27 de junio de 2010

TRES DIABLOS EN TOLEDO

Anasister y Cuñado Iván hicieron un viaje a la histórica ciudad que el Tajo abraza y, además de pasarlo de miedo... ¡se acordaron de mí!
He aquí el relato de su hazaña, que hace que el juego de los cazadiablos tenga también su sucursal en España.
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Nos fuimos a Toledo y con nosotros “el diablo” llegó a esta ciudad.

Tres diablos escondimos con la dirección del blog y la fecha (mayo 2010) inscritos en ellos. Forrados de aironfix transparente, esperamos que aguanten las inclemencias del tiempo.

Pero ¿en qué lugares? Tres diablos de esta categoría merecen tres lugares privilegiados.


1º DIABLO:
Tras buscar y rebuscar encontramos por fin un lugar ideal para el primer diablo:

Antes de entrar al recinto amurallado de la ciudad de Toledo, delante de la puerta de bisagra hay un precioso edificio: el Hospital de Tavera. Al entrar a esta monumental estancia-museo, atravesando el claustro, se llega a la capilla o iglesia (preguntando a los guías es fácil).
Dentro de ésta, a mano derecha hay una entrada en forma de arco que esconde a su izquierda un par de tramos de escalera que bajan a LA CRIPTA, un lugar bajo tierra, con una oscura bóveda en lo alto, sombrío, siniestro, tenebroso (la acústica que tiene estremece, es espectacular).

Al entrar en la cripta, justo a mano izquierda, hay dos ataúdes de piedra. El primero es el de la señora de Lerma. El segundo el del duque de Lerma. Pues bien, está en esta segunda tumba.

El frontal del ataúd reza así:
“Fernando María de Constantinopla Fernández de Córdoba y Pérez de Barradas. DUQUE DE LERMA. Mártir por Dios y por España. X – IX – MCMXXXVI R. I. P.”

Sí, sí, el diablo está en la mismísima tumba del duque de Lerma. Pero no dentro, claro. Mirando el ataúd de frente, en el lateral derecho, abajo en su base y cerca de la esquina, justo debajo del remache de metal o clavo, hay una ranura. Ahí lo pusimos.

SEGUNDO DIABLO.
En la Catedral de Toledo.
Está formada por cinco naves. Hay que entrar por la puerta donde entran los turistas para hacer la visita. Se sigue recto hasta llegar a la altura de la cuarta nave. A la izquierda, al fondo, hay una puerta. Es la llamada ¡¡¡Puerta del infierno!!!
Abajo, a la derecha, justo al lado de la puerta de madera, hay una piedra angular, un rodapié. Entre este rodapié y la siguiente piedra hay una ranura. Ahí, justo ahí.
TERCER DIABLO:
En Toledo existe el “Callejón del Diablo”.

No aparecía en los mapas que nos dieron en el hostal, así que preguntamos en una oficina de turismo, y en el callejero sí que aparecía.
Es una callejuela estrecha, empinada. Está cerca de la catedral. Detrás de la catedral de Toledo hay una calle más o menos perpendicular a ésta que se llama Calle de Locum.
Desde detrás de la catedral, perpendicular a ella, se camina por esta calle estrecha, y a unos cuantos pasos hay una pequeña entrada a la izquierda sin salida; aquí no. Unos cuantos pasos más y…a la izquierda, asciende el empinado “Callejón del Diablo”.
La placa del nombre del callejón está al final, en la parte más alta, desde aquí no se ve; hay que subir una rampa, y luego escaleras empinadas.
Así que subimos el callejón del diablo hasta ver la placa y sacarle una foto.

En estas escaleras que están en la mitad del callejón, subiéndolas, a la izquierda, aparece una pequeña ventana enrejada a la altura de los escalones. En el marco superior (de madera) de la ventana, a la derecha, una gran grieta. Ahí dentro, ahí. En la foto aparece un poco sacado, pero después lo metimos metido a ras del marco.

Tres diablos en Toledo. En la tumba del duque de Lerma que reposa en la lúgubre cripta del Hospital de Tavera; en la puerta del infierno de la Catedral y sobre la ventana enrejada del Callejón del Diablo.
Tres diablos que se convirtieron en una gran aventura durante nuestra visita a esta maravillosa y espectacular ciudad.

Iván, Ana: mil gracias por este sobresaliente trabajo. Seguro que no tardará en aparecer alguien que quiera darles captura por lo muy atractivo que lo habéis sabido montar.

