacia el pueblo después de una jornada de trabajo en el campo. En un determinado punto del sendero, la niña se paró en seco y se negó a seguir caminando.
- ¿Qué te pasa? - le preguntó su madre.
- No quiero pasar por ahí.
- Venga, que es tarde, vamos.
- No, por ahí no – gimoteaba.
- Pero ¿por qué? ¡Si no hay nada!
- ¡Me da miedo! – decía Práxedes mirándo al suelo, angustiada.

Esa noche mi bisabuela contó el suceso a su marido.

- Y le he tenido que dar un azote porque decía que no y que no, y no había manera de que se moviera.
- ¿Y dónde dices que ha sido?
- Saliendo del Esquinal, junto a la higuera del tío Manuel.

Mi bisabuelo se quedó pensativo unos segundos.

- ¡Esta chiquilla tenía miedo del agua! ¡Justo por ahí pasa la canal!

Al parecer, un sexto sentido, como el de algunos animales, hizo intuir a la pequeña Práxedes que había un peligro que ella no era capaz de determinar. Había en aquel lugar una corriente subterránea que ella logró percibir.

Algunos años después hubo otro episodio con serpiente.

Mis bisabuelos estaban escardando un bancal de cebada, quitando las malas hierbas con una azada. Como no tenían con quién dejar a sus hijas, se las llevaron con ellos.

- Yo me entretenía haciendo cestas con espigas – contaba mi abuela – y Concha jugaba con una muñeca. Entonces miré a Práxedes y vi que estaba sentada con una serpiente sobre sus piernas.
Según me contaba mi abuela, la serpiente estaba muy quieta y Práxedes la acariciaba.
- Entonces llegó mi madre, la vio y gritó “¡Pero Práxedes! ¿qué haces?” Mi hermana levantó la cabeza y la serpiente se escurrió y desapareció de allí.

Todavía hoy me parecen asombrosas aquellas historias, pero imaginad lo fascinantes que me resultaban siendo niño.

- También me acuerdo – continuaba contándome mi abuela - que una vez mi padre me propuso ir al teatro. La función era un sábado por la noche en Sax, así que, cuando llegara el día, teníamos que salir los dos en carro por la tarde. Práxedes era demasiado pequeña para venirse con nosotros, pero como mi padre no quería que se enfadara por no contar con ella, me pidió que fuera un secreto entre los dos.
Y llegó el día y nadie, ni mis padres ni yo habíamos hablado ni una palabra del tema. Pero cuando mi padre salió a por el carro y yo le seguí, Práxedes se asomó por la ventana de su habitación y nos dijo: “Eh, ¿qué os pensáis? ¿Que no sé que os vais los dos solos al teatro?”
Nunca supimos cómo logró averiguarlo.

Y parece ser que aquella no fue la única vez en que Práxedes se mostró tan enigmática. Hubo otros episodios similares en los que demostró tener cualidades adivinatorias que dejaban sorprendidos a los que la rodeaban.

El curandero del pueblo le dijo una vez a mi bisabuela:
- No sé lo que tiene tu hija que cada vez que la miro me entran escalofríos. Noto mucha fuerza en ella. Tal vez tenga mucha más luz que yo.

Una de las historias que más trascendió, y que corrobora las palabras del curandero, es la de un vecino del pueblo que empezó a sentirse mal. Se quejaba del estómago, tenía angustia, vomitaba y cada día que pasaba se sentía peor. Práxedes escuchó lo que de él contaban y dijo que lo que tenía que hacer era romper el botijo.

- ¿Que rompa el botijo? - le preguntaron los que la escucharon.
- Sí, si se quiere curar, que rompa el botijo.

Y eso es lo que comunicaron al hombre, probablemente sin mucha convicción.
Pero como el enfermo deseaba sanar y no tenía nada que perder, obedeció.
Al estrellar contra el suelo el botijo del que habitualmente bebía apareció una rana.

