24 de febrero de 2021

CALLE EUGENIO MONTES, 2


Me cuesta admitir que hayan pasado más de 30 años sin volver a entrar en el que fuera el hogar de mis abuelos paternos. 

Aquel lugar sigue tan nítido en mi memoria como si lo hubiera visitado ayer mismo.

De hecho, si cierro los ojos, puedo verme en la calle Eugenio Montes de Elda, ante aquel portón oscuro que se atascaba en el suelo y que tenía una aldabón de hierro con forma de mano sujetando una bola.

Aquella entrada daba paso a un rellano minúsculo con una escalera muy estrecha que subía a dos pisos. En el primero vivían mis abuelos.

Tampoco había timbre arriba, por lo que en la puerta, de un marrón casi negro, encontrabas otro llamador dorado sobre un letrero en el que se leía : 

JUAN JOSÉ CABRERA PARTAL

GESTOR 

Y una mirilla tan grande que, a través de la espiral que se formaba al abrirla, asomaba sin discreción alguna el ojo que te observaba. 

Lo primero que se veía al entrar en la casa era una imagen de Santa Rita, en una peana en la pared. Llevaba un hábito negro que brillaba bajo la luz de un farolillo que siempre vi encendido, (hasta que un buen día descubrí que tenía un interruptor para apagarlo a  la hora de irse a la cama)

Siempre me pareció aquella casa un lugar muy especial, sin duda por estar ligada a tantos recuerdos de niñez junto a mis primos, y al recordarla hoy diría que tenía un aire regio, señorial, y  a la vez decadente, como el de la vivienda de una familia aristocrática venida a menos que se resistiera a modernizarse.

La habitación donde dormían mis abuelos, por ejemplo, estaba precedida por  altos y recios cortinones con estampados de cachemir, como si ocultaran la alcoba de algún monarca. En  ocasiones husmeaba a solas por allí y era tal la solemnidad que  desprendía todo en su interior que no tardaba mucho en sentirme incómodo y salir corriendo.

Pero para demostrar que recuerdo toda la casa con detalle volveré a la entrada. 

La dirección habitual en una visita dominical era hacia la izquierda, donde se encontraban salón y cocina, pero yo empezaré por la derecha, donde había un escalón - rematado con un desgastado listón de madera - para subir a un distribuidor de cierta elegancia, presidido por un gran tapiz de tonos ocre, con motivos orientales: palmeras, camellos, árabes con turbantes…

Bajo ese tapiz, un antiguo tresillo de terciopelo oscuro. Sentado en el sofá, se podían ver en la pared derecha  cuatro fotografías enmarcadas de los hombres de la familia: mi bisabuelo Guillermo, mi abuelo Juan, mi tío Guillermo y mi padre, y en la de la izquierda un cuadro a carboncillo de Laocoonte y sus hijos luchando con la serpiente. Enfrente la ya citada habitación de “los monarcas”.

Este distribuidor servía como antedespacho o sala de espera al lugar de trabajo de mi abuelo: una  gestoría  montada en la sala más luminosa de la casa.

No había lugar tan pulcro y ordenado como aquel. Muebles de oficina cromados en color azul claro, alguno gris. Sobres y papeles bien apilados, máquinas de escribir, lapiceros perfectamente afilados  y aquel teléfono blanco que tanto me llamaba la atención.

Recuerdo que al terminar la jornada, mi abuelo solía dejar colocados todos los utensilios de forma simétrica, de manera que podía saber si alguien le había tocado algo con solo echar un vistazo.

Del despacho de mi abuelo recuerdo especialmente la emoción que me produjo descubrir que existían gomas de borrar tinta y unos papeles azules que permitían calcar lo que uno escribiera sobre ellos. Cuando nos dejaba utilizar alguno pasábamos una tarde artística a lo grande.

El mayor encanto de  aquella sala era un mirador rectangular con cuatro ventanas sobresaliendo a la calle.  En ese mirador había una mesa camilla con calentador eléctrico, y allí pasaba mi abuela muchas tardes leyendo revistas del corazón, (en los tiempos en que la prensa rosa aún mostraba las vidas de  famosos con un curriculum meritorio) o sencillamente se entretenía viendo a la gente pasar por la calle, por delante del Cine Ideal y del Bar Ideal, que ya no existen.

Hubo un tiempo en el que el recorrido de los desfiles de las fiestas de Moros y Cristianos pasaba ante aquel mirador, por lo que era un lujo para toda la familia el poder verlo desde tan privilegiado lugar.

Salgamos ahora de ese despacho (en el que recuerdo hubo una jaula con canario cantor) y volvamos al escalón para bajar a la otra mitad de la casa.

Si hay una particularidad que recordamos todos los hermanos es que el suelo tenia una evidente inclinación. Ignoro si se construyó mal desde un principio o que con los años se asentaron los cimientos de media vivienda , pero lo cierto es que si dejábamos una canica en el suelo del antedespacho terminaba por bajar el escalón, recorrer el pasillo y chocar con la puerta que daba a la terraza.

Este hecho hacia las delicias de los nietos que jugábamos a derribar soldados, calculando el recorrido de la canica. Había que tener en cuenta la irregularidad de algunas baldosas, todas con cromados antiguos, porque muchas veces la hacían botar y frustrar o beneficiar muchas estrategias.

Hagamos  pues el mismo recorrido que una de aquellas canicas para pasar junto a un espejo redondo a la izquierda y otra habitación de puertas muy altas a la derecha. Aquel era un dormitorio que yo evitaba a la hora de jugar al escondite, pues el hecho de que durante largas temporadas un cirio encendido hiciera titilar luces rojas en su interior, me resultaba inquietante.