23 de junio de 2010

UN ÁNGEL EN MI CAJÓN

¿Quién ha dejado abierto el cajón de mis recuerdos?
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Tendría yo 4, 5 o todo lo más 6 años cuando vi por primera vez un televisor en color.

Aquel día mi madre nos llevó a mi hermano y a mí a casa de una vecina y encontramos que ya había varios niños del vecindario rodeando absortos el aparato. Fue todo un acontecimiento descubrir que en la pantalla los dibujos animados aparecían plenos de colorido, nada que ver con las imágenes en tonos grises de nuestra tele. Qué duda cabe que la cosa me impactó tanto como para que no se me haya olvidado, siendo éste con toda seguridad mi primer recuerdo en relación a la televisión.
Siempre he dicho que mi memoria es pésima y en serio creo que la parte de mi cerebro en la que se almacenan los recuerdos debe tener tanto polvo y telarañas que me resulta misión casi imposible rescatar algo de allí.

Sin embargo siempre hay cosas que sobreviven al olvido.

Tengo vagos recuerdos de programas de mi infancia que me consta que me gustaban mucho aunque hoy no sabría explicar en qué consistían. Es una sensación similar a la que experimento cuando miro los títulos de los tomos de mi librería. Puedo señalar todos aquellos que me gustaron especialmente si bien no sabría recordar de nuevo sus tramas.

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Naufragaron en las telarañas.

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La casa del reloj, Un globo, dos globos, tres globos, Barrio Sésamo o El circo de TVE fueron muy de mi agrado y del de tantos niños de mi generación.

Programas aquellos que duraron varios años en antena y en los que, sobre todo en el de los payasos, nos presentaban un repertorio de canciones que se harían tan populares que todavía somos capaces de recordarlas hoy.

Y es que la música sí que suele soportar los embates del tiempo y el olvido.


Había una serie en los setenta llamada Crónicas de un pueblo, de la que no recuerdo absolutamente nada, sin embargo la música de su sintonía me abre mil compuertas a la nostalgia y aún hoy me hace viajar a aquella época.



Otra sintonía que me retrotrae a mi infancia es la de El Hombre y la Tierra, aquella serie de documentales sobre la Naturaleza que realizó Félix Rodríguez de la Fuente, de quien aún recuerdo vívidamente cuánto conmocionó a todo el país su muerte, cuando yo tenía 13 años. Aquella partitura me sigue pareciendo grandiosa.



Pero no pretendo hacer hoy un repaso de todo aquello que me gustaba entonces de la TV. Tal vez otro día.

Hoy es mi intención desempolvar los recuerdos de una serie en concreto que me cautivó. Empezar a ver aquellos episodios fue como hacerse mayor de golpe. Y aún me parece verme llamando a mi hermano cuando, sobre las 7 de la tarde de los sábados, empezaba el espectáculo. Como vivíamos en el campo, si no estaba por la casa salía yo al exterior para avisarle:

- ¡Tomaaaaaaaás! ¡¡Los ángeles de Charliiiiiiiiiiiiiiiiiiiiie!! (Jeje, seguro que él también recuerda cómo venía corriendo para verla juntos mientras terminábamos de merendar)
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Historias de policías ya habíamos seguido con cierto interés - Los hombres de Harrelson (S.W.A.T.) y Starsky y Hutch - pero ahora se trataba de mujeres policía, tres chicas altas, guapas, elásticas que lo mismo te hacían una estilosa llave de judo como se tomaban un cóctel siguiendo al sospechoso. Igual de bien se les daba montar en bici que en patines que a caballo. Aquello prometía.

Ya sólo con esa desenfadada forma que tenía el tal Charlie de presentarlas se me quedaba cara de tonto.

Kate Jackson era Sabrina Duncan y ni a mi hermano ni a mí nos gustaba demasiado. No era fea pero tenía cierta cara de espantada. A mí me recuerda un poco a la mona sexy de El planeta de los simios.

A Jacklyn Smith la llamaban Kelly Garret (vaya un nombre de sheriff le pusieron) y de las tres era la de cara más angelical. A mí me encantaba. Le veía todas las cualidades del tipo de chica que me gustaba.

Sin embargo Farrah Fawcett, en su papel de Jill Munroe fue mi debilidad.

Para mí llenaba la pantalla con su sola presencia.

Decir Farrah era ver una melena al viento que casi tenía vida propia, rizos rubios en perfecta ingravidez, una boca grande, inmensa (el apellido le venía que ni pintado: Farrah Fauces) con una dentadura como un collar de perlas que al sonreír mataba más que las balas. Y mucho estilo al moverse (o eso veían mis ojos de entonces).