Mi abuela no recordaba si estaba viva o muerta ni supo explicar cómo llegó hasta allí. Probablemente el botijo se llenara del agua de alguna alberca en la que hubiera un pequeño renacuajo que se desarrolló dentro del recipiente.
El caso es que la baba que desprendía la piel de la rana hizo enfermar al hombre, que terminó recuperándose una vez dejó de beber de aquel botijo.

¿Cómo podía Práxedes saber esto? ¿No os parece apasionante?

¿Y quién sabe si habría desarrollado esos poderes y llegado a ser tan eficiente y práctica en el futuro?
Pero en el año 1917 Práxedes cayó enferma. Cuenta mi abuela que miraba a todos los miembros de su familia con una serenidad especial como si supiera cosas que nadie más que ella sabía.
- ¿Por qué habéis encendido esas velas sobre la mesa? - le preguntó a su madre señalando los pies de la cama.
Pero no había velas en aquella habitación. Quizás fueran alucinaciones provocadas por la fiebre o la premonición de lo que no tardaría en ocurrir.

Que Dios la tenga en su Gloria” , escribió su padre el 6 de septiembre de 1917.

Tenía sólo 10 años. 
Han pasado 100 desde aquel día.
Su hermana Concha tuvo dos hijas. A la primera le puso por nombre Práxedes.


(Nota: el diario de mi bisabuelo se puede ver AQUÍ.)

18 comentarios:

Speedygirl dijo...

Sí que tiene en la foto rasgos como indios... y un nombre chulísimo. Práxedes. Como una de los personajes de la obra de teatro "Eloísa está debajo de un Almendro" Ojalá hoy en día se pusieran esos nombres.
(Creo que al final del texto se te ha colado un 2017 pero querías decir 1917, el año en que cayó enferma ;P)

JuanRa Diablo dijo...

¡Hola, Speedy!
Gracias por la observación. Ya he corregido ese despiste ;)

Sí, es un nombre atípico que me llama mucho la atención. Me parece uno de esos nombres que infunden carácter.
Y además sirve tanto para hombre como para mujer.

Ángeles dijo...

Qué interesante, qué enigmático y qué bonito.

Me ha encantado la imagen de la niña sentada en el campo con una serpiente en el regazo. Es escalofriante y muy poética al mismo tiempo.

Y la anécdota del botijo, inquietante como mínimo.

Parece que "antes", y sobre todo en los pueblos, había más lugar para la fantasía, para el misterio, para el enigma. También había más escasez, más desconocimiento y más enfermedad, obviamente, y seguramente lo uno va unido a lo otro.
Pero haciendo abstracción de los aspectos negativos de la vida de entonces, me resultan fascinantes las historias de este tipo, de la vida cotidiana, de la gente corriente, que sin duda han sido inspiración para leyendas populares y para obras literarias.


el chico de la consuelo dijo...

Fenomenal el relato.
Realismo magico del que me gusta!!
Al final como decia garcia marquez la literatura no es sino recrear las historias familiares que nos contaban nuestras abuelas.
Abrazos mil.

Sara dijo...

¡Vaya Clara del Valle tenías en la familia!

Igual que tu abuela Anita era Tigre (en el zodiaco chino), he creído que lo de tu tía se podía explicar porque fuera, ella misma, la intuitiva y filosófica Serpiente. Parece que no, que era Oveja de Fuego, lo que no quita para que -como me supongo- tenga una amplia influencia de este mesmérico animal.

Besitos.

Montse dijo...

¡Qué historia tan fascinante! y más porque no es ninguna invención sino relatos de acontecimientos que ocurrieron de verdad. Creo que tu tía-abuela Práxedes renía esa, llamémosle especial intuición o capacidad sensorial fuera de lo común. He leído que hay personas así y que precisamente por esa extraordinaria capacidad no suelen vivir muchos años, es como si su extrama sensibilidad les consumiera mucho como para tener una larga y plácida existencia.
Viéndola en la foto, su mirada es enigmática. Cuando lees lo de acariciar a la serpiente no puedes evitar sentir escalofríos y lo del botijo hace pensar ¿cómo lo sabía ?, en fin, que es alucinante.
un beso enorme.