La canica chocaba, al final del pasillo, con la puerta que daba acceso a una terraza semicircular con macetas. Justo antes había dos estancias: a la izquierda, un cuarto de baño con varias losetas quebradas y bailonas y una bañera con manchas de óxido que semejaban caras de brujas,  y a la derecha el salón comedor, el verdadero corazón de la casa, el lugar de las reuniones familiares, de tantos cumpleaños, de varios encuentros navideños, y de muchas tardes de merienda cargadas de cariño, tardes previas a las clases de música o de inglés en aquellos años de pruebas a estudios más o menos fallidos.

(CONTINUARÁ)




6 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ostras que geniales estos recuerdos! Ya ves, me encanta que nos los cuentes y trasladarme con la imaginación a esa casa antigua. ¡Cómo molan esas casas! Y lo que siempre me asombra es que, con lo bajos que eran nuestros bisabuelos y abuelos construyeran esos techos tan altísimos, con lo costoso que era calentar los pisos...
Yo tengo un recuerdo algo similar: el del piso de los suegros de mi hermana, que era larguísimo, y digo bien, porque tenía un pasillo sin fin que hacía curvas y todo; techos altos, madera vieja, losas frías, humedad...y todo eso para habitar sólo una pequeña parte: la cocina en la que aún estaba la "cocina obrera" de carbón con un pequeño depósito con grifo para calentar agua, su pequeño horno y su chapa con dos agujeros tapados con arandelas por las que meter el combustible; el salón con su gran librería en el que había unos libros de los años cincuenta o sesenta de Enid Blyton, con su tapiz de ciervos y su moqueta y la habitación dormitorio; el resto, inutilizado y misterioso.
Todo esto me trae a la memoria el relato de Cortázar "Casa tomada", que me gusta mucho...
carlos

Montse dijo...

¡Qué bueno que nos transportes a tus recuerdos! podemos viajar contigo al pasado y lo que relatas tiene mucho de lo que nosotros acumulamos también en nuestros propios recuerdos. Las casas de los abuelos, los muebles, las costumbres de antes.. espero que nuestros nietos puedan guardar algún recuerdo especial de ahora por pequeño e insignificante que nos parezca.
Seguiré atenta a la continuación!
Besitos.

Anónimo dijo...

Que buenos recuerdos y sensaciones guardas en tu memoria... y lo que me parece sorprendente, es que los tengas grabados con tanto detalle y precisión.
Las casas de nuestros abuelos siempre serán especiales.
Deseando que sigas contando sobre la casa de los Cabrera en Elda ;)
NAC

Papacangrejo dijo...

Yo a veces percibo un olor y me traslado a casa de mis abuelos, donde no he estado desde hace unos 30 años o más. Pero aquellos años quedaron grabados y a veces, vuelvo.

Ángeles dijo...

Qué bonito todo lo que cuentas. Me ha encantado el juego de las canicas, y cómo lo has utilizado para seguir el recorrido por la casa.

Al principio tu descripción me ha recordado a la casa de mis abuelos, pero luego he visto que no, que la de tus abuelos era mucho más grande. Aun así, esa sensación de misterio y de cierto repelús ante alguna habitación determinada también la comparto.

¡Y la mirilla! La de mis abuelos era igual, esa especie de espiral giratoria y grande.

Creo que para los niños, las casas de sus familiares siempre encierran algo de misterioso, de "terra ignota". A mí me pasaba eso también en la casa de "mis aunties" ;) que por desgracia ya no existe.

Espero la segunda parte!

PD: buena apreciación la de Carlos respecto a la "Casa tomada" de Cortázar.

JuanRa Diablo dijo...

Carlos:

Hay algo fascinante en todas las casas antiguas, ¿verdad? Siempre que he encontrado alguna abandonada he sentido una atracción casi magnética por entrar en ella y recorrerla, y así lo he hecho si lo he visto posible (o me he atrevido).

Hace años tuve la oportunidad de entrar en un piso enorme que había heredado un amigo en un antiguo edificio de Madrid . Me hubiera pasado horas husmeando hasta el último rincón. No podía dejar de imaginar cómo debió ser la vida de sus habitantes allí. Tenía esa indiscutible belleza de la decadencia, se veía el paso del tiempo pesando en todos su muebles, en los papeles de las paredes, en la vajilla, en las lámparas…

He encontrado el relato de Cortazar en Internet. Lo leeré porque, desde luego, has despertado mi curiosidad! :)

Montse:
Encantado de que viajes en el tiempo conmigo, Montse. No sé si te has dado cuenta de que lo hacemos montados en un tapiz del año catapúm, pero muy resistente, eso sí.

Quién nos dice a nosotros que algún nieto no escribirá en un futuro sobre las casas de sus abuelos. Lo que no creo es que les parezcan misteriosas :D
Besos

Nac:

El que más grabados tiene los recuerdos es mi hermano Fran; a él le he consultado algunas dudas que tenía.

En breve termino de “reconarrar” la casa. (Espero no perderme! :p)

Papá Cangrejo:
Hombre, es que los olores tienen un poder evocador enorme. El olor del pan tostado, por ejemplo, siempre lo asocio a la casa de mi otra abuela, en Petrel.

Saludos, PC

Ángeles:

Aquellas mirillas de antaño no merecían ese diminutivo. ¿Mirillas? ¡¡Mironas!! ¡Si los ojos de los periscopios no son tan grandes!

Me encantaría poder volver a aquella casa. Supongo que la reformarían y hoy será difícil de reconocer. También puede ser que hoy no me parezca tan grande, pero desde luego de niño me parecía enorme y, como bien dices, misteriosilla.

PD: Aquí tengo una canica que me exige que le pague por su colaboración en la entrada :s