La recuerdo en mil escenas distintas: jugando al tenis con su pantaloncillo blanco, tomando apuntes con gafas grandes al más puro look de secretaria del Un dos tres mientras mordisqueaba el boli sensualmente, siendo secuestrada y atada a una silla con una cuerda de la que lograba escapar sin perder su maquillaje, disparando con cara de miedo mal disimulado, hablando con su invisible jefe a través del interfono con camisas a cuadros de leñador que le sentaban como un guante (sobre todo cuando se las abrochaba poco) y con esa sonrisa de labios brillantes al despedirse de él.

Corriendo con su melena al viento, saltando con su melena al viento, trotando con su melena al viento...

Ah, Farrah, la de babas que perdí por ti...
Lo admito, pese a toda su natural artificialidad, me enamoré de esta mujer y de su peculiar hermosura, y cuando faltaba poco para que fuera desbancada por dos suecas, yo le hacía un hueco en mis sueños y recogía en mis blogs de adolescente todas aquellas fotos y reportajes que sobre ella encontraba.

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El tiempo pasó y Farrah - Jill Munroe - Fawcett abandonó la serie y ésta prosiguió con otras chicas que nunca me hipnotizaron como ella.

Rodó una docena de películas de poca trascendencia, si bien en un par de ellas -Extremities (1986) y El apóstol (1997)-la crítica fue generosa con su trabajo.

Un día oí que estaba enferma de cáncer y en una revista sensacionalista el titular decía que se había despedido de los suyos. Lo tomé como una exageración propia de esa prensa chabacana, pero una semana después, el 25 de junio del pasado año, se daba a conocer su muerte, justo el mismo día que también fallecía Michael Jackson que acaparó toda la atención, eclipsando la noticia.

Ya entonces estuve tentado en escribir sobre ella, sobre aquella americana de aspecto saludable cuya visión me producía cosquillas en el estómago, quise escribir sobre aquella complicidad que había en nuestras miradas cuando se asomaba al salón de mi casa, de la chica de los posters de mi habitación, de aquel espejismo de fama mundial, del ocaso de una belleza de la televisión, de aquel ángel que jamás supo de qué manera la amó el diablo.
¿Quién ha dejado abierto el cajón de mis recuerdos? – fue lo único que acerté a escribir.

Y me limité a mirar en su interior para comprobar que todos permanecían allí, invariables, en el mismo orden en que los fui guardando hace años. Aquellas fotos en viejo papel couché seguían mostrando la bella sonrisa que me enamoró en mi juventud, como si el tiempo no hubiera pasado en realidad.
Sin embargo cerré el cajón con la sensación de que había perdido muchas cosas.

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(Mis recuerdos de Farrah aquí)

19 de junio de 2010

QUÉ MONOS ELLOS...



Vivir para ver.

Esta misma semana caminaba por la calle Colón de Yecla en dirección al Ayuntamiento para solventar un asunto de esos de papeleo que tanto nos chiflan a todos.


Mucho antes de llegar al colegio que en esa calle hay, ya se escuchaba la algarabía de voces gritando todas a un tiempo, señal inequívoca de que los chavales estaban en el recreo.

Conforme me acercaba, una petición sonaba con fuerza y de forma insistente sobre el vocerío: "la pelota, por favor, la pelota", y al acercarme deduje lo que había ocurrido.