Conxita C. dijo...

Interesante e inquietante historia JuanRa, como todo aquello que nos acaba remitiendo a esas "intuiciones" que no sabemos ni cómo ni por qué pero parece que algunas personas parecen poseer o como mínimo son mucho más sensitivas y captan cosas que al resto de personas se nos escapan, así que se aplica lo de las meigas.
No había escuchado nunca ese nombre, especial, como la persona que lo llevó. Imagino que de niño escuchar estas historias debía ser fascinante.
Un saludo

Unknown dijo...

Me has tenido enganchado desde el principio hasta el final,es una suerte que puedas conservar tantos recuerdos familiares,es una manera de no perder la esencia y no perderse por el camino,saber de donde vienes es algo muy bonito.
Un saludo.

hitlodeo dijo...

Alucinante historia. Sin duda Práxedes tenía un don y veía lo que nosotros no alcanzamos a ver.

Vaya familia más interesante tienes JuanRa.

Sigue contando historias de ese diario.

Un abrazo

JuanRa Diablo dijo...

Ángeles:

Ahora que haces mención a esa escena, me la puedo imaginar en un gran óleo, en algún museo de pintura: “Y aquí pueden ver la famosa Niña con serpiente en el regazo Observen cómo se miran fijamente a los ojos”

Me parece muy acertado tu análisis sobre la antigua vida en los pueblos donde tanta gente sin recursos vivía, o mejor dicho intentaba sobrevivir. Sí tiene mucha lógica que de sucesos poco comunes o de los que no encontraran explicación nacieran muchas leyendas y también que entonces la gente fuera más supersticiosa.

Como siempre, contento de haberte deleitado con esta historia familiar.

el chico de la consuelo

Es verdad, Práxedes podría haber sido un personaje de Cien años de Soledad Y García Márquez la llamaría “la india”. Y probablemente la rana del botijo saltaría por todo el pueblo hasta llegar a casa del párroco y éste la bendeciría para que la rana muriera en paz.

Saludos, mañico (y cuídate de opresiones y tal)

Sara:

¿Tú crees que mi tía abuela, de haberme conocido, habría intuido mi lado diabólico? A lo mejor es de ella de quien he heredado este lado lado oscuro mío tan irresistible :p

Montse:

Sí, las historias que de esta niña trascendieron, a todos nos resultan fascinantes.

Y creo que te gustará saber que aún queda otro pequeño gran enigma: el gran retrato que yo contemplaba de niño se extravió pero mi madre cree que puede estar detrás de un espejo cuyo marco es el mismo que el de aquella fotografía. Tengo que investigar sobre esto.

JuanRa Diablo dijo...

Conxita:

Siempre me han parecido muy atractivas todas estas historias que aparentemente no tienen una explicación lógica. Pero es que además soy de los que piensan que es fascinante que haya misterios sin resolver, que si en la vida todo tuviera una explicación se perdería mucho encanto.

Gracias por tu visita. Y vivan las meigas, por cierto :)

Jorge C. :

Sí, es una suerte que mis abuelos nos hablaran de nuestros antepasados. Y especialmente mi abuelo sabía contar muy bien sus recuerdos.

Cuando de pequeños le pedíamos que nos contara un cuento solía decir: “Pues os voy a contar una cosa que pasó de verdad...” Él sí que sabía tenernos enganchados :)
Un saludo

hitlodeo :

En realidad ese diario no tiene nada de diario. Mi bisabuelo se limitó a anotar en él las fechas de los nacimientos y defunciones de sus hijos. Tuvo 6 pero solo sobrevivieron dos.