Este colegio, que ocupa media manzana, tiene un patio interior central que sirve de esparcimiento para los niños a pesar de que no tiene vistas al exterior. Rodeado únicamente de muros y cerrado por una gran puerta metálica, debe ser a la fuerza algo claustrofóbico cuando se llena de gente (aunque ahora que caigo, el patio de mi cole era igual y sobrevivimos. Bueno, mientras se vea un trozo de cielo...)
Esa puerta metálica que da a la calle Colón no llega hasta el suelo, hay un hueco entre ella y la acera por la que pasan los viandantes y por el que cabe muy bien un brazo.
Un brazo o una pelota pequeña, que era lo que a los chavales se les había escapado por allí hacia la calle.
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Así que, arrodillados sobre la abertura, gritaban a todo el que pasaba que por favor les devolvieran la pelota para seguir jugando.
Era gracioso que supieran dirigirse al personal gritando señor o señora viendo solamente los zapatos de la gente que pasaba. Y me percaté de que todos los viandantes miraban un poco en rededor buscando esa pelota pero, al no verla a simple vista, seguían su camino.
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Y al ponerme yo a su altura...
- Señor, por favor, la pelota, la pelota... que está en la calle...
"Pobrecillos", pensé, y bajé a la calzada a mirar, pero al no ver nada continué caminando.
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Entonces oí a uno gritar:
- Por favooor, no podemos estar un recreo sin pelota. ¡La necesitamos!
Y me hizo tanta gracia esa llamada de socorro desesperada que me decidí a ser el alma caritativa que les echara una mano. Retrocedí hasta la puerta.
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- Señor, la pelota, ¿nos la puede coger?
- Venga, voy a buscarla - les dije
Y algunos brazos salieron por debajo de la puerta hasta tocarme los zapatos.
- Síii, por favooor, gracias, gracias.
Y allí me afané yo, rodilla en tierra, en mirar por debajo de los coches aparcados, uno por uno, y por detrás de las ruedas de unos contenedores, y por entre los ladrillos y la arena de una obra próxima...
- ¡Es pequeña... !
- ¡Casi toda roja! - les oía gritar.
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Pero por más que miraba no se veía nada. Pensé que como se tratara una de esas pelotillas transparentes que botan con sólo mirarlas podía muy bien estar en la frontera con España e incluso más allá.
El caso es que me afané en encontrarla pero no aparecía. Tal vez la hubiera encontrado alguien y se la había llevado o podía haber enfilado una calle transversal en pendiente y haberse ido muy lejos de allí.
Finalmente desistí.
- Oye, lo siento pero no la encuentro - les dije.
Y mientras oía cómo resurgía ese vocerío detrás de la puerta suplicando esa búsqueda, pensaba yo que muy cerca de allí hay una papelería en la que me consta venden pelotas pequeñas y que les podía dar una gran alegría si les compraba una. Y sin decir nada, crucé la calle con esa intención. Era así de fácil.
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Pero entonces oí aquello. La cagada.
- Ehh, no te vayas, joder. ¡¡Busca la pelota!!
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Pero aún estaba yo con la inercia de acercarme a la tienda, procesando lo que acababa de oír, cuando llegó ese chaparrón de gritos que me dejaron perplejo.
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- ¡¡Hijoputaaaa, no te vayas. Cógenos la pelotaaa!! - que no fue más que el pistoletazo de salida para que todos empezaran a gritarme tal cantidad de improperios que, lógicamente, se me heló toda mi buena voluntad.
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Qué rabia sentí. Me habían visto buscar realmente su pelota, me había molestado en hacerles ese favor y me lo pagaban con una cantidad de insultos y tan despreciables para salir de la boca de unos niños que me fui de allí indignado.
- ¡La madre que os trajo. Que os zurzan! - pensé.
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Mientras esperaba mi turno en el Ayuntamiento aún pensaba en esos niños, si bien el sentimiento de rabia había cedido al de lástima. De repente esos angelitos que decían "señor" y "señora" y pedían las cosas "por favor" sacaban el demonio que llevaban dentro de una forma tan imprevista y eran capaces de escupir desprecio y una falta de educación impresionante.
¿Por qué?
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Me da rabia cuando comparando tiempos me dicen que no, que la juventud siempre ha sido, es y será la misma y que los niños son los niños y que las cosas siempre serán así.
Pues no, oiga, con muchos matices porque en mis tiempos era inaudita una respuesta de ese calibre. Primero porque realmente no "nacía" ser así de cafre (excepciones aparte, claro) y después porque si te oía un profesor te daba tal pescozón que te acordabas en mucho tiempo y si se enteraban tus padres... ja, terminaban de hacerte aprender la lección bien aprendida.
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Hoy no.
Hoy uno sonríe y justifica: "Estos niños..., jeje,... qué carácter" "Ay, qué le vamos a hacer..." "Jajaja, qué cabrón el chaval"...

Salí de resolver mi papeleo con una idea en la cabeza, una venganza soñada a destiempo que no creo que hubiera servido de mucho pero que me hacía aliviar ese resquemor que me había quedado dentro.
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Tenía que haber comprado esa pelota.
Tenía que haber vuelto a esa puerta y haberme agachado para mostrársela.
Tenía que haberles dicho: "Eh, mirad, una pelota nueva, ¿la queréis?"
Y cuando me hubieran gritado: "Síiii" haberles contestado: "Soy el hijoputa desgraciao que os ha estado buscando la pelota. Cuando os lavéis esa sucia boca de gentuza maleducada, a lo mejor os la regalo"
Y haberme largado.
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Buff, qué mayor me debo estar haciendo...

16 de junio de 2010

MI HERM(ANA)


- Háblame del mundo de los blogs - me dices siempre que nos vemos.
- ¿El mundo de los blogs? Ahh, es algo grande, maravilloso...


Hace tiempo que quería escribir una entrada para tí, anasister.
Ha llegado el día.


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Estas son algunas de las postales que sobre ti guardo en mi memoria .

Recuerdo a nuestros padres saliendo de casa de los abuelos hacia el hospital. Nuestra madre caminaba con dificultad con una barriga enorme y al despedirnos desde la puerta se nos debió quedar una cara tan contrariada que la abuela Paquita se dirigió a Tomás y a mí, animosa.

“¡Qué bien!, cuando vuelva la mamá os traerá un nuevo hermanito! ¿estáis contentos? Qué pensáis que será, ¿un hermano o una hermana?”

Con un pequeño de 9 meses durmiendo en la cuna, otro de 6 años y yo de 8, todo apuntaba a que otro varón estaba en camino y esa era la probabilidad por lo que toda la familia se había decantado.

Todos excepto yo, que dije: “Va a ser una nena”.

Quizás sea por la satisfacción de ser el único que acertó, que todavía recuerde aquello.

Nuestra madre volvió contigo en brazos, con una niña que como ella, su madre, su abuela, bisabuela, tatarabuela y tal vez aún más atrás, se llamaría Ana.

De aquella época como bebé me recuerdo asomándome muchas veces a través de los barrotes de la cuna para contemplar cómo dormías y también de una ocasión en que nuestra madre nos llamó para que fuéramos al cuarto de baño, donde después de bañarte te estaba secando, y observáramos una cosa curiosa: cada vez que dejaba caer un copo de algodón sobre tu cuerpo empezabas a llorar con desesperación. Retirando el algodón te calmabas, pero si lo volvía a hacer caer hasta ti chillabas de nuevo. Como no era cuestión de hacerte sufrir no lo volvió a repetir pero a mí aquello me quedó grabado. (Por cierto, tendremos que experimentar esto otra vez. A ver si me acuerdo de tirarte un algodón la próxima vez que nos veamos y ver tu reacción)

Después, no sé bien por qué, me acuerdo perfectamente de tus cuatro años, cuando eras una niña delgada y flexible. Te recuerdo al levantarte de la cama , caminado descalza y con cara de sueño, el pelo sobre la cara y un suave camisón blanco. En aquella época era para mí un gozo abrazarte y cubrirte de besos.

Como hermano mayor reconozco haber disfrutado mucho con Fran y contigo haciéndooslo pasar muy bien con la gran cantidad de juegos que se me ocurrían para vosotros; juegos de los que quieres que hable en el blog un día. Tenemos que sentarnos a recordar.

Con toda seguridad fuisteis como juguetes grandes para mí. ¿Cuántos cuentos inventaría ? ¿Te acuerdas de las historias con la plastilina? Aquello superaba al mejor programa de la tele, ¿a que sí?

El puntillo diabólico ya lo tenía entonces pues, como bien pueden ellos testificar, me gustaba martirizar una pizca a nuestros hermanos. Tomás tenía que mojarse calcetines y zapatos con la manguera si quería beber agua de ella y recordarás sin duda que el pobre Fran acababa siempre con algún chichón o con pinchos de algún cardo en el cuerpo por mi culpa. O le hacía probar tabasco, o comer un huevo crudo. (Para que luego me digan que de diablo no tengo nada… ¡no flores! )

Pero eso sí, tú eras la privilegiada a la que trataba como a una reina y te excluía de mis diabluras porque prefería mimarte y llevarte entre algodones. En todo caso no te permitíamos el paso a nuestra “oficina de mayores” en donde Tomás y yo dibujábamos mil y un Mazinger Zeta.

Te recuerdo tocando el piano, practicando sin cesar en tu habitación. Clases y más clases que terminaron por agotarte, aunque nunca te quejaras.

Imposible olvidar nuestro contacto con tantos animales. Recuerdo muy especialmente a nuestro perro Tranquilo, que se hacía muchas veces dos kilómetros él solo para acompañaros a Fran y a ti de vuelta a casa.

Me acuerdo de tu etapa adolescente, cuando coincidíamos en muchos puntos de ocio. No había cosa que más me gustara que los amigos me comentaran lo guapa y simpática que eras, algo de lo que aún hoy puedo presumir. Algunas veces me traías un zumo a la cama, cuando la resaca era bien gorda.

Todo el año que estuve en la mili, como aún no tenía novia, había una foto tuya en mi taquilla.

Recuerdo cuando te marchaste a estudiar enfermería a Castellón y los peculiares recibimientos y fiestas sorpresa que te hacíamos cuando volvías en vacaciones o en algún puente. Nunca ha habido nada como estar en casa con los tuyos, ¿verdad?