Me habría encantado que hubiera escrito algo más sobre esta hija. Lo que yo he expuesto es lo que me contó su hermana/mi abuela.

Un abrazo

MJ dijo...

Muy interesante. Tu tía abuela tenía un don. ¡Me ha dado mucha pena saber que no llegó a la edad adulta! Seguro que tenía una sabiduría especial, que percibía cosas que los demás ni sospechamos, habría podido ganarse la vida con ello y hacer el bien a la gente. Habría sido una mujer misteriosa y enigmática.

Suerte que te hablaran de ella y así la hayas coonocido de algún modo y lo hayas contado al mundo.

Es una suerte que sepas cosas de tus antepasados, que te hayan contado esas historias tan interesantes, porque en otras familias no se contaba nada, había temas de los que no se hablaban y se han acabado perdiendo tantas historias reales, tantas experiencias...

Holden dijo...

Jo, pareció una mujer de lo más especial. Y lo de la serpiente acurrucadita me lo creo a pies juntillas: hay gente que tiene una sinergia del todo inexplicable con los animales. Una pena su muerte prematura, desde luego, me habría encantado que esta historia continuase y saber qué más anécdotas tan particulares nos habría regalado su madurez :)

JuanRa Diablo dijo...

Tienes razón, MJ, podrían no haberme contado nada sobre Práxedes y hoy no quedarían aquí escritos estos retazos de su existencia que, aunque breves, dicen mucho de cómo fue.

Y hoy quisiera poder preguntar a mis abuelos más cosas de mis antepasados. Es algo que de niños no solemos hacer. Entonces no somos conscientes de cuánto nos agradará de mayores saber de nuestras raíces.


Ya lo creo, Holden, quién sabe a dónde habría llegado con esa "sabiduria innata" También puede ser que, de haber vivido una larga vida, hubiera ido perdiendo esas facultades al crecer, eso es algo que tampoco sabremos.
En cualquier caso me habría gustado ver mas fotos de esa niña ya como mujer, porque tenia unos rasgos que me llaman mucho la atención.

Ana Bohemia dijo...

La verdad es que según nos narras las experiencias de tu tía abuela mas me voy haciendo una idea; la de que sin duda era muy especial, por su forma de ser no me la he imaginado como una niña, si no como una persona adulta con mucha vida a sus espaldas, debe ser por su don, por esa clarividencia. Lo que cuentas sobre la serpiente es un tanto inquietante, y lo de la rana. Su retrato inspira esa fuerza mental, es como si la envolviera un aura mágico. la historia de tu familia da para una novela de las buenas, ¿eh?
Un abrazo JuanRa.
:)

JuanRa Diablo dijo...

Ana Bohemia:

Me pasa como a ti, me cuesta asociar todas aquellas experiencias a una niña tan pequeña. ¡Es que todo le ocurrió siendo menor de diez años!
Me pregunto qué impresión causaría a los adultos que la conocieron.

En realidad en toda familia hay siempre historias que darían para novelas interesantísimas, pero ponerse a escribirlas es otro cantar.

Un abrazo, Ana

Sofia dijo...

Wow, sin duda las historias (y las fotografías) del pasado guardan un halo de misterio que las hace terriblemente enigmáticas.
Solo a través de las palabras podemos tener una leve impresión de esos tiempos pasados, de esas personas desconocidas que nos miran al otro lado de la imagen, guardando quién sabe qué secretos.
Toda una reliquia de historia, y de foto :)
Saludos,

Sofía

JuanRa Diablo dijo...

Muchas gracias por tu visita y comentario, Mrs. So

Sí, también siento fascinación por las fotografías antiguas. Y es cierto que uno no puede dejar de pensar al mirarlas fijamente: ¿Qué historias podrían llegar a contarnos esta gente?

Y ya no están, pero mirando sus ojos parece borrarse el tiempo que nos separa de ellos y que de alguna forma sigan aquí, deseando desvelarnos algún secreto.