Todavía no sabría decir si tus carcajadas son eco de las mías o las mías nacen a la par que tu risa, lo que sí sé es que somos, con diferencia, los que más a gusto reímos de la familia.

Te recuerdo en mi boda. Faltaba poco más de un mes para que naciera Anna y esta vez eras tú la que tenía una barriga enorme. Estabas muy guapa. Ese día no toqué el suelo con los pies ni una sola vez, ¿te acuerdas?

Una semana antes de nacer tu hija estábamos bañándonos en las cristalinas y gélidas aguas del Río Algar, como bien recordarás. Anna debió percatarse de que algo grande se estaba perdiendo afuera y yo no daba crédito a mis ojos cuando vi esos pies diminutos recorriendo todo el vientre en su empuje.

También me acuerdo del día en que Samuel nos dio aquel susto tan grande, cuando creí que el mundo se hundía a mis pies. Fue a ti a la primera que llamé, muerto de miedo, y viniste inmediatamente con Iván para abrazarnos y esperar. Ese día en que toda la familia hicimos piña me quedará grabado para siempre.

Tampoco olvidaré la carta que días después, cuando todo felizmente pasó, escribiste para Mª Carmen y para mí, que guardo como un tesoro y aún leo algunas veces.

Me acuerdo de tus máximas favoritas “Vive y deja vivir” y “En el término medio está la virtud” y sé que las aplicas en tu vida.

A los dos nos gusta enormemente trasnochar hablando de libros, o de películas o de mil historias de las que nos hemos hecho partícipes al calor de la chimenea en los inviernos o en la brisa con aroma a jazmín en la marquesina en los veranos, en los mismos escenarios que ahora conocen nuestros hijos, que son la prueba evidente de que el tiempo ha pasado pese a que nos cueste creerlo porque, en realidad, no hemos cambiado tanto.

De hecho, aún sigo contando cuentos…

He buscado entre los álbumes todas las fotos que tengo de ti y me he dado cuenta de que la gran mayoría, desde bien pequeña, te las hice yo.

Pero no es de extrañar porque siempre, siempre, siempre te he querido mucho.

9 de junio de 2010

JUGUEMOS EN AMSTERDAM

Que se aparte la modestia, que llega el diablo...

Me froto las manos cuando veo que aquella inocente, macabra, divertida idea que tuve de esconder diablos en Londres con la intención de ser encontrados, provocó que fueran apareciendo cazadiablos de aquí y allá y que además de dar con ellos se atrevieran a esconder otros tantos y expandir el jueguecito de marras por el mundo. ¡¡¡JuaJuaJuaJuaa!!! (esto ha de leerse de forma que se os hiele la sangre, si no no vale)

Como decía... Primero fue Londres, luego Nueva York, y ahora... Amsterdam.

Nuria es una española que dejó por amor su Mallorca natal y vive hoy en Holanda.
Está recién casada, es profesora y creó un blog (muy ameno, por cierto) que encontré por casualidad en el que cuenta sus anécdotas en el país de los tulipanes -ella lo llama Tuliland- con su marido -el Tuli según Nuria-
(Si es que sólo con esto ya se nota que es una chica muy divertida)
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Pues resulta que el día en que se enteró de que Umpi, Stewie, Pepita Lain, Metztli y Bichejo ya se habían prestado a este peligroso, sacrílego, excelente juego de esconder y cazar diablos around the world, se ofreció gustosa a hacer lo propio en la capital de los Países Bajos.Esta es la información detallada que me envió y que publico encantado.
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Hola JuanRa:

Por fin hemos conseguido esconder a tus 5 diablejos.
No ha sido tarea fácil pero ... y lo bien que nos lo hemos pasado el Tuli y yo buscando ranuras y agujeros en las paredes!! :)
Hemos escondido los diablos en cinco sitios que nosotros pensamos son visita obligada en Amsterdam.
Comenzamos:
Esta es la pinta de los diablos de Amsterdam:








LOCALIZACIONES:
DIABLO 1. OUDE KERK
El primero está escondido en el corazón del barrio rojo. Como buen diablo hemos decidido que inicie la ruta en el lugar de perdición por excelencia de Amsterdam ;) Pero no en un sitio cualquiera…no, sino en los muros de la iglesia más antigua de Amsterdam, la Oude Kerk o Iglesia Vieja del S.XIII.
No tiene pérdida.

La plaza se llama Oudekerksplein.Esta es la iglesia vista desde la parte frontal.

Hay que rodear la iglesia y justo enfrente de un pub irlandés……duerme el diablo número 1.
Está incrustado en un pequeño agujero en el muro de la iglesia.


DIABLO 2. WESTERKERK

El segundo diablo mora también en otra iglesia: la Werterkerk o Iglesia del oeste.
Es la iglesia protestante más grande de Holanda y guarda la tumba de Rembrandt y su hijo. Además justo detrás está la casa de Anna Frank, así que a los viajeros no les será difícil encontrarla.
Esta es la iglesia vista desde Westermarkt .
En la plaza delante de esta iglesia hay una estatua de Anna Frank y justo detrás de la estatua están nuestras dos bicis y una especie de pizarra parroquial (no me sale el nombre) pegada al muro, con los horarios de las misas.Bien, el diablo número 2 está oculto tras esa ventanita, tal y como se aprecia en las fotos que adjunto:

DIABLO 3. RIJKSMUSEUM
El siguiente diablo se ha vuelto más sofisticado y, como le chifla el arte, ha decidido ocultarse en el Rijksmuseum o el Museo Nacional de Holanda, situado en el Museumplein o plaza de los museos.
Este es el arco que da entrada al museo.


En la parte lateral hay un escudo de piedra. Allí descansa el diablo 3, en la parte superior del escudo.

DIABLO 4. BEGIJNHOF

El diablo 4 ha decidido darse un respiro y echarse una siesta en uno de los lugares más bucólicos y bonitos de Amsterdam. En pleno centro se encuentra el patio Begijnhof, en las inmediaciones de la plaza Spui.

Existen dos entradas, una discreta y otra más llamativa.

Esta es la entrada llamativa.
Dentro de este reducto de paz se encuentran las casas más viejas de la ciudad . Antiguamente vivían aquí las beguinas, mujeres solteras o viudas, dedicadas a la oración
Hoy muchas de estas casas siguen siendo habitadas por mujeres solas, mayores y estudiantes, y claro está, al diablo le encantan las mujeres, así que justo enfrente de la casa número 34 (la más antigua, data del 1420 y es una de las únicas dos casas de fachada de madera que quedan en Ámsterdam) es donde él descansa.

DIABLO 5. MUNTTOREN.

Nuestro último diablo se encuentra en la Torre de la Moneda (Munttoren) en la céntrica plaza de Munt, al ladito del Mercado de las Flores.
La parte superior de esta torre tiene unas campanas de carillón que tocan cada cuarto de hora y antiguamente esta torre era una de las tres puertas de la ciudad. Se la llama así porque en este lugar se acuñaban las monedas en el siglo XVII.Justo detrás se encuentra esta puerta
Y si miras hacia la derecha verás el famoso Mercado de las Flores
El diablo acecha en la puerta, justo aquí:

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Si es que me entran ganas de ponerme la crisis por montera y acercarme en un momento a Amsterdam a cazar esos diablos yo mismo!!Gracias Nuria, gracias Tuli, por este trabajo excelente. Con vuestro permiso doy por inaugurada la temporada de caza de diablos en Amsterdam.

3 de junio de 2010

aRnauJ

De un tiempo a esta parte, a pesar de que le veo todos los días y que tenemos un trato muy directo, no soporto al tipo del espejo.
Reconozco que trata de ser simpático y me devuelve las sonrisas al saludar, pero me fastidia enormemente su cruda sinceridad y esa abierta manera en que me hace ver mis imperfecciones.
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- Vaya ojeras, ¿no? - me suelta a bocajarro esta mañana.
- Las mismas de siempre.
- Mmm, ¿seguro?
- Vale ya.
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Pensaba, mientras me afeitaba, que los espejos deben ser invento del diablo por lo mucho que ayudan a alimentar la vanidad y me dispersaba en disquisiciones tan triviales como cuánta gente se mirará en ellos por necesidad, cuánta por coquetería, cuánta por narcisismo y cuánta no tendrá espejos, que también la habrá.
..
- Últimamente nos vemos más a menudo, ¿no es verdad? - me pregunta el del otro lado con cierto sarcasmo.
- Como siempre.
- ¡Venga ya! ¿como siempre? No haces más que pasar ante mí y mirar de reojo.
- ¿Yo? Pero qué dices...
- Lo que oyes. Te acercas, agachas un poco la cabeza, te pones de perfil, te levantas la camiseta...
- ¿Has visto que casi no tengo barriga? - le pregunto
- Sí, y que casi no tienes pelo también lo he visto.
- Anda, cállate - respondo de mala gana apurando el afeitado y sin poder evitar alzar disimuladamente la mirada hacia la frente.
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Me viene a la mente una imagen de una escena ante el espejo cuando una Nochevieja me metí en el aseo, cogí una barra de labios y me dibujé en la frente una cifra: 2000.
Fue poco antes de que dieran las doce campanadas en el reloj. Íbamos a entrar en el nuevo milenio y el evento me parecía tan significativo que se me ocurrió esa tontería. Nos hicimos una burrada de fotos y ahí quedan para la posteridad todas esas instantáneas en familia en la que yo destaco claramente por ese 2000 escarlata escrito en mi frente.
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- Han pasado diez años de aquello, ¿no te parece increíble? - me pregunta el reflejo.
- Más que increíble, me parece imposible. No tengo la sensación de haber vivido diez años desde entonces. Casi no me entra en la cabeza. Y sin embargo, es verdad, los he vivido.
- ¿Años malgastados?
- ¿Por qué lo preguntas?
- No sé, si uno no tiene sensación de haber vivido es casi como no haberlo hecho.
- No, hombre, es sólo... es sólo que no me parece que hayan pasado tantos. Pero si me dijeran ahora todo lo que he hecho en esa década pues...
- ¿Y qué has hecho?
- Bueno, me casé y he tenido dos hijos, ¿te parece poco? Con eso ya tengo el cupo bien cubierto, ¿no?
- No sé, tú sabrás...
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¿No es más que evidente que este tipo es odioso? Y lo que más me fastidia es que consigue hacer tambalear mi seguridad y a veces hasta me hace dudar.
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Apoyando ambas manos en el lavabo me he quedado mirándole fijamente a los ojos hasta encontrar perdido en nuestro iris ese camino brumoso por el que discurre el tiempo. A la par hemos dado unos cuantos pasos por él aunque mi alter ego se ha adelantado un poco porque deseaba mostrarme algo.
Y por vez primera en mi vida he hecho un alto en este recorrido al toparme con un cartel que sólo intuí alguna vez desde muy lejos y que nunca me preocupó en exceso pero que hoy por fin aparecía inmenso ante mí.
Allí estaba, impertérrito ante cualquier sentimiento de incredulidad, de temor o de pesar, un letrero en el que se leía "MITAD DEL CAMINO".
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Algo se ha encogido en mi estómago y me he quedado muy quieto. Mi sombra se dibujaba en el suelo alargada hacia esa otra mitad del sendero que queda ante mis ojos en la que el terreno da comienzo a un suave descenso.
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- ¿Eres consciente de dónde estás? - le oigo decir.
- Creo más bien que sé dónde estoy sin querer ser consciente de ello.
- Pero hay que seguir andando hacia adelante.
- Sí... Ya lo sé.

Antes de dar otro paso he vuelto la vista atrás.
La brisa me ha traído al pronto aromas de verano, sonidos de cigarras, la imagen de un niño relamiéndose ante la fría leche merengada que preparaba su madre, las risas en los juegos con sus hermanos, un burro blanco trotando y un perro sin rabo corriendo a su lado. Recuerdos de libros abiertos, de aulas con aroma a lapicero, pantalones cortos que dieron paso a largos, rodillas peladas, alguna corbata...
La postal de algún viaje, retazos de imágenes de viejos y nuevos amigos, cartas, muchas cartas y algunas nieves... Suspiros, decepciones, gozos, risas, inseguridades... El primer coche, la primera novia, la primera borrachera... los consejos del padre, el amor de los abuelos...
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El nuevo camino no me asusta por cuanto de aventura y anhelos quedan sin duda en él, pero me resulta inevitable la angustia que supone ser consciente de ineludibles pérdidas en ese recorrido y ante tantas incógnitas por ese futuro incierto ahora que dos hijos me acompañan.
Sueño despierto más que nunca y hay proyectos y viajes que me encantaría hacer pese a no estar seguro de si alguna vez se harán.
Voy a seguir caminando, claro está. Sólo pido que la ilusión, y la salud, no me falten nunca en la mochila.
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- ¡Qué trascendental te has puesto! - me dice con sorna el reflejo en el espejo.
- Puede ser - le contesto- Me pasa mucho últimamente. Anda, quítate esa cana que te asoma en la patilla.
- La misma que tienes tú, por cierto.
- ¿Sabes que este domingo es mi cumpleaños?
- ¿No lo voy a saber, viejo melancólico?
- Eres un capullo.

Tras un último vistazo sonreímos y de un sincronizado manotazo en el interruptor, apagamos la luz.